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Ofrecen aromas, colecciones de juguetes, campanas, instrumentos musicales tradicionales, trajes y objetos de la bailaora Mariemma, fotografías que resumen la historia de la vida y las gentes del entorno a lo largo de los siglos, arte sacro de iglesias y ermitas de la comarca... Desde ... finales de los noventa Castilla y León vivió una eclosión de museos en el medio rural, en muchos casos como último recurso para mitigar el efecto despoblador. Casos de éxito y fracaso jalonan el devenir de estos centros. Los que siguen resistiendo lo hacen alentados por el efecto tractor del turismo de paisaje y gastronomía que además precisa de oferta cultural que enriquezca la visita.
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Susana Gutiérrez
En la ribera del Duero burgalesa abrió hace doce años el Museo de los Aromas. Surgió como iniciativa del Ayuntamiento de Santa Cruz de la Salceda en un pueblo de 145 censados, pero al cabo de dos años tuvo que cerrar. Lo reabrió después Nuria Leal como complemento a su negocio de hotel y restaurante y recibe entre 4.000 y 5.000 visitas anuales, una afluencia creciente tras la pandemia. «Mucha gente que ha perdido el olfato, así que decidimos crear un circuito para que vengan a entrenar, incluso ofrecemos un kit par llevar a casa», resume la emprendedora. Además. el museo itinera con sus lotes de aromas por colegios y residencias de ancianos. «Hemos tenido un grupo de coreanos que han venido a catar vino a unas bodegas y han salido encantados», refiere convencida de que el museo ayuda a dinamizar el entorno.
Hasta el antiguo convento de San Francisco en la localidad palentina de Ampudia (590 vecinos censados) acuden visitantes para conocer el Museo de Arte Sacro, abierto todos los días de la semana excepto los lunes. Ascensión del Valle es la informadora desde su apertura en 2001: «Es un espacio pequeñito, pero cálido y armónico; se restauró la iglesia para exponer piezas de escultura, pintura, santorales y ofebrería desde el siglo XV al XVIII; gracias a la colaboración del ayuntamiento que mantiene con el museo parroquial no hay problemas económicos».
Entre las sinuosas carreteras de la Montaña Palentina conserva memoria de lo que fuimos el Museo Etnográfico Piedad Isla con un ingente archivo de imágenes de la fotógrafa que recorrió con su Vespa la comarca de Cervera de Pisuerga retratando paisaje y paisanaje desde los años cincuenta del siglo pasado. Aunque pocos pueblos como Urueña (200 habitantes) poseen un registro tan nutrido de centros expositivos. La localidad vallisoletana alberga la Villa del Libro con una decena de librerías, el Centro E-lea Miguel Delibes, el Museo del Cuento, el de la Música Colección Luis Delgado y la Fundación Centro Etnográfico Joaquín Díaz que da cobijo al Museo de Campanas, una recopilación de más de dos mil grabados de trajes de indumentaria popular desde el siglo XVII al XX y más de 2.000 instrumentos musicales. «Aquí todo tiene que ver con el mundo rural, con nuestra tradición», defiende el etnógrafo Joaquín Díaz, viviendo en Urueña desde hace 35 años. «Cuando yo vine aquí en 1988 no habia un sitio donde comer, ahora hay cuatro o cinco restaurantes, cuatro casas rurales y eso ha venido por el interés que despiertan los museos», defiende, convencido de que todos estos centros son lugares de «peregrinación cultural». «Organizamos conferencias y simposios, hemos creado una academia de música popular y muchas cosas en el entorno y para el entorno; y si viene una persona a investigar, aquí tiene todo lo que quiera sobre la tradición popular, miles de archivos y una fonoteca muy buena».
Llevan años en Fompedraza (150 vecinos) Eduardo Benito y su hermano César coleccionando juguetes que iban guardando en una casa. Hasta que hicieron inventario y vieron que tenían más de un millar de ejemplares de Madelman, Mazinger Z, Autocross, muñecas Barriguitas, Leslys, Nancys.... Así que compraron dos contenedores de barco, los acondicionaron y abrieron el Museo del Juguete en la localidad vallisoletana como complemento a su bodega Pago de los Estares. «Acabo de cerrar una visita de siete personas», cuenta con orgullo Eduardo. «Muchos nos llaman el museo del 'yo tuve porque los que vienen dicen 'una muñeca como la que yo tuve, un Geyperman como el que yo tuve'...».
Más allá del voluntarismo de emprendedores particulares, echa en falta el antropólogo José Luis Alonso Ponga un plan a largo plazo en Castilla y León sobre un modelo museístico «claro y con futuro». «Nunca se ha hecho un planteamiento serio sobre esto. No es fácil crear museos con interés para la población, tiene que haber gente que los dinamice; en la región hay proyectos muy bonitos, pero no todos tienen apoyo y algunos acaban muriendo; un museo tiene que contar algo, un modelo de vida, de religiosidad, de relaciones sociales».
Desde 2007 el músico y folclorista Paco Díez mantiene abierto en Mucientes (Valladolid) el Aula Museo de Instrumentos Musicales Ibéricos que lleva su nombre. «Lo hemos sacado adelante con nuestros propios medios, menos mal que tengo la fortuna de seguir trabajando con conciertos por todo el mundo y puedo mantenerlo», comenta reclamando mayor apoyo de las instituciones para proyectos como este. Un respaldo que para Alonso Ponga, miembro de la Cátedra de Estudios sobre la Tradición de la Universidad de Valladolid, pasa por que «en lugar de dar una propina a cada pueblín, desde la administración regional se elabore una sistematización de lo que podía ser el territorio a través de la museografía como recurso patrimonial y turístico; el modelo de fiesta, de vida y de celebración de tu pueblo -propone- tienes que lanzarlo de manera que atraiga a todo el mundo».
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