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Borrar, cercenar, tachar, prohibir libros es una tentación que acompaña a la escritura desde antiguo. Si ahora es la corrección política o moral la esgrimida por los centinelas de la conciencia, durante siglos fue la religiosa. La Biblioteca Histórica de Santa Cruz, una joya que ... acaba de reabrir sus puertas tras un año en rehabilitación, tiene unos cientos de libros expurgados entre sus casi 13.000 volúmenes. Ane E. Galindo Azkunaga estudió durante tres años los 619 catalogados. Otros 600 esperan la criba en el depósito de palacio.
El expurgo comenzó en 1502 con una pragmática de los Reyes Católicos que obligaba a tener un permiso para imprimir libros en Castilla y para introducir los publicados fuera. La orden perdió su vigencia oficial en 1834, con la abolición de la Inquisición.
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Victoria M. Niño
A Ane Galindo, filóloga, siempre le gustaron los libros antiguos. Una profesora, Irene Ruiz Albi, le puso en liza los libros mutilados de esa biblioteca, la joya de la Universidad de Valladolid en la que estudió, y el trabajo de fin de master cimentó su tesis doctoral. Ruiz Albi le ayudó con la paleografía. «Hay censores que tienen una letra endiablada», recuerda Ane. Durante más de dos años su lugar de trabajo fue la sala que diseñó el Cardenal Mendoza para cobijar sus tesoros bibliográficos facturados desde el año 970, a los que se fueron sumando ejemplares hasta 1835. «Seguí la lista, me daban los libros de diez en diez. Usaba guantes y depositaba cada volumen sobre un sofá de libros para no dañarlos. Revisaba página a página para constatar cómo había intervenido la censura».
Los censores dejaban su «nota de expurgo en las primeras páginas»y dentro, cada uno lo resolvía á su manera. «Dependía de su delicadeza y gusto por los libros. Algunos tachaban, otros echaban tinta que corría más allá de lo que querían tapar, había quien cortaba líneas y quien, con cruces, imitando la letra de imprenta, tapaba letra a letra lo que querían ocultar. Los hay que trazan una línea oblicua sobre la página. Era tal el miedo del público que aunque se podía leer perfectamente lo de abajo, vista la línea pasaban de página. Con la ilustración el lector se hace más escéptico y no cala tanto la mentalidad del miedo».
Trabajo sin remuneración pero sí con proyección, así era la tarea del censor. Fueron varios los que cimentaron su ascenso profesional sobre los borrones o cortes en los libros de la biblioteca de Santa Cruz. El jesuita José Casani, 'visitador de librerías', fue uno de los fundadores de la RAE y añadió términos científicos al Diccionario de la lengua castellana. El colegial de Santa Cruz Juan Fernando de Barroeta (1711-1777) llegó a ser fiscal del crimen en Granada, consejero en el Real Consejo de Órdenes y regente de la Audiencia de La Coruña. El salmantino Antonio Corrionero (1544-1633) fue catedrático de Santa Cruz, oidor de la Chancillería de Granada y Valladolid, residente de la Real Audiencia de los Grados de Sevilla, obispo de Canarias para acabar en el mismo cargo de su ciudad. El burgalés José Luis de Mollinedo y Cuadra (1716-1800) ejerció de abad en Soria, inquisidor fiscal y general en Valladolid, inquisidor de Corte, fiscal de la Suprema, caballero de la Orden de Carlos III y obispo de Palencia. José de Vereterra Bracamonte, nacido en Alaejos, fue colegial de Santa Cruz y rector de la Universidad de Valladolid antes de aceptar el cargo de inquisidor, superintendente de las rentas reales y fiscal de la Inquisición. Otros censores vallisoletanos fueron Lorenzo Alaguero y Ribera, Domingo Báñez y Ambrosio de Somonte.
Los censores eran los brazos ejecutores del inquisidor general que tenía la potestad de publicar su índice expurgatorio. «Los índices crecen y cambian. El criterio es, sobre todo, religioso. Al principio no se meten en cuestiones como el sexo, luego tienden a ser más moralizantes. El índice determina lo que debe creerse ya que el terror de la Iglesia radicaba en la interpretación libre de la Biblia, solo la autoridad podía hacerlo. Su punto de partida era qué puede envenenar la mente de un católico. La brujería les preocupaba en tanto que podía verse a las brujas como iluminadas, como semilla de herejía». La susceptibilidad cambiaba hasta el punto de que Erasmo, el autor más censurado en esta Biblioteca, «primero fue muy querido pero luego se le relacionó con Lutero y su sola mención incluso como editor provocaba el expurgo. Su tomo primero fue expurgado cinco veces por cinco censores. Llegan a escribir que 'no soportan su olor'».
La sombra de Torquemada ha exagerado la quema de libros en España. «A Benito Arias Montano, poeta y humanista que acabó siendo censor, se le ocurrió que en vez de quemar todo el libro se podía expurgar y permitir que el volumen circulara. Eso permitió que quedaran ejemplares en España de libros quemados en otros países».
Los censores se postulaban solicitando serlo ante el tribunal del Santo Oficio de su zona. No era un trabajo remunerado pero sí un mérito a la hora de aspirar a cargos como el de prior de monasterio. «Debían tener un nivel intelectual aceptable aunque en algún momento algunos se quejan del deficiente trabajo de otros. La mayoría no sabía idiomas, no podía afrontar la tarea con libros ingleses o franceses. Hay documentos que permiten a algunos colegiales hacer expurgos. También hay particulares que compraban un libro y pedían permiso para censurar lo que veían impropio».
Entre los más 'depurados' está el citado Erasmo, pero también San Agustín,San Jerónimo y el propio Arias Montano, al que le intervinieron un «10% de sus libros». Pero es el expurgo de los libros de Galileo por su amigo Nicolás Riccardi el que más llama la atención de Ane. «Me emocionaba pensar que estaba tocando dos libros que habían pasado por las manos de su amigo y quizá también por las de él». Riccardi vino a estudiar a la Universidad de Valladolid y se ordenó dominico en San Pablo. Su fama como predicador llegó hasta Felipe IIquien le denominó 'el padre monstruo', «no se sabe si porque era muy grande y gordo o por su sabiduría». Riccardi le hizo algunas observaciones a Galileo que este respetó «pero aún así requirieron un segundo expurgo».
Los censores se desplazaban también a los puertos de Cantabria y Vizcaya «para revisar la mercancía, por si traían libros de Holanda. Había multa para los libreros. Los libros circulaban, había mucho tráfico».
Tanto que llegó a formarse la «biblioteca de libros prohibidos en El Escorial. Allí se guardaba un ejemplar de cada libo prohibido y el censor podía pedir permiso para leerlos». La palabra escrita se coló por las fronteras. «La censura modifica la cultura de un país pero la literatura del Siglo de oro no conoce parangón. Los escritores tenían presente la censura. No sabemos cómo sería España hoy sin el aparato censor pero tampoco cómo hubiera sido el resto de Europa que también lo tuvo». Lo que sí nota la filóloga es que España es un país «más liberal» hoy que, por ejemplo, Estados Unidos, «quizá después de tantos siglos de censura, no estamos dispuestos a admitirla».
Censurados y completos, la Biblioteca Histórica de Santa Cruz exhibe un rico fondo de 12.878 volúmenes, 4.400 legajos, además de manuscritos incunables y raros. Aunque el 'Beato de Valcavado' es un referente para medievalistas, allí puede seguirse la evolución de casi todos los saberes durante la edad moderna. Solo espera que el público la conozca.
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