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Fernando del Val, escritor
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Fernando del Val, escritor
«No me gusta nada del presente»Más que escribir, y escribe mucho, corrige. Fernando del Val (Valladolid, 1978) tiene un secadero de vanidad, una estancia en la que deja sus libros orear durante largas temporadas. Dos o tres veces al año los corrige y los devuelve al reposo. Es el caso ... de 'Ahogados en mercurio', que publica la Fundación Jorge Guillén. El manuscrito original data de hace tres lustros y ve ahora la luz.
«Me pidió Antonio Piedra un poemario. Tengo cuatro libros al 90%. Eché un vistazo a este y al retomarlo descubrí que la sensación mental de entonces es la misma que la de hoy, que la extrañeza con respecto al presente de entonces está conectada con mi incredulidad en estos tiempos. Lo cogí con reserva pero luego lo vi claro», cuenta el escritor. En ese constante corregir, Fernando gusta de dejar constancia del tiempo y, como en la restauraciones de las obras plásticas, deja catas para comparar. «Los últimos añadidos aparecen entre corchetes».
'Ahogados en el mercurio' es un título que precedió a la cita de Houellebecq que incluye –«no podía dejar de pensar en los grandes lagos de mercurio en la superficie de Saturno»–. «Entonces estaba leyendo 'La posibilidad de una isla'. El mercurio es un símbolo de lo ominoso, su significado tiene un punto de claridad y de ambigüedad». Recuerda que el primer borrador fue escrito en Ávila, después de leer «bastante» a San Juan y Santa Teresa. «Es una abstracción conectada con la espiritualidad», afirma. «Habla de la decadencia de Occidente que veo aun más palmaria en estos últimos diez años, así que es aquel mensaje subrayado y profundizado añadiendo los cambios que se han operado en mí. Es una visión sin piedad conmigo mismo», reconoce.
«No me gusta nada del presente. Antes pensaba que el error lo tenía yo y ahora creo que el error está fuera. Es una consideración del relativismo moral, del desprestigio de la verdad, ideas que ya estaban entonces y ahora las puedo defender sin ningún prejuicio. El libro tiene que ver con mi forma de pensar entonces pero llevada al límite ahora tras dos meses de corrección, de reescritura, hasta que sentí que me representaba», dice el también periodista que deja algún recado al gremio en su poemario: «agradezcamos a darwin/ que no emitiese juicios valorativos/ que se limitara a transcribir la realidad/ (no como esos periodistas que aspiran a cambiarla/ a mejor/ dicen)».
«El poeta debe corregir poemas, estructuras, estilo pero la realidad no es su materia. El periodista debe intentar comprender la realidad, corregirla no es su tarea, presupone vanidad y ese adanismo tan de moda. Quien quiere corregir y mejorar viene de los curas sin sotana. Creo que hay que cuidarse de los buenos, es más importante entender, resistir y transmitir el pasado», asegura, interesado en la realidad como «medio para llegar a lo real».
Para el autor de 'Trilogía en Nueva York' «la palabra pura no tiene mayúsculas, no existen en el diccionario, tampoco en dios», por eso su verso democratiza sustantivos propios y comienzos con la caja baja y prescinde de los signos de puntuación. «Lo mío es un verso y un ritmo muy trabajado, prefiero la palabra pura y desnuda». Lector de filosofía, sus poemas largos se decantan en aforismos conceptistas con frecuencia. «Es como la rubrica del poema, me sale sin buscarlo. En poesía prefiero todo natural, no son juegos de artificio sino condensación de una idea».
Desde su juventud le acompaña Kierkegaard, «aunque no me siento tan cerca de los existencialistas. Ellos han profundizado en la citada disolución, con ellos se terminan los sistemas filosóficos y los géneros en el arte y la literatura. En la sociedad y en la política se traduce en el fin de la jerarquía hasta hoy, cuando se habla de soberanía popular en vez de nacional, de disolución del género cuando lo que tenemos es sexo. Puedo parecer un viejo, pero es lo que pienso».
Lewis Carroll y sus espejos, con su pátina de mercurio, es convocado por Del Val como representante de «lo infantil, lo cómico. Esa actitud permite enfrentarse al relativismo. Él dice que cada uno juega a lo que quiere ser. Yo creo que estamos hechos de limitaciones más que de potencialidades, no creo que uno pueda llegar a ser lo que quiere».
A pesar de todo, 'Ahogados en mercurio' apunta esperanza «alumbra salidas: están en el arte, en el amor, en el cuerpo y la cabeza de quien quieres, en la dignidad del acto de resistir. La virtud de su propia resistencia». En la lógica del animal racional, «hay actos sin sentido aparente que, sin embargo, son civilizantes y hay que acometerlos, por ejemplo enterrar a los muertos, no comértelos. Ese es el tipo de actos que tenemos que preservar».
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