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'Antes de que llegue el olvido' es una novela cuyos personajes son escritores rusos que vivieron en la primera mitad del siglo XX. Digo 'la primera mitad del siglo XX' porque la mayor parte de ellos ya habían muerto prematuramente en 1950, debido directa ... o indirectamente a la dictadura estalinista. Sí, casi todos ellos habían muerto, pero no Anna Ajmátova, la protagonista, que en 1962 tenía 72 años y vivía en una pequeña localidad tártara, totalmente ajena a la cultura oficial soviética. Sin amigos y con una relación complicada y distante con sus hijos, Anna Ajmátova estaba muy aislada, podríamos hablar de su casi absoluta soledad. Sin embargo, al menos ya no padecía el miedo y la miseria que habían presidido su vida veinte años atrás.
'Antes de que llegue el olvido' Ana Rodríguez Fischer. Ediciones Siruela. 222 páginas. 2024. 18,95 pág.
Es entonces, en 1962, cuando Anna Ajmátova recibe la visita de unos jóvenes que admiran su obra, entre los que está Joseph Brodski. Sus visitas la rejuvenecen, le hacen sentir que su poesía sigue viva. Y en una de aquellas visitas, conversando con Brodski sobre los poetas rusos con los que mantuvo una relación muy estrecha: Mandelstam, Block, Maiakovski..., recuerda a Marina Tsvetáieva, la otra gran poeta rusa de su generación. Brodski le anima a que le dedique una gran elegía, pues sabe que sus vidas y sus obras recorrieron caminos paralelos. Le insiste en que lo haga «antes de que llegue el olvido». De esta escena hipotética, fruto tanto del conocimiento como de la imaginación, surge la novela de Ana Rodríguez Fischer que lleva este título. Y la protagonista es Anna Ajmátova, que, en primera persona, rememora a lo largo de sus páginas su relación con Marina Tsvetáieva, una relación tan intensa como distante, pues solo llegaron a encontrarse una vez, meses antes del suicidio de ésta en 1941. La novela comienza entonces, en 1941, cuando Anna Ajmátova llega deportada a Chistopol, donde espera encontrarse con Marina Tsvetáieva. Pero nada más llegar, se entera de que se ha suicidado unos días antes. Esto es lo que Anna recuerda veinte años después, en la larga carta que escribe mentalmente a su amiga muerta, con la que coincidió en muchos aspectos de su vida: ambas gozaron de una infancia feliz y ambas soportaron matrimonios decepcionantes y conflictivos. Las dos se sintieron fracasadas como madres, y las dos sufrieron el acoso implacable de la dictadura, la separación y la cárcel de sus parientes, la hambruna y el desprecio social más absolutos. Si Marina no puede soportarlo y Anna sí lo consigue, es porque sus personalidades son muy distintas: Marina, apasionada y Anna, contenida; como se refleja en la obra de cada una de ellas: Anna Ajmátova expresa los sentimientos coincidentes entre quienes la rodean y ella misma dentro de un marco narrativo, mientras Marina Tsvetáieva escribe inmersa en su propia pasión irreductible, como afirmó en esta frase: «Mi desgracia consiste en que para mí no existe ninguna cosa externa, sino que todo es corazón y destino». Esa misma diferencia de carácter es la que hace que Anna sobreviva a todas las miserias y Marina no lo consiga. ¿O es su mismo suicidio una forma poética de responder al horror? Mandelstam dijo refiriéndose a su caso: «La muerte de un artista no es una casualidad, sino un último acto de creación, alumbra, como un haz luminoso, todo el camino de su vida». Así pues, Anna y Marina representaron dos formas de enfrentarse con dignidad a la humillación de los poderosos. Y este es el último sentido de la novela: la demostración de que existe en el arte una fuerza capaz de dignificar la existencia humana. Convertir a estas dos figuras singulares en personajes de ficción, penetrando en la conciencia de Anna Ajamátova, cuya voz se escucha a lo largo de toda la novela, supone una gran osadía por parte de la autora, un riesgo que Ana Rodríguez Fischer asume con el único escudo de una escritura potente, en la que por momentos escuchamos el latido del corazón de la gran poeta rusa.
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No es la primera vez que Ana Rodríguez Fischer asume el riesgo de internarse en el corazón de un artista, pues en su primera novela 'Objetos extraviados', con la que ganó el Premio Femenino Lumen en 1995, da voz a la conciencia de una pintora, Maruja Mayo, y en 2014 publicó la obra titulada 'El poeta y el pintor', en la que Góngora reflexiona sobre un hipotético encuentro con el Greco. Pero hay otra escritora que ha presidido durante mucho tiempo el estudio y la escritura de Ana R. Fischer. Me refiero a Rosa Chacel, a cuya obra dedicó su tesis doctoral.
En 'Antes de que llegue el olvido' hace emerger del pasado a dos mujeres poetas para que ni sus obras ni sus vidas sean olvidadas. Y hay en este empeño una razón moral: la de luchar contra la desmemoria histórica, que supone la mayor de las injusticias. En España, donde todavía se deben vencer enormes resistencias para lograr que los restos de los fusilados en la Guerra Civil sean rescatados de su abandono en pozos y caminos, y puedan ser enterrados en tumbas donde figuren sus fechas y sus nombres, la oportunidad de esta novela es innegable.
Termino citando un pequeño fragmento de la novela en el que Ana Rodríguez Fischer pone en labios de Anna Ajmátova el sentido último de este empeño: «Fuimos dispersados por la tierra como naipes de una baraja, alejados unos de otros, recluidos en guaridas que se hundían en el subsuelo o desterrados a los más recónditos confines del mundo, borrados tras un muro o arrojados a una fosa, rotos y enloquecidos. Mas ni aún así nos rendimos. Por eso, quienes hemos logrado llegar hasta el final debemos acopiar fuerzas y escribir nuestros recuerdos. Para devolver a la historia a quienes fuisteis devorados por ella».
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