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Más que escribir, Alice Munro esculpe las historias. Como si sacara las palabras con cincel de la masa gris del lenguaje y escogiera las adecuadas, no sin antes pulirlas, desnudarlas de adornos retóricos y dejar solo su sustancia. Unas a otras unidas en su desnudez ... y aparente 'normalidad' componen el fraseo contundente pero nada agresivo de su forma de contar. En 2013 le concedieron el premio Nobel. Algunos suspiramos creyendo en los premios y otros supieron en ese instante que había una escritora canadiense que había elevado el cuento a la máxima categoría de los galardones literarios. Que lo llevó hasta la más preciada alfombra roja. Antes, habíamos acompañado a la escritora nacida en 1931 en Wingham, en la provincia canadiense de Ontario, a las granjas de su infancia, a escuelas e institutos precarios, habíamos atravesado con sus personajes esos paisajes donde la naturaleza es tan poderosa que todo lo demás parece un accidente. Habíamos conectado con su destreza a la hora de describir vidas sin relieve. La épica de los perdedores. Su facilidad para manejar los elementos de la cotidianidad, aun los más prosaicos y su habilidad quirúrgica para profundizar en la psicología de los personajes nos resultaban ya familiares. Incluso habíamos conectado con sus orígenes escoceses en otro libro de relatos encadenados y el más autobiográfico de todos, 'La vista desde Castle Rock'. Sabíamos por ella que toda vida, por insignificante que parezca, merece la pena ser contada y que a la mayoría de sus personajes rara vez les ocurrirán sucesos extraordinarios, aunque la vida tenga maneras muy inesperadas de sorprender. Conocíamos a personajes a los que trata con una extraña mezcla de distancia y afecto, de mirada implacable y un deje de compasión.
Lumen publica ahora en castellano '¿Quién te crees que eres?', una colección de relatos publicada originariamente en 1978 bajo el título 'The Beggar Maid'. Munro no escribe novelas, salvo en casos como éste en que los relatos, por la continuidad de su protagonista principal, pueden leerse de forma independiente o como capítulos de una misma historia. Acompañamos a Rose (¿a ratos un alter ego de Munro?) a lo largo de cuarenta años desde su infancia en Hattary, un pueblo de la provincia canadiense de Ontario, durante la Gran Depresión, hasta su vida adulta, su matrimonio fracasado, las relaciones poco satisfactorias con otros hombres, sus trabajos y su continua huida. La relación difícil que mantiene con Flo, su madrastra, es otro de los hilos conductores de los cuentos. No sabemos hasta qué punto estos relatos llegan hasta nosotros tal como salieron de su pluma en su primera versión pues es conocida la costumbre de la autora de modificarlos una y otra vez presentando varias versiones de sus obras, a veces con poco tiempo de diferencia entre una publicación y otra. Lo cierto es que, aunque este libro ocupe el cuarto lugar en su extensa producción, encontramos en ella a la Alice Munro que nos captó con obras más tardías como 'Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio', 'Escapada' o 'Demasiada felicidad'. Ese sello inconfundible.
Se ha comparado a los personajes de Munro y al espacio geográfico en el que los sitúa, esas comunidades rurales canadienses que a menudo parecen aisladas del discurrir de los grandes acontecimientos con la literatura del Sur de los Estados Unidos de los que Flannery O'Connor o Faulkner serían dos brillantes ejemplos. Y la comparación tiene sentido porque ella misma ha reconocido el influjo de la autora de 'Sangre sabia' entre los autores que marcaron su vida lectora. Y, sin embargo, leyendo '¿Quién te crees que eres?' me he acordado más de 'Las chicas de campo', de Edna O'Brien. El mismo mundo rural (en este caso irlandés) en sus costumbres dominadoras, las marcas de tradiciones que asfixian pero también dan acomodo a jóvenes deseosas y temerosas al mismo tiempo de escapar al mundo. Las dificultades que desde niñas vislumbran en el hecho de que serán mujeres en un mundo dominado por los hombres. Rose llegará a ser a ratos actriz, a ratos profesora, a ratos locutora de radio y alcanzará cierta notoriedad. La que sirve para que alguien de pronto te reconozca al entrar en una tienda. Y Rose siempre se sorprenderá de ese pequeño momento de reconocimiento, a ella que apenas puede reconocerse a sí misma. Como no se reconocía en la imagen que proyectaba siendo todavía una estudiante en su novio Patrick que la comparaba con la mujer del cuadro 'El rey Cophetua y la mendiga', del pintor prerrafaelita Burne Jones, y que dio título a la edición primera del libro. Uno de esos momentos iluminadores de los que se compone la sustancia de los relatos de Munro, pequeños accidentes que nunca parecen el centro de la trama.
Como las mujeres de la autora irlandesa, las de Munro escapan, pero nunca logran escapar del todo. El tiempo acaba dejando en ellas una capa de añoranza que ni ellas mismas podrían reconocer abiertamente. «Aun así su lealtad empezaba a forjarse. Ahora que estaba segura de haber escapado, una capa de lealtad y amparo se endurecía alrededor de cada uno de sus recuerdos, alrededor de la tienda y el pueblo, el paisaje llano y anodino, un poco desangelado del campo. En secreto contrapondría esa imagen a las vistas de las montañas y el océano de Patrick, a su mansión de piedra y madera. Las raíces de Rose eran mucho más orgullosas y tenaces que las de él» (pág. 134).
Como en todos sus relatos, Munro va esparciendo frases memorables con las que de un plumazo penetra en la psicología de sus personajes o los describe en un momento de sus vidas de los que nos hace testigos. «Parecía que se tomaba en serio su estilo de niña desamparada», dice de una mujer que acaba de conocer en una fiesta (pág. 230).
A menudo los protagonistas de la autora de 'Mi vida querida' llevan como una marca de nacimiento, la de la pobreza o el desamparo, o la insignificancia y con ella se abrirán a la vida sin apenas herramientas. «Aprender a sobrevivir, a pesar de la cobardía y la cautela, de los sustos y de la aprensión, no es lo mismo que ser desdichado. Y además es interesante» (pág. 47).
Y a pesar de la distancia temporal y geográfica, a pesar de las circunstancias no solo diferentes sino incluso contrarias, siempre nos reconocemos en algún lugar de los relatos, siempre sabemos que habla de nosotros como si fuera ese testigo de una vida al que se refiere en otro de sus libros. ¿Y no es eso al fin lo que hace grande a un escritor?
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