Fernando del Val. Carlos Espeso

Fernando del Val, entre el pulso y la respiración

En 'Ahogados en mercurio' vuelve a hacer gala de ese estilo suyo fragmentario, en diálogo con él mismo pero abierto sin ambages a las heridas del mundo

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 10 de febrero 2024, 00:26

Buscaba palabras nuevas y se encontró «astillas de mármol», márgenes, relieves, ángulos, andenes… Como si fueran los pecios de una civilización hundida, malograda, naufragada en sí misma. Buscaba maravillas concretas y halló hombres y mujeres ahogados en mercurio, sometidos a la dictadura inclemente de los ... metales. Signos de una pequeña barbarie donde todo aquello que un día creímos sólido se oxida, si no es que se licúa. A no ser que consiga, de algún modo, consignarse: quedar grabado a fuego por la palabra escrita. Por la fe de vida en medio de la incertidumbre que es siempre la poesía. O por lo menos la poesía de Fernando del Val (Valladolid, 1978), un poeta de producción pura, apenas contenida, como la barra de mercurio en un termómetro analógico, entre las fiebres y los desiertos personales. El autor de libros de poemas como 'Amanecer en Damasco' (2005) y 'Los años aurorales' (2017), o como los tres que componen su Trilogía de Nueva York ('Orfeo en Nueva York', 'Lenguas de hielo' y 'Regreso al Metropolitan'), publicados entre 2011 y 2013, seguramente su obra más personal.

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  • 'Ahogados en mercurio' Fernando del Val. Fundación Jorge Guillén. 104 páginas. 2024.

En su última entrega, 'Ahogados en mercurio', publicada por la Fundación Jorge Guillén, Fernando del Val vuelve a hacer gala de ese estilo suyo fragmentario, en diálogo con él mismo pero abierto sin ambages a las heridas del mundo, que es a la vez un intento de indagación sobre la realidad y un modo de interpretar esa misma realidad a través del lenguaje poético. Un lenguaje que no busca los sonidos de la voz entre las paredes de los palacios o entre los metales nobles, sino más bien en contraste con los silencios de los arrabales, de los suburbios. Lugares o no lugares de la contemplación donde se confunden la respiración y el pulso, el aire y la piedra, el deseo y la revolución industrial. «La melena de la lluvia» y «los paraguas de tergal». La materia, al cabo, de la condición humana.

Certidumbre en la perplejidad, los versos de 'Ahogados en mercurio', tan certera como cicateramente distribuidos a lo largo de la escasez del poema, nos hablan de la frontera invisible (pero indeleble) que separa a la destrucción del amor, como en los versos de Aleixandre. De un estilo propio que se forja con la falta de voluntad de estilo: con la renuncia al estilo en aras de la expresión del poema por sí mismo. Una muestra de la poesía como arte, en su doble sentido de estética y de iluminación, de comunicación y de búsqueda de eso que llamamos belleza, y que Platón ya identificó plenamente con la verdad. Y que añade una modulación más en la rica voz personal de este autor. La evidencia, con el ejemplo, de que, como dice el poeta, «si el arte no aspira a la verdad se convierte en aliado de las sombras».

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