Ana Rodríguez Fischer Escritora
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Ana Rodríguez Fischer Escritora
«Algunas jóvenes debieran leer algo más antes de lanzar libros tan ombliguistas»Fueron poetas, madres y amigas a pesar de Stalin, del hambre, de la reprobación. Anna Ajmátova y Marina Tsvetáyeva formaron parte de las lecturas de Ana Rodríguez Fischer (Vegadeo, 1957) que las ha convertido en protagonistas de la novela 'Antes de que llegue el olvido' ( ... Siruela). Este viernes presenta en Valladolid la obra ganadora del Premio Café Gijón de 2023 en la Fundación Segundo y Santiago Montes (20:00 h.).
–¿Por qué Anna y Marina?
–Tenía relación con ellas como lectora y con los autores de entre guerras. Mi tesis tenía que ver con la Generación del 27 y Rosa Chacel además siempre me apasionó la literatura rusa del XIX. Todo ese material lo tenía dentro, solo tuve que refrescar, releer o ampliar. Esas figuras estaban en mi mundo interior. Últimamente me ha inquietado y producido curiosidad los encuentros posibles, imaginados, frustrados. En el caso de ellas se habían buscado siempre y apenas se pueden encontrar. Eso me permitía completar, fabular en torno a su amistad.
–A pesar del mutuo conocimiento, apenas se encontraron.
–Su mayor conexión es por carta, por amistades comunes, por su trayectoria personal, en su faceta de esposas y madres. Solo se pudieron ver dos tardes de junio muy al final. Ese fue el acicate o la excusa narrativa para idear ese relato.
–¿Qué le permitía el punto de vista de Ajmátova?
–Fue la que sobrevivió, la que pudo abarcar, rememorar desde la distancia, en el momento en el que la restituyen y conecta con poetas más jóvenes. La carta tiene una destinataria, Marina, es una evocación, elegía y soliloquio, casi una confesión. Lo epistolar tiene ese valor de lo íntimo.
–¿Hasta qué punto se permite literaturizar a estas poetas?
–Soy muy escrupulosa en el sentido de no atribuir ideas o sentimientos que estén fuera de los hechos. Otra cosas es que los construyas narrativamente. A veces un verso o una estrofa podían darme una situación, una vivencia, un sentimiento que me permitían construir una escena, un episodio. La única licencia que me permití fue que Marina trata a todo el mundo de usted incluso en las cartas a su marido y a su hija. El usted ruso no es tan contundente como el castellano, se acerca más al 'vous' francés. Empecé a escribir con el usted pero no me funcionaba, introducía una barrera y no tuve más remedio que pasar al tú. Luego la libertad selectiva, lo que decides incluir y lo que no, siempre desde el respeto al marco histórico.
–«Toda creación exige destrucción», pone en boca de Anna. ¿Le sirvió de algo el conocimiento académico?
–La experiencia de conocimiento de la investigación de tipo académico se queda, a la hora de escribir una novela, como herramienta de trabajo. Es otro modo de escritura radicalmente distinto. A la gente le llama la atención la construcción de la voz, con muchas resonancias, en su narración integra otras voces, otros discursos y ecos. Tienes la experiencia que te permite intuir si es correcto, si es legible o creíble, pero es algo más de recepción que del análisis formal.
–La historia soviética determinó sus vidas, sin embargo no hace 'sangre política'. ¿Por qué?
–Había varios motivos. Por un lado no se puedo contar al otro lo que ya sabe. Por otro, respecto a la experiencia histórica, no quería reconstruir escenarios, esa epopeya, sino dar la respuesta personal, la reacción a la vivencia de la historia. El estalinismo, la represión, la repercusión en sus vidas, el fusilamiento del primer marido de Anna, los gulags de los hijos de ambas, todo eso está ahí, pero no quería que pesase más. Esta con suficiente firmeza y contundencia pero que anule a las personas. Me interesaba la subjetividad, la experiencia personal, la amistad, el amor, los sentimientos y la poesía.
–El suicidio ¿es el único acto liberador de Marina?
–Los años finales de ella fueron muy duros. Marchó al exilio por el marido, tuvo que volver corriendo por un problema en el que se metió él. Luego en Francia se dio cuenta de que tampoco pertenecía al círculo de exiliados blancos rusos, apenas le publicaban en las revistas, en los núcleos donde se relacionaban. A la vez la hija mayor se distanciaba de ella, se comportaba de la manera en que Marina más detestaba en una mujer, como la chica joven. Hay muchos textos de 1937 y 1938 en donde se ve ese vacío, ese sin sentido. Cuando vuelve a Rusia se le cierran más puertas y le proponen ser confidente, delatar, hacer labores así. Ella, que había sido una mujer fuerte de salud, de repente envejeció mucho y tenía problemas.
–¿Cómo es la poesía de ambas?
–Son muy distintas. Ajmátova tiene una poesía más narrativa, cuenta cosas, expresa sentimientos afectos, siempre hay una situación, un escenario, siempre sucede algo. La poesía de Marina es más abstracta, más depurada, quizá porque había escrito mucha prosa autobiográfica y su poesía quedó más condensada.
–Enamoró a muchos colegas, le dedicaron versos y retratos, pero Anna no quería ser «musa del llanto».
–Le producía especial malestar e irritación que se quedase su imagen de los primeros poemarios, más pegados al mundo del sentimiento, de los afectos, que se suponía propio del ámbito de la mujer. Ambas se despegan de ahí y vuelan muy alto como poetas.
–Han pasado casi 30 años desde que ganara el Premio Femenino Lumen con 'Objetos extraviados'. ¿Ha cambiado algo para las escritoras?
–Ahora las autoras no deben quejarse, las están dando prioridad, incluso a algunas escritoras jóvenes que debieran leer algo más antes de lanzar un libro tan ombliguista contando lo que tienen a tres centímetros. No me interesa todo lo que se firma y que nos intentan vender como gran descubrimiento. Esto de la autoficción ha hecho bastante daño, se ha banalizado demasiado. Es una deriva narrativa que ya tomaron Baroja, Azorín, Unamuno, Joyce. El 'Retrato de un artista adolescente' es una evolución de la 'novela del yo' romántica, del 'Werther' de Goethe. Marguerite Duras, Virginia Woolf, Ana María Matute, elaboraban y transformaban su biografía. Esos protagonistas, esos personajes eran representativos de una época, de una sensibilidad, del conflicto con la sociedad. Todos ellos trascienden su momento de formación.
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