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Juan Fernández Miranda y Javier Chicote, durante la presentación de 'El jefe de los espías', en el Aula de Cultura de El Norte. CARLOS ESPESO

Los demoledores secretos de 'El jefe de los espías': Manglano, Zarzuela y Bárbara Rey

«El libro está basado en el archivo del exjefe del Cesid entre 1981 y 1995, que pasó a la historia como modernizador de los servicios secretos, pero cometió un error de principiante»

josé luis garcía martín

Lunes, 11 de julio 2022, 19:41

Se han publicado tantos libros sobre los secretos, más o menos inconfesables, de la Transición y sobre la corrupción asociada al felipismo (o a la que siguió después) que uno más parece que no importa. Pero 'El jefe de los espías' (Roca Editorial) es una obra especial.

Debería haberse titulado, como indican los autores en el prólogo, 'Los papeles de Manglano', ya que está basado en el archivo del general Emilio Alonso Manglano, que fue jefe del CESID entre 1981 y 1995 y hombre de confianza del entonces jefe del Estado. Manglano pasó a la historia como modernizador de los servicios secretos, pero cometió un error de principiante.

No solo llevó un registro personal de las confidencias que recibía, de las entrevistas y delaciones, sino que no lo destruyó al ser forzado a dimitir y lo guardó en su casa hasta su muerte, en 2013.

Lo publican ahora, contextualizando las anotaciones, dos periodistas, Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote, ligados al periódico tradicionalmente monárquico, el ABC, y por eso mismo nada sospechosos de pretender hacer sangre con la sórdida trastienda de un período que se nos quiso pintar de color de rosa, como un milagro español que asombraba al mundo.

Las anotaciones que nos dejó Manglano son de dos tipos. Las del primero pueden resultar discutibles; las del segundo, no, y bastarían para ensombrecer la historia del principal implicado, a quien supuestamente protegía, Juan Carlos de Borbón.

Las anotaciones que recogen referencias indirectas no deben ser tomadas al pie de la letra, necesitan de una investigación adecuada. Doy algún ejemplo. José Joaquín Puig de la Bellacasa, secretario general de la casa del Rey, a las órdenes entonces de Sabido Fernández Campos, en un almuerzo con Manglano el año 1990, le informa de lo siguiente: «Sabino me dijo que iba a hablar contigo sobre una comisión de quinientos millones de pesetas a Manolo Prado y que el rey tiene cinco mil millones de pesetas en Suiza».

Manolo Prado, uno de los personajes recurrentes en este libro, le cuenta a Manglano un cotilleo preocupante: «La madre de Juan de Villalonga habló mal del rey en una cena. Contó que Sabino había dicho que no cejará en su empeño hasta que vea al rey en la cárcel».

Sabino, que «anda por ahí contando cosas», es una de las grandes preocupaciones del jefe del Estado. Pero quien más debía preocuparle más es su confidente Manglano, que registraba para la posteridad sus confesiones inconfesables. En los tiempos del «chantaje al Estado» de Mario Conde y De la Rosa, tras el robo de papeles por parte de Perote, el rey llama a Manglano: «Anson me dijo que Sabino le dijo a Pablo Sebastián que sabía con certeza que el acta de los GAL estaba en la Zarzuela».

¿Estaba o no en la Zarzuela? Unos días después el ministro Suárez Pertierra le informa a Manglano de que tal acta está en el balance de la Agrupación Operativa del 83 y parece que los que la custodian se niegan a destruirla. Del GAL creíamos saberlo todo, pero por si había alguna duda Manglano se encarga de dejar claro quienes fueron sus responsables últimos.

Gracias a estas anotaciones del fidelísimo amigo de don Juan Carlos sabemos que este fue uno de los protectores de Rafael Vera, que acabó condenado por su participación en el asesinato y secuestro de Segundo Marey. En Noviembre de 1997, inmerso en varios procesos judiciales, llama a Manglano: «Emilio, los del Banco Santander me acaban de decir que el lunes me rescinden el contrato. Esto va a producir un quebranto muy fuerte en mi familia. Ya sabes que la ayuda del Santander la tenía gracias a una gestión que hizo el rey con Botín…». A la mañana siguiente, Manglano llama al rey y el rey a Botín para que esa ayuda a uno de los principales implicados de los GAL continúe.

De dineros se habla mucho en este libro. En 1989, el entonces jefe del Estado le cuenta a Manglano que el rey saudí le dio 36 millones de dólares para la Transición y luego otras cantidades con las que poder ir haciéndose con una fortunita personal: «Le concedió un crédito de 50 millones de dólares. Se retienen unos treinta en el banco, el resto se invierten. Ganancia de 18 millones de dólares. Ahora le han renovado otros 30 en las mismas condiciones».

Y eso, repito, lo sabe Manglano no por informantes anónimos, sino porque se lo cuenta el propio Juan Carlos. La fortuna real también tiene otros orígenes. El exministro Antoni Asunción informa a Manglano, y este deja constancia de ello en sus papeles, de que «en el sumario de Roldán aparecen uno o dos talones para la Casa Real de fondos reservados». Y añade: «Ahí hay que hacer una operación de aliño fino». De algo —bastante— de ese «aliño» para burlar a la justicia se habla en El jefe de los espías.

No sale muy bien parado —por la boca muere el pez— el rey Juan Carlos de los papeles de su gran amigo, pero son muchos otros los que no quedan en buen lugar. Condenado Manglano por las escuchas ilegales en la sede de HB, el rey intervine ante el Tribunal Supremo para que falle a su favor en el recurso que ha presentado: «Emilio, tengo muy buenas impresiones sobre el fallo del Tribunal Supremo. Os van absolver».

Otra condena, la que se refiere a las escuchas que reveló Perote, resulta confirmada por el Tribunal Supremo. Y es Margarita Robles, que entonces era juez tras dejar la política y antes de volver de nuevo a ella, quien le sugiere la solución: «Emilio, habla con el rey para que hable con Jiménez de Parga y resuelva lo de las escuchas». Manuel Jiménez de Parga era presidente del Tribunal Constitucional. Y en este libro se reproduce la carta que Manglano dirigió al rey: «El favor que le pido a V. M. es que si le parece oportuno trate este asunto con el Presidente del T. Constitucional, Manuel Jiménez de Parga, con el fin de conseguir un resolución positiva del citado recurso».

En más de una ocasión habla el rey de «negociar» Melilla, que no es muy defendible, y centrarse en Ceuta. ¿Expondría también esta opinión en sus encuentros con su «hermano» o «primo» el rey de Marruecos?

De uno de los más morbosos asuntos, el que tiene que ver con Bárbara Rey (a la que a menudo se refieren como «la Parienta»), baste copiar las primeras palabras con las que Juan Carlos pide ayuda a Manglano: «Emilio, tengo que contarte algo. Estoy con Fernando Almansa, nos escucha. Verás, me llamó Barbara Rey y fui a almorzar con ella… Tuve algún gesto con ella. Le toqué el pecho. Esto pasó el 22 de junio. Pues el 1 de julio, el viernes, llamó una persona a la Zarzuela y dijo que tiene fotos. Pide cien mil dólares».

Había más que unas fotos, tres vídeos al parecer en los que lo peor no era que hiciera algo más que tocarle el pecho, sino ciertas confidencias que implicaban a terceras personas. Para solucionar el chantaje, pagado con dineros públicos, intervinieron instancias gubernamentales (la «actriz» pedía dinero, mucho dinero, y un programa en la televisión pública). El protagonista de otro vídeo famoso, Pedro J. Ramírez, se comportó en un asunto semejante de manera bastante más digna que el jefe del Estado y el gobierno español: denunció la intrusión en su intimidad y el chantaje y logró que los delincuentes fueran condenados.

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