Secciones
Servicios
Destacamos
A mediados de este mes de diciembre, la Biblioteca Nacional de España publicó en su web oficial los nombres cuya obra pasará a ser de dominio público a partir del año nuevo. A los nombres de Manuel Chaves Nogales o Joaquín Álvarez Quintero se suma, ... entre otros, el de Juan Agapito y Revilla, arquitecto municipal, historiador del arte y estudioso de la historia pura de Valladolid, que a pesar de haber fallecido hace ochenta años cuenta, al margen de la calle que lleva su nombre, con el recuerdo y agradecimiento de multitud de historiadores y el legado de su trabajo en calles, edificios, estatuas e incluso costumbres tradicionales de la ciudad.
«Fue un personaje avanzado para su tiempo», valora Jesús Urrea, catedrático emérito de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid y exdirector del Museo Nacional de Escultura, cargo que ostentó Agapito y Revilla durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera: «Es un personaje fundamental del conocimiento, de obligada referencia y un defensor de la modernidad».
Noticias relacionadas
Enrique Berzal
Enrique Berzal
En un compendio de sus textos sobre 'Arquitectura y Urbanismo del Antiguo Valladolid', editado en 1991 por el Diario Pinciano, Agapito y Revilla relata en una conferencia pronunciada en 1935 su encuentro con un estudioso alemán, al que impresionó la «nota de color» que desprendía la arquitectura mudéjar y renacentista del palacio de María de Molina, el colegio de Santa Cruz o la plaza del Rosarillo: «Sorprendido yo por el entusiasmo que manifestaba […] le dije: «¿Es que no tenemos derecho a vivir a lo siglo XX?», relata Agapito y Revilla: ««Así se pierde lo pintoresco», decía el alemán. Cierto, pero se ganó en higiene y hay que ir con el progreso, aunque se hicieran casas de aspecto anodino como tantas más».
Su carácter multidisciplinar le llevó a destacarse como arquitecto del Ayuntamiento de Valladolid (entre sus obras destaca la de la iglesia de la Pilarica), pero también como historiador puro e historiador del arte: «Para mí, el gran legado de Agapito y Revilla fue su constante «pensar Valladolid»», manifiesta la directora de la Casa Zorrilla de la Fundación Municipal de Cultura, Paz Altés; «Unas veces con más y otras con menos acierto, y siempre teniendo en cuenta el momento y el tiempo en que vivió, se involucró en los problemas urbanísticos de un Valladolid que poco podía decidir sobre su propio crecimiento».
Su implicación con la historia le llevaron a indagar incluso pormenores sobre la muerte de Colón en nuestra ciudad. Y en su interés por el arte también entran a dominio público sus trabajos en torno a escultores como Gregorio Fernández, Alonso Berruguete o Jerónimo del Corral:
«Tenía una amalgama notable de influencias, que le llevaron a colaborar también en diarios de la época y a promover la cultura de la ciudad», apunta el escritor e historiador Javier Burrieza. En ese último aspecto, destaca también su rescate de los pasos de Semana Santa, desamortizados de los conventos: «No solo pudo salvar varios de aquellos pasos, también se llevó a cabo, mediante varias fases, la recuperación de las procesiones generales». Para Burrieza, Agapito y Revilla «es una figura clave, esencial para entender la historia de Valladolid: una persona con mucho olfato que siempre supo dónde recurrir y con quién relacionarse».
Cabe recordar, por último, sus protestas mesuradas pero firmes frente al debate siempre politizado de las modificaciones de nombres de las calles: «Aquello le debía molestar, lo manifiesta y lucha contra esos cambios en varias alusiones que han quedado recogidas», recuerda Urrea. En efecto, el noménclator de las calles antiguas de Valladolid refleja esa vehemencia en las entradas de la calle de los Baños (hoy calle Echegaray) o la calle de los Francos (hoy Juan Mambrilla): «De lamentar ha sido siempre que se alteren los nombres de las calles, y muchísimas veces se ha censurado esa manía de los Ayuntamientos de variarlos de contínuo [sic]». Si, en un desafiante ejercicio de imaginación, concibiésemos hoy al historiador paseando por el barrio San Andrés-Caño Argales, y fantaseásemos con que, al levantar la vista, se encontrase con una placa que mostrara su nombre en una de sus calles, podemos asegurar que a Agapito y Revilla, aun ochenta años después de su muerte, no le hubiese hecho gracia alguna.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.