Padece el agobio del ciudadano medio con hijos: es cocinero, limpiador, profesor, compañero de juego. Roberto Enríquez terminó de rodar la serie 'El desorden que dejas' en Galicia cuando se declaró el estado de alarma y volvió a Madrid a confinarse en su casa.
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«Había dejado un tiempo libre y el siguiente trabajo era para finales de julio, aún está por ver si se mantienen las fechas», dice este actor berciano de los Pajarillos vallisoletanos que alterna teatro y televisión desde hace un cuarto de siglo. El carcelero de 'Vis a Vis' considera que el 'boom' actual de las series españolas «se venía fraguando desde hace años. Nuestra ficción es muy buena, tenemos una producción barata y bastante talento. No en vano Netflix eligió Madrid para posicionarse en Europa. Defienden su negocio, no es por simpatía». Cada vez que ha trabajado con directores extranjeros le han hablado «del potencial de los actores españoles que es extrapolable a otros oficios. Tenemos que sacudirnos el complejo y las dudas». Entre 'La Señora' y 'El embarcadero' parece que hay un mundo. «Aquella es una serie excelente, con buenos guiones y memorables interpretaciones. Quizá en este tiempo no han cambiado tanto las historias que contamos como la manera de rodarlas. Ahora se trata la imagen de distinta forma, hay más movimiento de cámara, el nivel narrativo juega con el pasado y presente, no es tan convencional».
Desde la ventana
Victoria M. Niño
Victoria M. Niño
Viriato en 'Hispania' y Mulay-Hacén en 'Isabel', Enríquez no encuentra diferencia entre el trabajo de época y el contemporáneo. «A veces ir a otro moento te permite contar algo de rabiosa actualidad disfrazado de tiempo, que parece que no te interpela directamente como espectador pero la píldora entra más fácil».
En el teatro ha trabajado a las órdenes de Pandur, de Miguel de Arco, de Portillo o Ripoll, entre otros. «El teatro es el arte de la reunión y se da de bofetadas con la actual situación. Veo difícil que pueda abrir un teatro privado con un 30% de su aforo. ¿Cómo se puede hacer compatible eso con una compañía privada? Será ruinoso levantar el telón».
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Casi entiende el error del ministro de Cultura cuando antepuso los muertos al sector. «Por supuesto, pero nuestra reclamación era laboral, como la de cualquier otro gremio. En el confinamiento se ha visto que la cultura es un soporte que ha puesto su granito de arena desinteresadamente. Es la identidad de un pueblo y quizá algún día los políticos vean ese capital, aunque también es producto, empresas y trabajadores», dice quien espera que se apruebe es estatuto del artista.
Como sus compañeros de promoción, Fernando Cayo o Ana Otero, de la Escuela de Arte Dramático, Enríquez vive en Madrid. «Ahora no todo está tan concentrado, no es Barça o Madrid. Comunidades autónomas como Galicia, Andalucía o País Vasco han invertido en generar una industria audiovisual, me da pena que no esté entre ellas Castilla y León. Hay buenos profesionales y compañías salidas de la Escuela pero no logran tener una proyección nacional. Y eso que en Valladolid está la Seminci, un público cinéfilo y teatral muy exigente, y muchos teatros. No hay apoyo para producciones propias».
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