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Cuando la incertidumbre salpica a tantos sectores, y a tantos ámbitos de actividad, el lamento deja de ser noticia. Aun así, es humano e inevitable. E incluso necesario, porque, especialmente en medio del desastre, hay trabajo por hacer, y se puede hacer mejor o peor. ... El teatro celebra este año su Día Internacional atrapado en esta dicotomía fatal: es uno de los sectores que lo están pasando mal, y que están sufriendo las consecuencias de las restricciones pandémicas, pero muchas de las personas que componen su público están sufriendo igual o en mayor medida. Por eso, la mayoría de los interlocutores son cautos en la queja.
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El empresario teatral Enrique Cornejo, responsable de la gestión del Teatro Zorrilla, lo explica con claridad. «Perdemos dinero, sí, pero también los restaurantes y los de las cafeterías y muchos otros que intentan salir adelante, pese a todo. Más que nunca hay que tener una visión de conjunto y ser solidarios con los demás, porque esta situación debemos superarla juntos».
Con todo, Cornejo admite que se encuentra dentro del grupo de los damnificados por la pandemia. «Estoy entre los que están padeciendo, eso es innegable, porque con los límites actuales de aforo la rentabilidad es imposible y las deudas se acumulan. Pero nunca he sido pesetero y no lo voy a ser ahora. Creo que tengo una responsabilidad para con el público y la voy a intentar mantener mientras pueda. El Teatro Zorrilla no ha dejado nunca de estar abierto, permitiendo que las compañías mostraran su trabajo y ofreciendo al público una programación de calidad».
Con todo, el empresario teatral vallisoletano advierte de que la amenaza de cierre se cierne sobre las empresas si la situación actual se mantiene en el tiempo. «La única solución es que la gente vuelva a moverse con libertad y a consumir. Pero no sabemos cuándo llegará ese momento. Como tampoco sabemos qué ocurrirá cuando haya que empezar a devolver los créditos y se acaben los ERTE. Lo probable es que descienda el consumo».
La actual situación afecta a todo el mundo, pero a algunos más que a otros. Las grandes figuras y compañías no viajan a provincias si no se les garantizan unos ingresos mínimos, lo que supone que el programador deba asumir pérdidas de antemano, pues el dinero es imposible de recuperar. Otras compañías o artistas más modestos, en cambio, aceptan trabajar a taquilla, incluso si las recaudaciones son las que permite un 33% de aforo en la mayor parte del país, porque son profesionales del teatro que no tienen opción B: ni cine, ni series, ni doblajes. Es esto o quedarse en casa. Y la mayoría están optando por salir al reencuentro con el público. En uno de los extremos aparecen los espectáculos que sólo resultan rentables con taquillas holgadas, prácticamente llenos totales, como es el caso de los grandes musicales, que están cerrados incluso en Madrid, pese a que en aquella comunidad la normativa permite aforos de hasta el 70%, del total a diferencia de lo que ocurre en el resto de España.
Todo ello está provocando transformaciones relevantes incluso en las características de quienes asisten a las salas. Y es que el público, al tiempo que se reduce, rejuvenece. Los más mayores, que formaban una parte importante del público habitual del Teatro Zorrilla, por poner un ejemplo, han optado por quedarse en casa, lo que está obligando a readaptar las programaciones pensando en aquellos que sí están dispuestos a salir: los más jóvenes y las personas de mediana edad.
En el lado positivo, la nueva situación puede favorecer en algunos casos las opciones de los grupos y artistas locales, a los que se les abren algunas puertas que antes podían ser más difíciles de franquear por el exceso de competencia. Hoy el apoyo a la cultura local puede aportar el plus de rentabilidad social que los aforos escasos no proporcionan en impacto por número de espectadores. Pero este criterio, hoy por hoy, no está siendo atendido en muchos municipios pequeños, que han preferido suspender programación a la vista de su escaso eco.
«Va a haber que replantearse el modelo de negocio», vaticina el gestor cultural Miguel Ángel Pérez. Su comentario no se refiere sólo, ni fundamentalmente, al teatro, sino al conjunto de la industria de la cultura, que se va a ver afectada por una cascada de cambios. «Los negocios ligados a las grandes muchedumbres, los grandes festivales, los públicos masivos, creo que no los volveremos a ver», vaticina. Pero no será el único cambio. Incluso en un contexto estabilizado por una vacunación extensa de la población, ciertas medidas de seguridad se mantendrán, por precaución, lo que va a encarecer la gestión. «Habrá que ordenar las entradas y salidas, de modo que los espectadores tendrán que acostumbrarse a esos tiempos de transición, y hará falta personal para gestionar eso», explica. Otro ejemplo tiene que ver con las actividades en 'streaming'. «El coste de producción es mayor que el de alquiler de un equipo musical. La ventaja es que te permite llegar a más público a través de internet».
Otro cambio probable: las entradas tendrán que ser más caras para compensar la reducción de los aforos. Y una oportunidad para algo positivo: La Ley de Mecenazgo y Patrocinio, de la que se habla desde hace años, décadas incluso, sin llegar a puerto, quizás encuentre ahora, al fin, su momento. Porque las nuevas circunstancias de programación van a complicar mucho la obtención de rentabilidad suficiente sólo mediante taquilla.
«El marco general es pesimista», admite Pérez, «aunque las artes escénicas cuentan con alguna ventaja. Hemos visto que el teatro, la danza o el circo se organizaban tradicionalmente a través de compañías y eso, en estos momentos, ha resultado ser una ventaja frente a la música, en la que priman los autónomos, todo está más individualizado y han tenido más dificultades para encontrar ayudas. En el teatro la situación está un poco mejor».
La pandemia lo alteró todo, y lo sigue haciendo, pero lo peor fue el mazazo psicológico inicial, la incertidumbre de no ver un camino. «Los que tenían actividad programada que se suspendió, al menos tenían clara su situación. Peor fue para los que estaban preparando espectáculos y ya no sabían si seguir con la creación o parar. Al mazazo económico se sumó el psicológico».
Y eso que la situación en España, en cierto sentido, está mejor que en Alemania, Francia o Gran Bretaña «donde el 100% está cerrado», explica Miguel Ángel Pérez. «En Alemania, al menos, dieron ayudas a fondo perdido a quienes estaban en activo y eso ha ayudado a paliar la situación». Pero en el conjunto de la Unión Europea los estudios estiman una pérdida de actividad del 75% en el conjunto de las artes escénicas. «Es un reto para todos».
En este contexto, gestores culturales como Pérez reclaman a las instituciones autonómicas procedimientos lo más ágiles posible para el reparto de las ayudas que les lleguen a través de los fondos europeos. «Procedimientos ágiles no sólo para la cultura sino para todos los sectores implicados; la rapidez es esencial».
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