Cuando se celebra el 150 aniversario del nacimiento de don Narciso Alonso Cortés me ofrecen el honor de hacer una síntesis sobre su faceta más íntima, la familiar, y por ello cojo gustosa el testigo para hacer una semblanza de su persona. Lo primero que ... yo destacaría es que mi bisabuelo fue, durante toda su larga vida, el eje vertebrador y referencia familiar por antonomasia. Junto a su mujer, Victorina Sánchez-Vicario, 'la mamaína' como el cariñosamente la llamaba, formaron una familia de diez hijos que consiguió seguir sosteniendo cuando se quedó prematuramente viudo a los cincuenta años. Ella fue su musa, su inspiración. Tanto que a su muerte en 1925 ahogó su vena poética. A partir de ese momento no hay más poesías y se concentró en la investigación histórico literaria.
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Sus raíces familiares estaban muy presentes en su persona y tuvo como maestro a su padre, don Antonio Alonso Cortés (decano y posteriormente Rector de la Facultad de Medicina de Valladolid) que le transmitió «el valor en el pensar, la firmeza en sus convicciones, no menos que el amor a la verdad y la justicia». Desde niño vivió un ambiente familiar muy favorable para el desarrollo de sus aptitudes intelectuales y posteriormente supo replicar dicho ambiente para educar a sus diez hijos e, incluso, a varios nietos que, por diferentes circunstancias, tuvieron la suerte de vivir con él en su infancia y juventud.
Su temprana afición al ciclismo le convirtió en un pionero con aquella bicicleta alemana que le compraron cuando tenía quince años y con la que en 1897 recorrió los 200 kilómetros que separan Briviesca de Santander para ir a ver a su novia que veraneaba allí. Supo transmitir esa afición velocípeda a sus hijos recorriendo con ellos las carreteras castellanas a la caza de romances y cantares populares que, posteriormente, conformarían una parte de su ingente obra escrita. La bicicleta le daba forma física, resistencia y tenacidad.
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También fue un gran aficionado al cine y para sus nietos el mejor premio que podían recibir era la invitación del abuelo para ir a una doble sesión de películas «toleradas» en el Lope de Vega o en el Coca.
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Otra de sus pasiones fue la zarzuela y cuentan sus nietos que frecuentemente, cuando le preguntaban por cosas, él respondía muchas veces cantando, ya con letra de zarzuelas, ya con habaneras e incluso algún moderno bolero.
Su faceta de «maestro» fue, en palabras suyas, «la que más satisfacciones le produjo» y esa vocación docente era también una constante en sus relaciones familiares. Durante muchos años la familia vivió en tercer y último piso del edificio de Instituto Zorrilla donde fue primero catedrático y posteriormente director. Es ilustrativo leer multitud de cartas suyas dirigidas a sus hijos en las que dedica una buena parte a interesarse por la evolución de los estudios de sus nietos, animarles en la constancia y el esfuerzo y a presumir de los sobresalientes y matrículas que obtenían aquellos nietos que vivían con él en la casa familiar de Núñez de Arce 34.
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En 1918 le nombraron catedrático de Lengua y Literatura española del Instituto Escuela de Madrid, dependiente de la Junta de Ampliación de Estudios, pero decidió renunciar al cargo ya que trasladar a una familia de diez hijos y abandonar su querida tierra natal debieron parecerle insalvables. Esta renuncia supuso su falta de proyección nacional a pesar de haber hecho llegar la historia y el nombre de Valladolid a las universidades americanas y europeas.
Su exlibris era la imagen de un labrador arando al aire los campos de Castilla coronado por el lema «Laudo tuta el parvula», «alabo las cosas seguras aunque sean pequeñas». Esa elección nos da también una dimensión de su personalidad modesta, austera, «sorprendentemente sencillo, llano como los caminos de su Castilla, insinuante y amable el tono de su palabra. Agil, esbelta, cenceña figura de nuestro maestro» (palabras del «amigo de su maestro» que fue toda su vida Gerardo Diego).
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El verano era una época de sosiego y disfrute familiar para don Narciso pues se trasladaba a su querida finca rural Vega-Alegre en Revilla Vallejera (Burgos) con hijos y nietos. Se enfundaba en su camisa veraniega de lino blanco y los días transcurrían plácida y familiarmente entre sus múltiples lecturas, paseos, tertulias, preparación de nuevas obras y las risas y travesuras de sus nietos.
Finalmente me interesa compartir otro rasgo muy señalado de su faceta familiar como era su constante dedicación epistolar. Escribía cartas diariamente, no solo por motivos profesionales sino que también era una manera de comunicarse con aquellos hijos y nietos que vivían fuera de Valladolid. Es cierto que podía llamarles por teléfono pero él prefería utilizar su principal habilidad, la escritura, para dejar un valioso legado a sus seres queridos que no podían verle con tanta frecuencia. En la familia conservamos decenas de esas cartas «cotidianas» que le permitían mantener el hilo familiar con los que estaban lejos y que, al releerlas hoy en día, son un fiel reflejo de su personalidad como padre, abuelo y bisabuelo. Siempre encabezaba las cartas de la misma manera: «mis queridísimos hijos y nietecines» y las terminaba diciendo «muchos besos de vuestro papá y abuelito que os quiere muchísimo». El decía que »las mayores satisfacciones que pueden tenerse son las familiares» y esas cartas fueron su terapia para superar las «infinitas desdichas que he sufrido», como le dijo a su primogénito Antonio Narciso en 1952.
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