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El brillante 'beethoven' de Yeoantek Oh se alzó triunfador en la final del XIV Premio Internacional de Piano Frechilla-Zuolaga. El jurado presidido por Diego Fernández Magdaleno, y formado por Juan Luis Pérez Floristán, Marta Zabaleta, Luis del Valle del Valle y Nino Kereselidze, ... otorgó el primer premio al músico surcoreano, el segundo a Filipp Moskalenco y el tercero a Pedro López Salas. Por su parte el público coincidió con los profesionales y premiaron también al músico surcoreano. Organizado por la Diputación de Valladolid, el concurso se celebró de nuevo en el auditorio Miguel Delibes con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por François López-Ferrer, tras las eliminatorias en el Teatro Zorrilla. De los 33 pianistas inscritos, concursaron 27, 18 de ellos españoles.
Comenzó la competición con Pedro López Salas (1997), el representante español de la terna. El manchego que estudia en Madrid eligió el 'Concierto nº2' de Liszt, apuesta a la exhibición técnica por encima de la musicalidad y la emoción. López Salas, como Nadal, tiene su ceremonia inicial antes de atacar el teclado que pasa por el rostro y apartar reflejamente la americana. Mostrar sus habilidades en distintos estilos fue el criterio de las obras elegidas para la semifinal y determinó ese Liszt que defendió correcto, temperamental en los graves, detallista en los agudos y elegante en el cambio de dinámicas. Tenía en su contra no ser una partitura que sume al público, que haga vibrar, que transmita.
Le siguió Filipp Moskalenco (1996), un ruso de alma española, formado entre Alicante y París. Su apuesta, el 'Concierto nº2' de Rachmaninov, era la más arrebatadora de la noche. Hizo 'patria' con el compositor, tan reconocido hoy y tan torturado en su vida por sus vaivenes ciclotímicos entre la depresión y la euforia. Es difícil no dejarse llevar por su potencia melódica, incluido el jurado, por el torrente de emociones que el propio Moskalenco dejó que le transieran. También tiene sus ritos, que pasan por su pelo.
Si López Salas dibujó un triángulo con el Steinway, el ruso inclina su cerviz sobre el teclado como quien conecta el estómago con la expresividad de sus manos. Sus personales rubatos no siempre fueron acompasados con la orquesta, dirigida por un López-Ferrer que olvidó por momentos la cortesía debida a los debutantes.
Valiente con el silencio
Y el último en salir fue Yeontaek Oh (Corea del Sur, 1992) quien optó con el 'Concierto nº4' de Beethoven. A priori una obra más fácil, más corta, más clásica, y sin embargo, fue posar sus manos sobre el teclado y demostrar a la altura que se puede llevar una partitura como esa. En la anterior edición del concurso tuvimos la suerte o la maldición de oír varias veces el 'Quinta', del compositor de Bonn, el 'Concierto del Emperador'. El 'Cuarto' enlaza con el siguiente, dibuja su tema.
Oh, como los gimnastas o los patinadores, salió sonriente a pesar del reto y esa gracia no le abandonó en toda su intervención. Dejó ver un goce personal que contagió al público y a los músicos de la OSCyL. La limpieza de su digitación, el forte contrastado con los pasajes más delicados, la forma en que entendió al Beethoven juguetón, al intenso, al conmovedor, hicieron de su concierto el regalo de la noche.
El pianista, que en la actualidad estudia en Alemania y considera a este compositor su «héroe musical», resultó un valiente administrador del silencio, que dominó durante toda su interpretación tanto como la música.
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