De hijos, de formas de criar, de padres, de identidad, de esos asuntos hablan las películas estrenadas esta mañana en la Sección Oficial. 'La mitad de Ana' retrata el despertar de la diferencia entre la niña que es físicamente la protagonista y el niño que ... se siente. 'Bob Trevino likes it' apunta al fracaso de un padre que lleva a su hija a salir a flote gracias a la familia elegida, sus amigos. Por último 'Vermiglio', de Maura Delpero, recrea de manera preciosista el devenir de una familia en los Alpes en 1944.
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Primero fue un corto y lo estrenó en Valladolid. Luego creció y Marta Nieto ha vuelto a la Seminci para presentar 'La mitad de Ana', su ópera prima. 'Son' se titula el germen de este largo que mantiene el nombre del protagonista, la hija de ocho años de Ana que ha nacido en el cuerpo de una niña pero se siente de otra manera que está descubriendo.
La maternidad ocupa a nuestras actrices tras la cámara, como también demostró Paz Vega con 'Rita' el día anterior. Lo que ha cambiado en estas últimas producciones es que el foco está sobre los niños, no tanto en la pareja o en el cambio que la llegada de nuevas vidas provoca en los adultos. Son, diminutivo de Sonia, vive con Ana, su madre, en Madrid y pasa las vacaciones con su padre en la playa valenciana en la que trabaja. La ciudad, el colegio, la pelea cotidiana contrasta con el mar, la tranquilidad, la libertad. Será en este segundo escenario donde Son muestra sus preferencias.
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Ana trabaja de vigilante en una sala del Museo Reina Sofía, en la que alberga cuadros de los surrealistas. El que la obsesiona, el más grande, es 'Un mundo', de Ángeles Santos, pintado precisamente en Valladolid en 1929. Marta Nieto utiliza la obra como diálogo sordo de Ana, introvertida y abrumada por la precariedad laboral, por la soledad y por los problemas de Son. Cómo gestionar la diferencia, el intento constante por integrarse en la norma, enfrenta a los padres y termina por reconducir sus vidas.
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Si Estíbaliz Urresola abordó este tema en '20.000 especies de abejas', con Sofía Otero como conmovedora protagonista, Marta Nieto lo hace desde un planteamiento menos social, más íntimo. Rueda enfatizando los gestos sobre todo de Son con su madre. Noa Álvarez, la niña, llena la pantalla saltando, jugando, pintando y en unos primeros planos largos y agradecidos. A pesar del terremoto emocional, la también actriz protagonista elige la calma. No hay cartilla para aprender a ser padres, no existen dos niños iguales, los progenitores están condenados a sufrir por la separación de los hijos, todo eso cuenta Marta Nieto. Aceptado todo ello, solo cabe «ir viendo», vivir con esa incertidumbre y curiosidad.
Canto a la amistad
A una paz parecida llega Lily, la protagonista de 'Bob Trevino likes it', aunque por un camino mucho más doloroso, el de quien carece del cariño de sus padres. Sin embargo su sobredosis de optimismo le hace ver el vaso siempre medio lleno.
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Es la terapeuta la que llora cuando escucha sus desgracias encadenadas. La decepción continua le lleva a toparse con un hombre que se llama igual que su padre, Bob Trevino y lo que empieza como un juego de suplantación termina en su amistad. Lymon parte de una experiencia personal en su ópera prima que equilibra los momentos más emocionales con desvíos cómicos, bordeando el sentimentalismo.
Tras una vida intentado ser alguien para su padre, agradarle, soslayar su falta de empatía, Lily se da cuenta de que ha construido una 'familia elegida' que le permite ser feliz. La película fue recibida con un sonoro aplauso.
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Resignación montañesa
Avalada con el León de Plata y el Gran Premio del Jurado llega 'Vermiglio', de Maura Delpero, para trasladarnos a los Alpes en los años cuarenta. A este entorno idílico marcado por las estaciones en el que los lugareños parecen apartados del mundo, también llegan los ecos de las guerras. La familia del maestro da cobijo a un desertor siciliano lo que provoca el debate en la comunidad. Para unos, hay que salvar a los muchachos, para otros, es justo delatar a los cobardes.
Esa es la única novedad en la tranquila vida de Vermiglio, que transcurre entre trabajos agropecuarios, calendarios religiosos y las clases de niños y adultos. El maestro es la autoridad moral del lugar, quien les anima a pensar y les ofrece «alimento para el alma» con su gramófono. Su hija mayor, Lucía, se enamora del soldado y ese amor despierta la acción. Toda la película está rodada en un susurro continuo, muchos interiores con poca luz, dignidad en la pobreza y lúcidos los niños en su interpretación de lo que va ocurriendo. El pequeño Pietro provoca las pocas sonrisas que le interesan a Delpero. La austeridad de la vida alpina, la madera, las telas, los rostros, todo lo rueda con un naturalismo preciosista. Bach, Chopin y Vivaldi asoman en una banda sonora también silenciosa. Se recrea en la belleza de las montañas blancas y de las cascadas primaverales.
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Lucía, como el resto, no parecía necesitar más, hasta que pierde lo que conoció. La traición casi le cuesta la vida. No hay drama, sino una pena callada. Pero las bellas imágenes resultan insuficientes para sostener una trama que decayó antes. Delpero esquiva todos los tópicos italianos: ni ruidosos, ni expresivos, ni arrogantes. Montañeses resignados a la fuerza de la naturaleza y a la debilidad humana.
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