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José Luis Temes
Valladolid
Lunes, 24 de mayo 2021, 20:37
Es curiosa esta arraigada costumbre de honrar a los grandes artistas cuando se mueren; y escribir y admirar su producción desde el mismísimo primer día en que ya no les tenemos entre nosotros. Que un músico se muera no es algo que tenga especial mérito, ... pero suele ser el momento en que las instituciones le dedican alguna atención. «Su pérdida nos deja en orfandad» escribió la muerte de Pierre Boulez, hace cinco años, una orquesta española que jamás había programado una obra del genial francés, y que por supuesto no lo ha hecho desde entonces, ni previsiblemente lo hará en el futuro.
No hay mejor necrológica para un artista –temo incluso que es la única posible– que la de sentir, vivir y amar su obra. Y por supuesto, transmitir a los demás ese amor por lo que ese artista nos dejó.
Personalmente amo la música de Cristóbal Halffter porque me ha producido infinitas horas de placer y belleza. Apenas tenía yo 16 años cuando sus 'Pinturas negras', con Amezúa al órgano, cambió mi manera de sentir la música. Con 18 pude dirigir algunas de sus 'Secuencias' (escándalo monumental en su estreno, muy poco antes). Y con música de Cristóbal –'Espejos'– dirigí en 1977 mi primer concierto en el Teatro Real con 21 años. Aquella pirueta inverosímil de la música sonando en espejo sobre sí misma me pareció sobrecogedora. En Siena, con su 'Réquiem' me di cuenta de que interpretando una música sublime el intérprete puede quedarse bloqueado (luego supe que a eso llaman síndrome de Stendhal). Y por citar a mi querida OSCyL, la primera vez que les dirigí el 'Epitafio', estuve a punto de parar el ensayo porque la belleza de ese momento en que el oyente cree abrir el sepulcro del gran Juan del Encina es sencillamente inefable.
Con la muerte de Cristóbal Halffter muere algo de 46 años de mi vida, en que me honré con su amistad, y del que creo que dirigí 26 títulos diferentes. Algunos de ellos, infinidad de veces. Mi recuerdo más difícil en ese casi medio siglo: cuando me «dejó» estrenarle en España su luego popularísimo 'Tiento y batalla', al frente de la Sinfónica de Madrid en el Real. Comenzó el ensayo al fondo de las butacas, continuó en primera fila, siguió a pie de escenario y terminó sentado en mi pódium. Una fotografía providencial lo recuerda. Su celo con los estrenos de su música era de perfeccionista el límite.
Bienvenido sean los obituarios. Pero el único posible hoy, ante la pérdida de un mago como Cristóbal es la escucha, solitaria, vivida y enamorada, de su música asombrosa. Todo un viaje espiritual. O una oración sonora, como el lector prefiera.
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