Alfredo Baranda, escritor
«Frente a la iconografía abrumadora del Infierno, del Cielo apenas hay nada»Secciones
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Alfredo Baranda, escritor
«Frente a la iconografía abrumadora del Infierno, del Cielo apenas hay nada»La abdicación de Dios en su hijo Jesucristo fue la hipótesis que terminó en 'Sinfonía inacabada' (Pre-Textos), la obra de Alfredo Baranda (Baltanás, 1958) con la que ganó el XXXII Premio Juan March Cencillo de Novela Breve. A partir de ahí imaginó el Cielo, ... sus habitantes, su forma de vida, sus relaciones, en un lugar que «apenas está representado, por eso quise dibujarlo». Frente a la «abrumadora iconografía del Infierno, el Cielo apenas está representado con unas nubes con un dios en sandalias». Así que Baranda escogió entre sus preferencias personales, sin límites temporales porque no hay reloj ni calendario, y convoca a Dalí, Juan de la Cruz, Arvo Pärt, Graham Greene o Leibniz a sus tertulias celestiales.
«Es un divertimento, así me lo tomo, en que la idea básica de un dios cansado de reinar, da pie a consideraciones filosóficas, psicológicas, de la física...», cuenta el autor de 'Drácula, luz de mi vida' (Menoscuarto). Si en aquella novela disolvía sus prejuicios sobre el género fantástico, en 'Sinfonía inacabada' transita la narración alegórica. «En el mundo cristiano, si eres bueno vas al cielo así que podía contar con casi todo el mundo».
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Daniel, el protagonista, acaba de morir.Debe conocer su nuevo destino de la mano de un tutor, Ignacio de Loyola, mientras consigue su Acta de Plena Ciudadanía Celestial, condición indispensable para que se le asigne la morada individual. A pesar de encontrarse en el Periodo de Readaptación y no tener aún las prerrogativas de los 'bienaventurados', Daniel inicia conversaciones con los personajes insignes que admiró en la Tierra. «Ignacio de Loyola y los jesuitas tienen vara alta en el cielo, como aquí en la Tierra, hay ciertos paralelismos.Este hombre participa en el núcleo duro del poder, tiene que asistir a reuniones, no puede dedicar mucho tiempo a Daniel».
Alfredo Baranda. Editorial Pre-Textos. 160 páginas. 15 euros.
Si la Tierra imita al Cielo o si este es reflejo de aquella es una de las discusiones que mantiene Daniel con el obispo Berkeley. Su nuevo sitio carece de gravedad, de noche, tiene una luminosidad permanente, no requiere de grandes esfuerzos, tampoco de dinero, ni de sueño. De golpe todo eso puede cambiar. Hay grupos que quieren de nuevo la alternancia día/noche. La física ocupa buena parte de las conversaciones de los primeros días de Daniel.
Hay disquisiciones filosóficas sobre Dios. «Berkeley y Green lo tienen claro: Dios es pero no está. Es una postura filosófica muy moderna del dios que crea un mundo y lo deja para que funcione a su bola. Es distinto al dios católico que está contigo, te vigila y castiga. Berkeley sortea así la crítica a la religión de un dios omnipotente que le reprocha que, siendo tan maravilloso ¿por qué deja que la gente? ¿Por qué hace un valle de lágrimas, no podía hacer algo más soportable? Berkeley afirma que Dios hizo el mundo, lo puso a rular y el mundo rula sin su presencia».
No se come en el cielo, sí se bebe, aguamiel personalizada, así se ahorran la escatología de los residuos. Sin embargo, Baranda dota a su Cielo de bellas flora y fauna, junto a obras pictóricas y musicales. Es un lugar donde cantan los pájaros en árboles de hoja perenne. «Tampoco hay insectos insidiosos. Está todo escogido para que relumbre la atmósfera de gozo».
En el Cielo «se vive bien» , a pesar de los «residuos de carnalidad que aún mantiene Daniel. En la Tierra todo el mundo quiere ser una gran figura, están llenos de aspiraciones y tienen obsesión por la individualidad. Hay una tendencia irremediable a ser el que se era».
Por otro lado, los humildes en la Tierra «el caso de Teresa de Calcuta, el de Juan de la Cruz, son bienaventurados en la Tierra que conservan su condición en el cielo». Claraval, Bernanos, Weil, Aranguren, son pensadores católicos por quienes, sin ser creyente, Baranda siente debilidad, y los lleva a su paraíso junto a Swedenborg, Boff o Cardenal, «que me interesaron de joven».
Antes del Cielo, está el Purgatorio. «Lo controlaban los dominicos, inquisidores por definición. Luego pasa a los jesuitas y lo modernizan, le dan un toque menos tétrico, introducen el frío. Pero el Purgatorio necesita una novela de 500 páginas. Es la diatriba filosófica más importante del cristianismo. No es oficial hasta el siglo XIV. Ahora está en retroceso su idea». La cuestión le apasiona al narrador alegórico. «A los padres de la Iglesia les interesa el Purgatorio para ver el sufrimiento de los semejantes. Desear que a los demás les pasen cosas malas, y lo dicen de manera explícita es uno de los goces del cielo. Te asomas a una barandilla a ver el sufrimiento de los pecadores. Creemos que las cosas son de ahora y tienen un recorrido muy largo».
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