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Su primer cuadro lo compró con trece años. De aquella semilla vino el plantón, la galería de arte que Rodrigo Juarranz (Aranda de Duero, Burgos, 1977) montaría en 2006 en su localidad natal con la ilusión de promover el gusto por el consumo de arte ... en la Ribera del Duero. Su padre regentó la galería Conde Duque en Madrid, clausurada tras la crisis de 1992 y él decidió, años después, 'reincidir' en su ciudad de la mano de obras de Canogar, Martín Chirino, Tàpies... Ninguna de las crisis le ha hecho desistir de su galería, orgullosamente enraizada en la Ribera del Duero y expandida a través de un proyecto vinculado a la gestión cultural tras asociarse con una librería local, Todolibro, para crear Al Contar Del Arte. En ese espacio se aúnan varias disciplinas partiendo de la literatura y la promoción de jóvenes artistas a través de presentaciones de libros, lecturas poéticas, conferencias y reuniones con emprendedores de la zona. Con cinco trabajadores en nómina y cuatro colaboradores echó a andar este proyecto. Recuerda Juarranz cuando decidió dar un viraje al rumbo de su galería a través del colectivo A Ua Crag, «que ha ayudado a potenciar la creatividad de una forma brutal; fueron y siguen siendo referencia a nivel nacional Néstor San Miguel en abstracción conceptual, Rufo Criado en algo más geométrico, Julián Valle en paisaje castellano...».
Conforme se ha ido asentando en su ámbito, la galería ha dejado de lado el mercado secundario de nombres históricos como Picasso, Miró o Tapies y, aduce su impulsor, «nos hemos centrado en los que consideramos nuestros artistas: Marcos Tamargo, autor de los retratos que le encargan desde los Premios Nobel para las mujeres galardonadas; Luis Moro, premio de Artes Castilla y León 2022, Diego Beneitez con sus paisajes tratados desde la abstracción...».
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Lejos de desanimarse porque su negocio está mayoritariamente fuera de Castilla y León y apenas supone un 15% en España –«Nos queda mucha labor por hacer educando a la gente en la necesidad de tener y rodearse de belleza»–, mantiene a pulso la apuesta de la galería por ofrecer arte al alcance de todos, «rompiendo esa consideración elitista para que todo el mundo pueda acceder a una obra de arte original por muy poquito dinero».
De vuelta de ferias en Londres o Hamburgo, y preparando las que se atisban en Ámsterdam, Berlín o Nueva York, envidia el mercado alemán, donde el 10% de la población compra arte de forma habitual. Tiene comprobado que han de darse tres condiciones «para que te compren una obra»: nivel cultural de quien se acerca a la galería, confianza en nuestro criterio y, en último lugar, disponibilidad económica «porque cualquiera puede hacerse con una obra de arte original». En el momento en que compras un cuadro, colige, «te vuelves adicto. La primera vez que saboreas la posesión de una obra de arte se convierte en algo recurrente, ves que tu entorno se ha convertido en un hogar, tienes arte que te cuenta cosas diarias, y cada día una cosa diferentes». Sabe que entrar en una galería produce demasiado respeto y mucha gente no se atreve. «No hay cosa más gratificante que intercambiar opiniones con quien entra, compre o no; este no es un negocio al uso. La gente ha de saber que necesita el arte».
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