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Filósofo y fotógrafo, Manolo Laguillo (1953) ha convertido las ciudades en objeto de disección. Con la cámara que le regaló su padre cristalizó en 1975 una afición que con el tiempo devino en vocación que le ha llevado a captar el pálpito urbano en Nueva ... York, Madrid, Oporto, Beirut, Barcelona, Trieste... Y en el último año, Valladolid. Aquí pasó algunas Navidades y Semanas Santas en su infancia, en casa de su bisabuela en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo y aquí ha vuelto para extraer imágenes de entornos cotidianos que suelen pasar inadvertidos y cuesta reconocer. «La ciudad esconde celosamente su anatomía, pero hay lugares donde de pronto a la ciudad le vemos el ombligo, son esos sitios donde emerge el pasado, donde los diferentes tejidos se rozan y entran en contacto».
De todo ello da cuenta 'Valladolid. Aquí y ahora' en dos salas del Museo Patio Herreriano, que muestra un viaje fotográfico por calles, plazas y rincones plasmado en 150 instantáneas tomadas por Laguillo en otoño del pasado año y durante varios días del invierno y la primavera de este. Una selección de las 1.500 imágenes captadas con su Leica Monochrom M10M, un fondo artístico que ha donado al museo.
El Norte de Castilla ofrece este sábado en Valladolid, en colaboración con el Museo Patio Herreriano, un suplemento especial de 24 páginas con una selección de fotografías de la muestra de Manolo Laguillo.
Choca reconocer paisajes cotidianos de la capital con la mirada inducida de Laguillo. Otras perspectivas, otras sensaciones. «La mayor parte de la gente va por la calle y difícilmente se fija en lo que hay por encima de los tres metros de altura –constata–; porque caminan deprisa, a veces con la mirada baja para no tropezar, ansiamos llegar al destino, de modo que las imágenes que nos formamos sobre ese trayecto son parciales, fragmentarias».
A ese mirar lo que se ve desde el suelo hasta tres metros de altura enfoca este artista, nacido en Madrid y que a sus 69 años sigue ejerciendo la docencia como catedrático de Fotografía en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona. «En esos tres metros está condensada la parte de la ciudad que más cambia; la de más arriba ha permanecido invariable desde hace veinte, treinta o cuarenta años, pero en la zona inferior han cambiado las tiendas, los tipos de uso de los locales.... es este un modo de enseñar a que la gente contemple su paisaje cercano con una mirada objetiva, sistemática y exhaustiva».
Como a tantos artistas atraídos por el blanco y negro, ha mantenido esta apuesta cromática a lo largo del tiempo y cada vez con más convicción. «El blanco y negro tiene la capacidad de eliminar algo que puede ser una distracción. El color en muchas ocasiones me parece algo anecdótico, no añade nada. ¿Dónde hay color? en los anuncios, en los grandes murales publicitarios, en los escaparates, que son una especie de borrachera de color para llamar la atención. El blanco y negro, en cambio, habla de la estructura. En el paisaje urbano el color tiene una función ornamental y muchas veces lo que hace es intentar quitar ese tedio a la geometría aburrida».
Al observar sus fotografías flota la sensación de estar viendo una ciudad apaciguada, donde el tráfago de idas y venidas de viandantes y automóviles queda solapado por la arquitectura del entorno entre una gama de grises que camufla la agitación. Esa sensación emanan imágenes del túnel de la plaza Circular, el Paseo del Cauce, tramos del Paseo Zorrilla, la Plaza de España.... «Lo interesante para mí es siempre cómo a partir de lo concreto se pueden sacar conclusiones acerca de lo general, en qué medida lo que tenemos ahí delante es representativo de algo mucho más grande que incluso pertenece al ámbito del pensamiento abstracto».
Lo que produjo un punto de inflexión en su carrera como artista sucedió en 2007. Fue una exposición en el MACBA de Barcelona. «En esos momentos interesaba conocer qué había pasado en Barcelona desde finales de los setenta hasta las Olimpiadas de 1992 y yo todo eso lo tenía fotografiado porque me interesaba. Ese material yacía dormido en los cajones de mi estudio. Las fotografías con el paso de los años, como el vino, ganan valor al envejecer. Esas imágenes la gente de Barcelona las aprecia no en el momento en que se hacen, sino cuando han pasado quince años. Eso es lo que va a pasar con estas de la muestra».
Seducido por lo que esconde y desvela la trama urbana, remarca que en ningún caso supone que desdeñe el medio rural como argumento artístico, que de hecho, en 2017 hizo un trabajo para el Musac y la Fundación Cerezales Antonino y Cinia sobre el cambio del paisaje y las políticas del agua. «En realidad lo que me interesa es la huella del ser humano sobre el entorno. El paisaje virgen, no hollado por el ser humano, hace mucho que no existe. Me atrae más indagar en la relación entre el territorio y las personas. Con las palabras nos relacionamos de una determinada manera, y con las imágenes, de otra. Es una relación que no está bien estudiada, por eso ahora se empieza a hablar de antropología visual, que es justamente esto, cómo conocemos la realidad a través de las imágenes». Para tomar las suyas descarta otros métodos que no sean a pie de calle. «Yo analizo con la cámara. No utilizo drones ni helicópteros para fotografiar la ciudad desde arriba, me interesa la ciudad de la gente que va por la calle, al alcance de cualquiera».
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