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El 'brexit' es, en gran medida, aunque no sea la única razón, la consecuencia de una nostalgia por un pasado grandioso en el que Gran Bretaña dominaba el mundo. No en vano, llegó a controlar casi tres cuartas partes de los países y la casi ... totalidad de los mares y océanos entre la mitad del siglo XVIII y comienzos del XX. Fue, sin duda, la época victoriana –la que ocupa la segunda mitad del siglo XIX– aquella en que Gran Bretaña forjó y fijó una imagen de sí misma que aún perdura; cierto que está ya muy demacrada dicha imagen, que los tiempos no pasan en vano y que las corrientes sociales y políticas que sacuden, atenazan o gobiernan el mundo también repercuten en las islas británicas. El grandioso aislamiento de siglos pasados ya no es posible.
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El lector no debería, a pesar de lo dicho, pensar que la nostalgia por la sociedad perdida o desvanecida o disuelta en el tráfago del presente es solamente propia de estos tiempos. En los comienzos del siglo XX, cuando apenas se estaba disolviendo la época victoriana, ya encuentra el lector dicho sentimiento. Quizás, podría pensar, con mayor razón de ser pues quienes vivían en ese cambio de siglo, y de costumbres, aún tenían el recuerdo de lo que había sido Gran Bretaña solo un par de décadas atrás.
Entre quienes sintieron la nostalgia por esa sociedad que acababa de desaparecer encontramos a E. M. Forster. De familia acomodada, este dedicó su vida a la literatura. Estudió en el King's College de Cambridge. Los alumnos de esta Universidad podían enseñar en ella cuando quisieran una vez acabados los estudios. Esto le permitió, ya al final de su vida, regresar a ella para vivir en un pequeño apartamento sin tener grandes obligaciones docentes. Antes, sin embargo, pasó su vida, soltero, entre las varias casas en que vivió con su madre en Inglaterra, o en Alejandría (donde conoció al poeta Constantin Cavafis) o Estados Unidos. Viajó también por Italia al acabar sus estudios al igual que hacían sus coetáneos, por Grecia o por la India.
Sus viajes por Italia le dieron la materia para escribir 'Donde ni los ángeles se aventuran' (1905) y 'Una habitación con vistas' (1908), y su estancia en la India le inspiró 'Pasaje a la India' (1924), la última novela que publicó en vida. Además de estas, escribió 'El viaje más largo' (1907), 'Regreso a Howards End' (1910) y el libro de cuentos 'El ómnibus celestial' (1911). Dejó sin publicar 'Maurice' y algunos relatos'. La temática homosexual le pareció a Forster que le iba a traer muchos problemas en la sociedad conservadora y puritana en que vivía. Es cierto que 'Maurice' era lo que se suele denominar un secreto a voces en algunos círculos de escritores homosexuales, pero no pasó de ahí hasta que Forster falleció y Christopher Isherwood y John Lehmann se propusieron publicarla. Descubrieron además que, a pesar de las apariencias, Forster había seguido escribiendo hasta muy entrada la vejez cuentos en torno al amor homosexual. Durante años había llevado una vida secreta, sentimental y literaria, para la gran mayoría de la gente, lectores y amigos, que ahora veía la luz y, en cierto sentido, desautorizaba la opinión general sobre el escritor.
Así y todo, las novelas que publicó en vida dan cuenta de la nostalgia por un tiempo perdido. Hay quien dice que la década que vivió en Rooksnest (1882-1892), una casa que resumía en sí la esencia de lo inglés, le influyó tanto a la hora de escribir 'Regreso a Howards End' como en el modo en que contempló el mundo una vez que su madre y él se mudaron del lugar. Aquel había sido una especie de refugio que para Forster se asemejaría a lo que era el paraíso. La mudanza marcó su vida al imprimir en ella una nostalgia por un tiempo perdido, entre real y mítico, que fue una constante en su obra.
Tanto en 'Una habitación con vistas' como en 'Donde ni los ángeles se aventuran' y en 'Regreso a Howards End' los personajes se enfrentan, en novelas que son comedias sociales ligeras en apariencia, al contraste que hay entre las maneras de la sociedad contemporánea y el recuerdo, encarnado en algún personaje solitario, de lo que habían sido dichas costumbres en un pasado no muy lejano. Italia le sirve de escenario para descontextualizar lo inglés al tiempo que para compararlo con lo mediterráneo. Los personajes de 'Una habitación…' y de 'Donde ni los ángeles…' se enfrentan a sus prejuicios cuando entran en contacto con los italianos. Para los ingleses Italia es un lugar repleto de monumentos que hay que visitar con el solo objetivo de adquirir cultura de primera mano mediante la inmersión en obras que encarnan la Belleza; la Belleza, tengámoslo en cuenta, tal y como se enseñaba entonces en Oxford y Cambridge. Forster, sin ser original, sí da una vuelta de tuerca a la contraposición, tan común en décadas anteriores, entre el Norte –frío y desangelado, pero trabajador, moral y civilizado– y el Sur –bello pero algo asilvestrado, quizás mucho–, un tanto peligroso para las jóvenes británicas y donde la aventura aún es posible; en gran medida gracias a la ausencia de los convencionalismos sociales británicos. Italia es, así, el lugar del sentimiento, de la Belleza y de la libertad, aunque, eso sí, uno ha de haber tenido una educación británica para saber apreciar dicha belleza.
En los personajes ingleses el lector nota, por debajo de las apariencias, que late un miedo a perder el control de sus emociones y la sensación de que la cultura británica está degenerando pues ni el arte ni la literatura ni la filosofía actuarán de dique de contención contra la barbarie meridional o de las colonias. En esto tampoco era original el novelista. El miedo a la barbarie y a la desaparición de lo británico, en parte debido a los acontecimientos históricos de comienzos del siglo XX, en parte debido a la deriva intelectual de la filosofía europea –entre cuyos libros que mejor retratan el periodo se halla 'El malestar en la cultura', de Sigmund Freud– permea un gran número de novelas de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
No es el único tema de sus obras. En 'Regreso a Howards End' trata de los intentos de encontrar algún tipo de unión con otras personas. Así, en el pequeño mundo doméstico de esta, y de otras novelas, Forster se aventura a preguntar quién es cada personaje y lo que va a hacer; en buena medida son narraciones autobiográficas porque lo que busca en la ficción es algo que él mismo está buscando en su vida: la complejidad moral de su vida interior se ve reflejada en la ficción. 'Regreso a Howards End' es además la novela en que mejor refleja ese mundo que se desvanece reemplazado por el mundo del capitalismo y del dinero. Los dilemas morales van unidos –parece decirnos– a la civilización británica: sin arte, sin literatura, sin unas normas sociales que pongan coto a lo salvaje que albergamos en nuestro interior, no hay moral. Algo de esto hay en 'Pasaje a la India', en que un inglés se ve enfrentado a un mundo que es radicalmente otro y que carece de punto de contacto o de unión con el británico.
Forster fue un novelista fulgurante. Entre 1905 y 1911 publica cuatro novelas importantes, más una colección de cuentos, y escribe 'Maurice' entre 1914 y 1917, que deja inédita proque sabe que en la sociedad puritana en que vivía la publicación le iba a traer una gran cantidad de problemas. Luego, viene el silencio que rompe en 1924 con 'Pasaje a la India'. Sin duda, entendió que su tema literario ya estaba agotado. No debemos descartar que se aburriera de la alta sociedad inglesa, y que la comedia de costumbres en que había destacado ya no le atrajese. Fue un escritor secreto durante muchos años, en los que escribió cuentos de tema homosexual, publicados tras su muerte. Un escritor del que nos queda una nostálgica rememoración –que él sabía falsa– del final de las postrimería de una época gloriosa. El miedo al futuro lo reflejó; ese miedo que hoy resurge en forma de tribalización y de regreso a las certezas de un pasado recreado.
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