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L ibrero y barman. Regente de una librería con algo más que encanto. Valentín Quevedo se mueve con soltura entre los pasillos de la librería taberna Farinelli, peculiar escaparate de títulos, reunión de lectores en busca de novela o poemario, de parejas que juegan al ajedrez, de conversadores junto a un café, un vino, un gin-tonic. Ante los clientes, siempre la duda. «Tengo la mente abierta y sé por experiencia que el que entra por la puerta no sé si viene a comprar un libro o a tomar un vino; también me llevo sorpresas, hay gente que no suele comprar libros y al tomarse un café de paso adquiere alguno para él o para regalo».
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Enclavada en La Granja de San Ildefonso, Farinelli fía el negocio editorial a algo más que esperar la entrada de lectores en una población de unos cinco mil habitantes que, como muchas de las tiendas, vive sus mejores días de la semana de viernes a domingo gracias a la segunda residencia de madrileños en la localidad segoviana. Y también a los visitantes, aunque no pocos lugareños se han habituado a traspasar su puerta con frecuencia al reclamo de literatura, café, vino, copas, algo de picar, proyecciones de cine clásico, un ajedrez en madera de olivo que invita a sentarse esperando contrincante para una partida... «Junto a Ícaro, la otra librería del pueblo, hemos abordado la publicación de libros de temática local, entre ellos uno de toponimia de Valsaín y las estatuas de los jardines», apunta Quevedo.
«Al principio este modelo sorprendió, pero luego ha calado muy bien, la gente disfruta y nos felicita», certifica Quevedo, satisfecho de la decisión que tomó hace años al cambiar su trabajo en los tribunales madrileños por este híbrido de taberna literaria. Muy presente tiene la frase escuchada a un profesional del gremio a la hora de escoger el fondo editorial: «Las librerías se reconocen más por los libros que no tienen que por los que tienen. El libro de todo trote lo hallas en una gran superficie y eso, en principio, no nos interesa, buscamos títulos que tengan más recorrido, que hayas leído hace tiempo o los has dejado pasar en su día y ahora los tienes delante».
No faltan en las vitrinas de Farinelli publicaciones de jardinería y paisajismo, «atendiendo a las peculiaridades del lugar, los jardines de La Granja; ahora estoy promocionando 'Jardinosofía', de Santiago Beruete». Precisamente este autor ofrece desde Ibiza un taller 'online' sobre jardinería y filosofía al que asisten en la librería unas quince personas una tarde por semana.
Otro atractivo es el ciclo de cine relacionado con literatura. Al coloquio posterior le suele seguir –también entre libros– una cena «en la que picamos algo». Tampoco faltan padres con sus hijos cavilando ante un tablero de ajedrez entre cervezas y zumos. Los clubes de lectura que encargan títulos son otro granero de pedidos en la oferta de Farinelli, que toma su nombre del cantante castrato Carlo Broscho 'Farinelli' (1705-1782). A petición de la reina Isabel de Farnesio, el napolitano acudió en 1738 al Palacio de La Granja para aliviar con el canto una profunda depresión a Felipe V. Ahora en la librería que lleva su nombre siempre suena de fondo música clásica de una emisora de Venecia. «Hay mucha tensión y desasosiego en la sociedad. Aquí la gente entra y se relaja» –certifica Valentín Quevedo–, que oficia de miércoles a domingo en este remanso de paz y algo más que libros.
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Iker Elduayen y Amaia Oficialdegui
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