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Que nos encontramos ante un cambio de época, que tenemos una perspectiva nueva de ver las cosas, que tal vez mucho de lo pasado no vaya ni a regresar... forma parte del discurso casi natural de Jesús Ferrero. A ratos apasionado, a ratos melancólico, al ... autor no le tiembla el pulso al hablar de los mitos (como una manera de explicar la realidad a través de lo extraño), de la realidad (como algo que es extraño hasta que se explica mediante un relato como el mito) y, claro, de lo extraño (como algo que todavía no sabemos si devendrá en mito o realidad). Ganador del último premio Café Gijón por 'Las abismales', el escritor presentó ayer su última novela en la 52ª Feria del Libro de Valladolid, acompañado por el director del Aula de Cultura, Fernando Conde.
«La realidad, hasta que no es explicable, adquiere dimensiones mitológicas, si bien también cuando no la queremos explicar se convierte a su vez en mito», aludió Ferrero en declaraciones a los medios previas a su acto de presentación en la sala principal del Teatro Zorrilla, en referencia explícita y subrayada hacia los nazis. Con todo, pese a que su libro sea rico en interpretaciones, capas de lectura y reflexiones, el autor de 'Eros y misos' pone en primera línea de fuego la capacidad de emocionar al lector: «Hay un peligro que se puede encuentrar quien crea estar ante una novela complicada llena de referencias culturales, cuando estas no entorpecen ni siquiera la comprensión global de la historia». Hace suya la máxima brechtiana de que «el teatro debe ser un entretenimiento» y defiende esa mezcla particular entre su propia memoria literaria y «el tejido de emociones que componen esta obra», conformada por un muy nutrido elenco coral de personajes que representan las reacciones diferentes de toda la colectividad madrileña movidas frente al caos, al miedo y, claro, a lo extraño.
Ese miedo es también vertebral a la novela. Inquirido por la cita de Elias Canetti «Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido», Ferrero se mostró tajante: «La verdad no tiene brillo, suele ser gris y nos molesta, mata los colores, nos parece asesina». Esto explica, a su juicio, que no conozcamos a oradores brillantes, solo «parlanchines miserables con una nula autoridad y con discursos abominables».
«Vivimos el fin de los grandes relatos», auguró Ferrero, para quien «no tenemos un punto de apoyo sobre el que edificar una historia desde la II Guerra Mundial»; no hay barbaries como las brutalidades de aquellas guerras ni una mirada tan despreciable en los registros históricos. «Nunca la humanidad miró con tanto desprecio al otro: hay un suelo vacío y demencial sobre el que no se puede levantar ningún relato». Deploró a su vez el escritor esa pérdida de la esperanza en nuestra cultura, la fe infinita que nuestros antepasados tenían en ella y que «hoy hemos perdido para siempre».
Ferrero también abogó por la necesidad de tomar conciencia de nuestra propia especie: «Estamos solos ante la eternidad, hay que percatarse de lo peculiar que es la vida bajo las estrellas», apuntó para quien nuestra autoconciencia comienza «cuando el aire nos quema la piel, comienza la respiración que no cesará hasta la muerte y sentimos, tras abandonar el vientre de la madre, dos sensaciones contradictorias: un apego desmedido al cuerpo propio y un deseo de volver atrás, una freudiana pulsión de muerte». Ese amor-odio supone una de las grandes obsesiones de Ferrero sobre la que, asegura, volverá a escribir en un futuro próximo.
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