Manolo Laguillo,el pasado año en la inauguración de su exposición en el Museo Patio Herreriano. A. Mingueza

Manolo Laguillo presenta sus fotografías del Valladolid actual en blanco y negro

El fotógrafo da a conocer este jueves en el Patio Herreriano su libro con 150 imágenes de la capital tomadas entre 2022 y 2023

Jesús Bombín

Valladolid

Martes, 11 de febrero 2025, 19:54

Las caminatas de Manolo Laguillo (1953) por las ciudades suelen acabar en exposición. Con su Leica Monochrom M10M se adentró entre 2022 y 2023 en la trama urbana de Valladolid. Con ella recorrió calles de barrios, polígonos industriales, descampados, el casco histórico, se subió ... a las zonas altas en busca de panorámicas... y de todo ello dio cuenta en 'Valladolid. Aquí y ahora', la exposición que colgó en el Museo Patio Herreriano desde septiembre de 2023 hasta febrero del pasado año y de la que El Norte de Castilla publicó un suplemento con una selección de imágenes.

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Prestando atención a la «minucia significativa» es como este artista nacido en Madrid y residente en Barcelona ha tomado el pulso visual vallisoletano. El resultado fue aquella exposición, 150 imágenes entre más de un millar tomadas durante tres estancias y que ahora recoge en el libro 'Manolo Laguillo. Valladolid 2022-2023', que se presenta este jueves en el salón de actos del patio Herreriano (20:00 horas) con la presencia del artista. «La fotografía es un ejercicio de prestarle atención a las cosas. Al prestar atención a algo lo desgajas de la realidad, lo sacas de ese contexto y de alguna forma lo subrayas. Es como meterte en un texto con un rotulador amarillo con el que vas destacando determinadas frases o palabras».

Antes que la atmósfera urbana de Valladolid Laguillo captó la de Berlín, Beirut, Ciudad de México, Trieste, París.. y en España trotó con su cámara por Gerona, Lérida, Gandía y Madrid. «En realidad –asegura– los fotógrafos hacemos un trabajo de edición de la realidad reorganizando las imágenes».

«Confío en captar las menudencias significativas, en la capacidad expresiva de lo pequeño»

Lo que encontró en la capital del Pisuerga, cuenta, es común a la estampa de tantas ciudades, testimonios arquitectónicos de una época de crecimiento urbanístico desaforado. «La capital casi duplicó su población entre 1960 y 1980, eso hizo que creciera de una determinada manera y yo lo tenía muy presente en la cabeza», explica el fotógrafo, que ha donado sus imágenes al Patio Herreriano convencido de que con el tiempo «van a ser consideradas, su valor va a aumentar; eso es lo que me llevó a que fueran a parar a los fondos del museo».

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¿Cómo desentraña el alma de una urbe? «Confío en varias cosas: en primer lugar en la capacidad que tiene la cámara de enseñar con detalle la realidad. Esas menudencias significativas. Y en la capacidad expresiva de lo pequeño. Manejo la cámara de una manera contenida, muy fría, procuro quedarme en un segundo plano y que sea la realidad misma. Confío en el instinto, conozco muchísimas ciudades y me dejo llevar, hay una especie de sexto sentido, lo que los médicos llaman ojo clínico, una sensación de estar delante de algo que es significativo. Lo que tienes ante tus ojos, si te llama la atención es por algo. Notas cuándo estás cambiando de un barrio al otro, cuándo se ha producido una modificación que luego llegan los sociólogos y la analizan y te dan la razón. Señales aparentemente imperceptibles pero muy significativas. Y tengo confianza en que el pasado siempre deja un sedimento».

En cincuenta años

Antes de tomar una instantánea, intenta imaginar cómo se verá dentro de cincuenta años. «Busco ponerme con la cabeza en otro tiempo, es lo que hace que el espacio que tengo delante cobre otro significado. En el fondo lo que trato de cultivar es el descoloque, una dislocación».

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En el libro las imágenes se presentan siguiendo el orden cronológico en el que fueron tomadas. Y sobre cómo se aproxima al acto fotográfico, parte de ciertas premisas: la mirada extraña y sorprendida, no alterar la escena, y procurar que en cada fotografía estén presentes al menos tres periodos históricos. «Si hay un bloque de pisos de los años setenta, intento que al lado aparezca una casa molinera y un edificio de oficinas. Me interesa también localizar los lugares donde los diferentes tejidos urbanos se rozan».

Lo que descarta taxativamente es el uso del color. Ni se le pasa por la cabeza imaginar cómo hubiera sido la exposición del año pasado fuera del blanco y negro. «No, no. El color despista mucho. Demasiadas veces es algo que se añade para llamar la atención. El chaleco amarillo que te colocas para cambiar la rueda del coche es reflectante para que se vea, tiene una función exclusivamente utilitaria en ese contexto. A mí me interesa el escenario, no tanto los personajes, aunque en algunas imágenes está presente el peatón. En paisaje urbano el blanco y negro funciona como elemento de abstracción para entender la sintaxis de las ciudades».

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En cartera tiene un proyecto con el Centro Gallego de Arte Contemporáneo fotografiando varias ciudades de Galicia. De momento, este jueves presenta su libro en Valladolid, la ciudad que conoció de pequeño durante estancias vacacionales en una casa de familiares en los años cincuenta y sesenta. «Como experiencia de infancia no olvido la impresión que me produjo ver la fachada de San Benito –refiere–; la he tenido muchas veces en la memoria».

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