Fotograma de 'Generaciones en un escenario', de Miguel Saeta.

Del Landó a El Trastero: 40 años de la 'movida' vallisoletana en un documental

'Generaciones en un escenario', de Miguel Saeta, bajista de Cañoneros, se estrena este viernes en los cines Casablanca

Jesús Bombín

Valladolid

Martes, 16 de abril 2024, 19:50

Aquel Valladolid en el que se salía de farra todas las noches de la semana, donde hasta en la estrechez de los bares más pequeños se hacía hueco a bandas como Disidentes, Objetivo Perdido o Los Nadie, locales a los que la clientela acudía a ... escuchar en directo rock, heavy, punk... una ciudad con su propia y agitada 'movida' en un país que salía de las cenizas de la dictadura y vivía una eclosión musical inédita. Ahí arranca 'Generaciones en un escenario', documental elaborado por Miguel Saeta (Valladolid, 1977), bajista de Cañoneros, que este viernes se estrena en los cines Casablanca.

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«He construido un relato generacional a partir del testimonio de medio centenar de músicos, periodistas, hosteleros y fotógrafos de la ciudad, relatando sus experiencias en el mundillo musical pucelano durante los últimos cuarenta años», recapitula Saeta. El músico ha asumido la totalidad de los procesos de realización, guion, dirección, montaje y producción para poder ver ejecutado un proyecto que perseguía desde 2012 tras una fallida campaña de micromecenazgo y que ahora ve la luz en su debut en la pantalla.

Imperativo Legal en una actuación en la antigua sala Mambo. Ricardo Otazo

El filme echa la vista hasta los años ochenta, con España viviendo «una explosión cultural sin precedentes», con la juventud ansiosa por «expresarse de una manera más transgresora y libre» y con jóvenes de la ciudad lanzándose a formar bandas de pop y rock. «Mostraban un estilo inédito, lograron hacerse un hueco en la escena musical vallisoletana, con una actitud rebelde y espontánea sobre el escenario».

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Aquella eclosión tuvo apoyo en el Ayuntamiento de la época, que alentó la grabación del disco 'Valladolid 83'. Fue la mecha que prendió la 'movida' pucelana. «Porque la 'movida' no fue solo cosa de Madrid. Aquí abrieron nuevos locales y otros cambiaron de dueño, lo que supuso la apertura de salas y discotecas con música en directo; Valladolid tenía una población joven muy numerosa, sin hipotecas, todo el dinero se invertía en fiesta», rememora Saeta. El Landó como refugio noctámbulo, la discoteca Hippopotamus o el Pigalle, local de debut de muchos grupos se convirtieron en «espacios míticos, recordados por la música en directo y la particular fauna que por allí se dejaba ver». Son algunos de los lugares emblemáticos citados en la película en un momento en el que siguieron apareciendo músicos y bandas de nueva creación, agrupados en torno a la Standard Oil. «La inevitable lucha de egos hará que esta asociación pronto se vea desbordada», comenta Saeta.

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En los noventa, bandas de punk, heavy y rock viven su momento de mayor actividad con grupos como Rosas en Blanco y Negro, La Jungla, Los Bumper, Buitres del Pisuerga, Celtas Cortos, Los Higadillos, Halley y tantos otros. «Las nuevas tribus proliferan en la ciudad, cada una de ellas buscando su sitio con la estética y la afinidad musical como estandarte». Trae al presente el bajista de Cañoneros que la edad de oro de las noches «más golfas» de Valladolid se vivió en los años noventa, con algunos bares como foro de reunión de músicos como el Kaos, en los que surgieron bandas, o El Tío Molonio. Y si se habla de rock, no se puede dejar de citar la zona de Cantarranas, con locales como El Trastero o La Rockería, «donde la gente iba a algo más que tomar cañas, a disfrutar de su oferta musical».

Un grupo en la sala Pigalle.

En aquella época, remarca Saeta que los conciertos se convirtieron «casi en un rito religioso» para buena parte de la juventud en una ciudad «donde la oferta de estilos musicales hacía que las bandas convivieran en armonía sin importar las preferencias, no había estilo musical que no se tocara por algún grupo a medida que ganaba en calidad la infraestructura de los conciertos».

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Con el transcurrir del nuevo milenio se observa que las antiguas generaciones «van dejando de salir» y, comenta el músico vallisoletano, «las nuevas ya no son tan numerosas como para abarrotar los locales». Un fenómeno que daría lugar a los minifestivales entre bandas de heterogéneos estilos con el fin de reunir a más gente. A medida que avanza el cambio de siglo llegan aires nuevos. Javier Vielba, de Arizona Baby, «importa de Londres las sesiones de micrófonos abiertos que darán a conocer a jóvenes de la escena local».

Hace escala el documental en el 2007 con la aprobación municipal de la ley del Ruido. «Hizo casi imposible la celebración de conciertos en la mayoría de establecimientos de la ciudad, y las bandas tuvieron que deambular durante años por un páramo artístico sin poder apenas subirse a los escenarios». A partir de 2015 constata que los locales empiezan a programar conciertos «con menos miedo» y la gran diferencia con años anteriores, sostiene, es que se empieza a tomar la calle para hacer música en directo, sobre todo durante las fiestas patronales en diversos escenarios repartidos por la ciudad, entre ellos las Moreras. «Son tiempos en los que ya no vale todo y se es consciente de que hay que armonizar el descanso de los vecinos con el disfrute».

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Nägana en la sala Subterfugio, con Javier Vielba (izquierda). Ricardo Otazo

¿Cuál es el panorama actual de la escena musical vallisoletana? «Si en los 80 y 90 las noches eran locas y canallas, ahora han cambiado usos y costumbres; hay festivales donde los grupos locales tocan a horas muy difíciles, el Espacio Joven es un buen lugar para iniciarse en la música en directo, pero casi no hay bandas analógicas, ahora los chavales son más de rap y reguetón, prestan más atención a las redes sociales para promocionar su música... Además, hemos perdido muchísima gente joven en la ciudad y el ocio nocturno no es tan intenso, existen otras formas de diversión. Ahora se lleva más el tardeo y el vermú. De hecho, hay bares que programan música en directo a las siete de la tarde. Y a los chavales se les ve en un banco de botellón, escuchando música en un altavoz con acceso a todos los discos del mundo. Impensable hace treinta años». El tardeo se ha impuesto a algo más que la noche.

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