Cualquier viaje al mundo rural espoleado por cierta nostalgia factura a mayores una maleta arriesgada: la del proselitismo político. Sin embargo, en 'La última función' Luis Landero se despoja de cualquier intencionalidad para crear un entorno no onírico pero sí escapista, no extravagante pero sí ... expresivo... El autor, que ha editado su nueva novela de nuevo bajo el sello de Tusquets, visita la librería Oletvm de Valladolid este jueves en un encuentro con el público acompañado por la periodista Eva Moreno.
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«Esta novela persigue lo que todas; que el lector ingrese en una realidad nueva, que el viaje le suponga la entrada a otro mundo con un ritmo vivo», anticipa. Y es que el ritmo vivo de sus páginas juega a favor de la literatura mientras desafía, a pesar de su brevedad, las urgencias de nuestro día a día: «La velocidad permite instalarnos cómodamente en la novela, ahí es virtud; mientras que en la vida supone uno de los principales males de nuestro tiempo».
En esa construcción de un mundo imaginario que no pierde la verosimilitud pero sin duda envuelve y distancia de la cotidianidad que nos rodea, Landero trata de vertebrar una historia que ha querido contar desde hace tiempo: «Era un tema que me rondaba ya, la historia del viejo artista que ha fracasado en cierta medida pero a la vez ha sido fiel a su ideal», señala. Su protagonista es Tito Gil, quien « vuelve a su pueblo acogido como una figura legendaria y de alguna manera encuentra su segunda oportunidad y una reparación».
«Este es un libro luminoso y optimista, aunque salpimentado con las partes de amargura que también se encuentran en la vida», asevera el autor de 'El balcón en invierno' y 'Lluvia fina', que a pesar de su abierto canto a la esperanza reitera que no ha pretendido «dar lecciones ni moralejas», sino simplemente «contar una historia». En esa historia, basada en cierta medida en una experiencia personal, también se deja entrever el propio autor en uno de sus propios personajes, Galindo.
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«No se puede inventar de espaldas a la realidad», asume Landero, que desvela cómo construye a su vez a estos personajes con ecos valleinclanescos pero que eluden el abismo del esperpento: «Se puede crear a figuras con rasgos caricaturescos, pero sin que pierdan su parte humana», expone.
Estos personajes resultan coherentes con ese mundo imaginario y verosímil: «Para dibujarlo, como el pintor que boceta antes de pintar un cuadro, hay que tener dos virtudes: la imaginación y el lenguaje para plasmarlo».
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Y en ese sentido recoge el testigo de Marsé: «Él decía que la próxima obra siempre iba a ser fácil, pero con frecuencia hay que reaprender, renovar las destrezas y volverse de nuevo aprendiz», cita. Es la importancia, por un lado, de la experiencia; «que enseña qué es lo que no se debe decir», pero también de la intuición, «que muestra cómo contar las cosas para que parezcan verosímiles».
Landero asevera que no es difícil evocar el mundo rural sin intencionalidad política: «Unos lo quieren convertir en Walt Disney y otros en Pascual Duarte», señala. «Es como es, pero para contarlo hay que conocerlo; es un fenómeno muy difícil que convendría revitalizar; con inmigrantes, con industria, y descentralizando muchas cosas», concluye.
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