El 18 de agosto de 2008, la atleta brasileña Fabiana Murer descubrió que alguien en la organización de los juegos olímpicos de Pekín había perdido su pértiga. Un largo palo, enorme, que no aparecía por ningún lado. El campeón nacional de Turquía de tiro ... al plato fue expulsado por la federación de su país y no pudo competir en Atlanta 1996 después de que sus compañeros se quejaran de que durante los entrenamientos se tiraba «pedos ruidosos» que les desconcentraban y afectaban a la convivencia. En Los Ángeles 1984, la atleta puertorriqueña Madeline de Jesús intentó un cambiazo: como ella se encontraba mal, quiso que su hermana gemela la sustituyera en la prueba de relevos 4x400.
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'Historia insólitas de los juegos olímpicos' Luciano Wernicke
Altamarea 376 páginas. 21,90 euros
Y luego está el caso del estadounidense Hal Haig Prieste, quien compitió en Amberes 1920 y, como recuerdo, se llevó robada una bandera olímpica. Arrepentido, la devolvió, en persona, con 103 años, en los juegos de Sidney 2000. O Robert Fazekas, lanzador de disco húngaro, quien en los controles antidoping de Atenas 2004 sacó un pene de plástico (el atleta con dos penes) que lleno de orina 'limpia' para no dar positivo.
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Beatriz Castro
Son apenas un puñado de las cientos de anécdotas que el periodista argentino Luciano Wernicke (Buenos Aires, 1969) ha reunido en 'Historias insólitas de los juegos olímpicos', un libro recién publicado por Altamarea que rescata (de la prensa y los registros del COI) divertidas curiosidades sobre la mayor competición deportiva del planeta. Un volumen lleno de chascarrillos y datos para disfrutar en este verano del París 2024.
No hubo medallas de oro para los ganadores de las pruebas en las primeras ediciones de los Juegos Olímpicos de esta nueva era contemporánea. En la primera edición, celebrada en Atenas 1896, los campeones recibieron una corona confeccionada con ramitas de olivo y una medalla de plata. El segundo clasificado recibía la presea de bronce y el tercero era obsequiado con un diploma. En París 1900 calcularon mal y se quedaron sin medallas para los mejores deportistas. La organización tuvo que hacer una colecta entre el público para conseguir algo con lo que obsequiar a los ganadores de las pruebas. Así, hubo deportistas que volvieron a casa con un bastón, un sombrero o una pipa.
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Las medallas tal y como las conocemos en la actualidad (oro, plata y bronce) se entregaron por primera vez en los juegos de San Luis 1904, pero a lo largo de la historia ha habido excepciones e injusticias. Por ejemplo, en Londres 1908, el reconocimiento de medallas se reservaba exclusivamente para los deportistas masculinos. Ellas no las recibían y se tenían que conformar con un diploma. En la convocatorias posteriores a las guerras mundiales, la crisis económica impidió que se fabricaran medallas de oro y se recurrió a otros materiales. Por ejemplo, en Amberes 1920 se hicieron con 'vermeil', una especie de plata dorada de muchísimo menos valor. En Londres 1948, fueron de hojalata dorada. Por cierto, que la entrega de medallas no se hizo en podio hasta Los Ángeles 1932. Fue a partir de ese año cuando los deportistas se subieron al cajón de tres alturas, con el izado de banderas y la interpretación del himno.
Si las medallas tardaron tres convocatorias en hacer su aparición, otros de los grandes símbolos que hoy asociamos con los juegos olímpicos tardaron más. La emblemática bandera de los cinco aros entrelazados ondeó por primera vez en Amberes 1920. Ese año también se implantó el juramento olímpico y fue cuando las competiciones se concentraron durante dos semanas (hasta entonces, era habitual que los torneos se prolongaran incluso durante meses).
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La primera villa olímpica, o algo similar, se construyó en París 1924. Los deportistas se alojaban en unas casetas de madera que no se estrenaron con tranquilidad. Un incendio afectó a una docena de ellas y los atletas tuvieron que colaborar en la extinción del incendio.
En Amsterdam 1928 se decidió que la delegación griega abriera el desfile inaugural y que la del país anfitrión lo cerrara. También en esta edición se estrenó el pebetero olímpico, aunque no se encendió de forma ceremonial con la antorcha, sino con un simple mechero. Fue en Berlín 1936 cuando se incluyó en el ritual el recorrido de la antorcha olímpica desde el templo de Hera, en Olimpia. Y no hubo controles 'antidoping' hasta México 1968.
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Los juegos olímpicos de 1992 fueron los primeros en los que los deportistas profesionales pudieron competir sin ningún tipo de trabas ni impedimentos. Y así se pudo disfrutar, por ejemplo, del 'dream team' de baloncesto, con las grandes estrellas de la NBA. Hasta entonces, los deportistas debían ser 'amateurs'. O al menos, eso es lo que decían las normas que impuso, con la recuperación de los juegos en 1896, el barón francés Pierre de Coubertin.
Esto provocaba serios agravios y desventajas, ya que, como recuerda Wernicke en su libro, era una medida «clasista y contradictoria». Los hijos de familias ricas tenían una indudable ventaja, ya que podían vivir de las rentas mientras se dedicaban durante todo el año a entrenar, sufragar sus viajes, pagarse el material. Si había que ocupar la mayor parte del día a otras tareas (panaderos, albañiles, carpinteros, marineros…) quedaba menos tiempo para entrenarse. De hecho, durante las primeras convocatorias, los nobles y millonarios acapararon casi todas las medallas.
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Esto provocaba además triquiñuelas. En algunos estados, por ejemplo el soviético, se inventaban supuestos trabajos (militares, policías…) para deportistas que se dedicaban durante todo el año a prepararse para las pruebas. A partir de Roma 1960, la norma se empezó a relajar, cuando entraron en juego las marcas de ropa deportiva, que de forma indirecta patrocinaban a algunos deportistas. Esto se acrecentó especialmente a partir de Los Ángeles 1984. En Barcelona 1992, de forma oficial, se permitió la participación de deportistas profesionales.
Los juegos olímpicos de la antigüedad fueron abolidos en el año 394 por el emperador romano Teodosio 'El Grande', después de que san Ambrosio, el obispo de Milán, los consideraba inmorales y promotores del ateísmo. De hecho, no solo los prohibió, sino que incluso amenazó con pena de muerte a quien intentara convocarlos de nuevo.
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Afortunadamente, la norma había ya prescrito cuando Pierre de Coubertin relanzó esta idea a finales del siglo XIX. Desde entonces, desde 1896, los juegos olímpicos han llegado puntuales a su cita salvo en cuatro ocasiones. En tres de ella, fueron suspendidos por conflictos bélicos. No se pudieron celebrar, por las guerras mundiales, Berlín 1916, Tokio 1940 y Londres 1944 (aunque no se disputaron, sí que se cuentan como convocatorias olímpicas). Además, la pandemia de la covid obligó a retrasar a 2021 las competiciones de Tokio 2020.
Las primeras mujeres que compitieron en unos juegos lo hicieron en París 1900. Fueron 23, en tenis, golf y críquet. La británica Charlotte Cooper se convirtió en la primera campeona olímpica, al vencer la final individual de tenis. Fue un primer paso de un largo camino hacia la igualdad deportiva. Las atletas no pudieron competir hasta Amsterdam 1928, pero todavía pesaba sobre ellas injustas normas machistas. Así, el presidente del COI en aquella época, el belga Herni Baillet-Latour, después de que varias participantes de la carrera de 800 metros acabaran desfallecidas en el suelo (la mayoría no tenía experiencia deportiva previa), decidió que las mujeres no podían asumir «esos esfuerzos» y se prohibió que pudieran correr una distancia superior a 200 metros. Esta medida se mantuvo hasta Roma 1960. Y el maratón femenino no llegó hasta Los Ángeles 1984. En Londres 2012 fue la primera vez en la que se presentaron todas las nacionales de Comité Olímpico Internacional (COI), además con delegaciones masculinas y femeninas, después de que también hubiera mujeres en los equipos de Arabia Saudí, Qatar y Brunei. Los deportistas transgénero se estrenaron en Tokio 2020.
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No se sabe el nombre del deportista más joven que ha competido en unos juegos olímpicos. Ni siquiera, con certeza, cuál era su edad. Siempre se ha especulado que tenía entre 7 y 8 años. Lo que sí ha llegado hasta nuestros días es que se trataba de un niño francés que se encontraba entre el público que seguía una prueba de remo en París 1900. Era la de parejas con timonel. La mayor parte de los equipos llevaba como timonel a un joven compatriota, pero François Antoine Brandt y Roelof Klein, de Países Bajos, habían reservado para esas funciones a un muchacho de 28 años. Al ver que su peso les influía negativamente, buscaron entre el público a un chaval que restara kilos de peso… y encontraron a un niño que sin gloria compitió sin ellos. El medallista más joven conocido sí que tiene nombre: Dimitrios Loundras. Era un gimnasta de barras paralelas que quedó tercero en Atenas 1896. La medallista más precoz es la gimnasta italiana Luigina Giavotti, que ganó una plata (con 11 años y 302 días) en Ámsterdam 1928. En el otro extremo se sitúa el tirador sueco Oscar Swahn, quien con 60 años ganó una medalla de oro en Londres 1908. Años después, en Amberes 1920, ganó la medalla de plata (con 72).
La llegada de la televisión no solo sirvió para llevar las competiciones a las casas de todo el mundo, sino que también se convirtió en un juez más capaz de destapar a los tramposos. Antes de que las cámaras lo escrutaran todo, era mucho más sencillo saltarse las normas. Y más aún en la maratón, con largas distancias sin nadie que vigilara a los atletas. Esto permitió, por ejemplo, que Spiridon Velokas, corredor griego que quedó tercero en la maratón de 1896, se subió a un carro tirado por caballos para cubrir una importante distancia del recorrido (como denunció el corredor que quedó en cuarto lugar). O el panadero francés Michel Théato, que en París 1896 aprovechó que se conocía la ciudad para coger atajos.
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En aquellas primeras ediciones, la maratón era una prueba de 40 kilómetros. La distancia actual (42 kilómetros y 195 metros) se implantó por un capricho real en Londres 1908. El rey Eduardo VII pidió que la carrera pasara por delante del castillo de Windsor para que su hija María, que acababa de ser madre, pudiera ver pasar a los atletas desde su ventana. Este desvío fue clave. Y no solo, ya que como aquel día llovía, el rey también obligó a que la carrera concluyera frente al palco real (sotechado) y no unos metros más allá en la pista.
Las tallas y medidas de los atletas siempre han sido fundamentales en algunas competiciones, como las de lucha. Y había que vigilarlas mucho para no excederse. No le pasó eso al boxeador estadounidense Antonio Deon Tarver, quien en Atlanta 1996 se envició de las Big Mac. El deportista se atiborraba a hamburguesas en el restaurante de comida rápida que abrieron en la villa olímpica y en tan solo unos días ganó tres kilos y medio. En Melbourne 1956, el pesista estadounidense Charles Thomas Vinci se llevó una desagradable sorpresa al subirse a la báscula y comprobar que le sobraban 200 gramos para poder competir en su categoría. ¿La solución? Se cortó el pelo y se arrancó pedacitos de piel de los pies y las piernas hasta que alcanzó el peso reglamentario. También la altura ha sido importante. El baloncesto se estrenó como deporte oficial en los juegos olímpicos de Berlín 1936. Y lo intentó hacer con una norma que hoy nos parece absurda. Para evitar ventajas, no podían participar jugadores que midieran más de 1,90. El equipo de EEUU protestó y finalmente esta medida quedó abolida.
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