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Buscaba palabras nuevas y se encontró «astillas de mármol», márgenes, relieves, ángulos, andenes… Como si fueran los pecios de una civilización hundida, malograda, naufragada en sí misma. Buscaba maravillas concretas y halló hombres y mujeres ahogados en mercurio, sometidos a la dictadura inclemente de los ... metales. Signos de una pequeña barbarie donde todo aquello que un día creímos sólido se oxida, si no es que se licúa. A no ser que consiga, de algún modo, consignarse: quedar grabado a fuego por la palabra escrita. Por la fe de vida en medio de la incertidumbre que es siempre la poesía. O por lo menos la poesía de Fernando del Val (Valladolid, 1978), un poeta de producción pura, apenas contenida, como la barra de mercurio en un termómetro analógico, entre las fiebres y los desiertos personales. El autor de libros de poemas como 'Amanecer en Damasco' (2005) y 'Los años aurorales' (2017), o como los tres que componen su Trilogía de Nueva York ('Orfeo en Nueva York', 'Lenguas de hielo' y 'Regreso al Metropolitan'), publicados entre 2011 y 2013, seguramente su obra más personal.
'Ahogados en mercurio' Fernando del Val. Fundación Jorge Guillén. 104 páginas. 2024.
En su última entrega, 'Ahogados en mercurio', publicada por la Fundación Jorge Guillén, Fernando del Val vuelve a hacer gala de ese estilo suyo fragmentario, en diálogo con él mismo pero abierto sin ambages a las heridas del mundo, que es a la vez un intento de indagación sobre la realidad y un modo de interpretar esa misma realidad a través del lenguaje poético. Un lenguaje que no busca los sonidos de la voz entre las paredes de los palacios o entre los metales nobles, sino más bien en contraste con los silencios de los arrabales, de los suburbios. Lugares o no lugares de la contemplación donde se confunden la respiración y el pulso, el aire y la piedra, el deseo y la revolución industrial. «La melena de la lluvia» y «los paraguas de tergal». La materia, al cabo, de la condición humana.
Certidumbre en la perplejidad, los versos de 'Ahogados en mercurio', tan certera como cicateramente distribuidos a lo largo de la escasez del poema, nos hablan de la frontera invisible (pero indeleble) que separa a la destrucción del amor, como en los versos de Aleixandre. De un estilo propio que se forja con la falta de voluntad de estilo: con la renuncia al estilo en aras de la expresión del poema por sí mismo. Una muestra de la poesía como arte, en su doble sentido de estética y de iluminación, de comunicación y de búsqueda de eso que llamamos belleza, y que Platón ya identificó plenamente con la verdad. Y que añade una modulación más en la rica voz personal de este autor. La evidencia, con el ejemplo, de que, como dice el poeta, «si el arte no aspira a la verdad se convierte en aliado de las sombras».
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