La temperatura del drama

Su padre ha abusado de ella durante años, convirtiéndola en un ser sometido e hipersexualizado que se viste y se maquilla como una novia adulta. La película arranca en el final de esa relación incestuosa, interrumpida por la violenta entrada de la policía en el piso en el que viven ellos dos.

La directora de esta producción franco-belga, Emmanuelle Nicot, es especialista en castings abiertos. Se nota su experiencia en el acierto rotundo de la elección de Zelda Samson, una niña de once años que ha sido capaz de cargar con Dalva, el complejo personaje de la protagonista.

Su cuerpo y su actitud van pasando por las etapas de amante sofisticada de su padre, chica rebelde y violenta en el centro de acogida, maduración en la calma y la ternura y regreso final a la protección materna, transformada de nuevo en niña.

Como no podía ser de otra manera, la cámara se pone a su servicio de manera exclusiva, en esa puesta en escena de la subjetividad tan abundante en el cine de hoy. Vemos lo que ve Dalva, vivimos con ella, tan cerca como sea necesario. La cámara solo se separa para ser espejo de la propia Dalva, de su rostro ceñudo y de su cuerpo en continua metamorfosis.

El uso de esta estética reducida y enfrascada en un cuerpo tiene la inevitable limitación de la falta de alternancia, del aire de otras miradas, del vuelo de más personajes autónomos y no filtrados por la mirada de la protagonista. La directora conjuga este riesgo con una mirada muy calculada que sabe mantener el plano más allá de su sustancia descriptiva, creando con su duración y sus silencios ritmo, tensión y atención. Tal vez sobre, por poner un pero a un ejercicio tan riguroso, el colofón del juicio a la americana con el inverosímil careo de la niña con su progenitor.

En este balcón de Punto de Encuentro se ha dejado constancia año tras año de la escasez de representantes españoles, que en la mayoría de las últimas ediciones ha sido ausencia total. Este año 2022, marcado especialmente por una copiosa y excelente producción de la cinematografía española, no se podía reiterar el olvido.

'Edén', primer largometraje de Estefanía Cortés, llena nominalmente la casilla. Otra cosa es el vuelo artístico de una historia de la que después de hora y media de proyección pocos detalles narrativos se nos alcanzan. Los esquemáticos personajes que acuden a lo que parece un centro terminal, una morgue de suicidas, se sumergen en una cuidada atmósfera de colores fríos en medio de una naturaleza poderosa, en la que no faltan los drones transportando la cámara por encima del bosque. Los diálogos fluyen a una velocidad lenta, entre silencios que exigen paciencia y espera, pues alguna revelación o motivación de los personajes tiene que llegar. Cada espectador juzgará si el viaje a ese remoto y misterioso albergue de suicidas ha merecido la pena.