![Juan Ignacio Miralles, 'Licas', con su premio.](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202008/14/media/cortadas/1426767477-kFlE-U1101065760759N2G-624x385@El%20Norte.jpg)
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Ha hecho de todo en el mundo del teatro. Desde piezas clásicas a modernas o de vanguardia, desde pantomima, títeres o teatro de calle hasta monólogos. Además, ha colaborado con los nombres principales de la cultura teatral vallisoletana: con Carmelo Romero, en la Compañía Corral ... de Comedias; con Juan Antonio Quintana, en el Teatro Estable de Valladolid; y con Fernando Urdiales, en Teatro Corsario, proyecto teatral del que fue cofundador. Una trayectoria tal mereció ya el reconocimiento de la Diputación de Valladolid, con su premio Provincia de 1992, y ahora culmina con el homenaje que le brinda el TAC en su edición de este año, que reconoce su contribución, sobre todo durante los últimos años, al trabajo de calle y otras modalidades escénicas con su grupo de títeres y marionetas La Ventanita. Uno de sus últimos montajes, 'En el bosque', podrá verse los días 17, 18 y 19 de agosto en el Patio Ajardinado del Museo de Escultura.
«Para mí el teatro y el cine van muy unidos», explica Licas. «De hecho puede decirse que mi vocación teatral nació en las películas de sesión continua que veía de adolescente, y que despertaron en mí el deseo de ser actor». Un deseo que empezó a concretarse en los años 60, en el Teatro Universitario, cuando cursaba estudios de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras. Por entonces le llegó su primer reconocimiento importante, el Premio del Festival de Palma de Mallorca por su trabajo en 'El testamento', de Jerónimo López Mozo. Premio que compartió con su amigo Enrique Valdivieso, del que recuerda, asimismo, que fue el que le inició en el mundo de las marionetas, mucho antes de que llegara a convertirse en una ocupación principal.
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«Para mí el teatro ha sido un modo de conocerme a mí mismo y a los demás, y también una forma de aproximarme a la realidad y a la vida con una mirada más rica y compleja», recuerda. No sólo eso, sino que incluso tuvo una función terapéutica. «Al teatro debo agradecerle que me abrió puertas y me ayudó a crecer en sociabilidad, porque yo era una persona muy solitaria». De hecho, algunos de sus mejores recuerdos de estas casi seis décadas de trayectoria están ligados justamente a la relación con otros actores o directores. «Recuerdo especialmente las primeras ediciones del Teatro de Calle, cuando todavía no era TAC, en las que todos los artistas nos alojábamos juntos en el Hotel Imperial y aquello propiciaba un intercambio humano impagable».
De su experiencia en Teatro Corsario, donde únicamente estuvo dos años, recuerda que tuvo diferencias con su amigo Fernando Urdiales, porque el director de la compañía estaba empeñado en su profesionalización. «Y lo consiguió, pese a que no era nada fácil», admite con admiración. «Pero yo lo veía de otro modo, y terminamos separándonos. Yo tenía un espíritu más amateur, y creo que nunca he dejado de verme así. En cierto modo podría decirse que yo nunca he querido vivir del teatro. No he querido ser un profesional en ese sentido». La suya fue una apuesta por una relación distinta con el arte –«ensimismado hasta el borde del sufrimiento», según el retrato que hizo de él el autor teatral Francisco Nieva– y por la que pagó un precio. «He perdido dinero muchas veces, he hecho muchos trabajos por amor al arte, y he pasado estrecheces y penalidades. Algunas temporadas costaba pagar el alquiler. Pero en general he podido salir adelante». Ha probado también la experiencia de pasar la gorra en la calle, tras una actuación, y experimentar la satisfacción de que «un gitanillo al que ves sin recursos, pero al que has emocionado, se rasca el bolsillo y te da una moneda; eso es una experiencia impagable».
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Sus últimos años han estado dedicados al trabajo con los títeres y las marionetas, con la compañía La Ventanita, pero le cuesta explicar las claves de esta pasión. «Lo maravilloso de los títeres es que tocan nuestra fibra más pura, la que está más conectada con la infancia, pero no sabría explicar demasiado el porqué de la fascinación que despiertan. Quizás una de las claves esté en que su simplicidad nos libera de las complejidades del mundo».
Con La Ventanita representará en el TAC de este año una obra breve, 'En el bosque', a partir de tres fábulas clásicas de La Fontaine, Florián y Fénelon, protagonizadas por animales que representan a arquetipos humanos. La obra, que fue estrenada en el TAC de 2005, transcurre en un escenario que simula un bosque construido a partir de varias maletas. Y es uno de esos espectáculos en los que los manipuladores están a la vista del público, «pero en el que la magia de los títeres hace que al final terminen desapareciendo de su atención», explica Licas.
No es la primera vez que el mundo de las fábulas inspira el trabajo de La Ventanita, una compañía fundada en el año 1987, y con más de tres décadas de actividad a sus espaldas. En 1996 estrenó 'Musette de las IV Estaciones', a partir de cuatro fábulas de Jean de la Fontaine. «Inicialmente iba a ser una obra modesta, de calle, pero a medida que investigamos sobre la época de Luis IV la obra empezó a crecer en complejidad y llegamos hasta a construir una reproducción en miniatura de un teatro de la época, lo que nos impedía representarlo en la calle. Fue una locura, porque la escenografía y la ambientación nos requirieron más trabajo que los de una obra teatral convencional».
Es esta faceta suya más de calle, en rigor, la que justifica el reconocimiento del TAC, sin que ello suponga un demérito del resto de su trayectoria. «No me esperaba el homenaje. En realidad, procuro estar al margen de todo esto. Pero es cierto que una distinción así te permite echar la vista atrás y ponderar tu trayectoria, y te afirma en el valor de tu trabajo. Estoy agradecido e ilusionado, la verdad. Aunque creo que el que de verdad merece el premio es el director del festival, Javier Martínez, que ha realizado un trabajo inmenso por la cultura».
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