Había quien salió de la Catedral para coger sitio en el cementerio y quien prefirió esperar a Concha Velasco allí. Había vallisoletanos con pequeños ramos de flores desde media hora antes de que la comitiva llegara. Ya entonces la Policía Municipal daba a conocer ... el deseo de la familia: querían un entierro en la intimidad. Así que todos detrás de las vallas a varios metros. «Pues vámonos cariño, que lo vemos mejor en la tele», decía un hombre a su señora, pero aquello no iba a suceder delante de las cámaras. Otra se quejaba, «venimos a acompañarla, lo que ella hubiera querido».
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Los agentes se disculpaban pero era la orden, lo que quería su familia. Sobre la lápida aún sin colocar, el primer ramo, el del grupo municipal socialista. El concejal Alberto Gutiérrez fue el más madrugador de la familia política. De los primos lejanos a los carnales, Óscar Puente, Ana Redondo, Jesús Julio Carnero, Irene Carvajal, así la corporación municipal casi al completo.
Para entonces habían tomado posiciones los refuerzos de la Policía Nacional, estos no dan explicaciones. De nuevo, marcando perímetro. Nada de fotos. Los medios fuera. Por expreso deseo de la familia, repetían. Sonaba un poco extraño, no hay tantas celebridades españolas que hayan mantenido una relación tan larga y bien avenida con la prensa como Concha Velasco, extensiva a sus hijos. Por eso los que habíamos llegado pronto, aprendiendo del oficio del enterrador que preparaba la tumba, nos mimetizamos con los cipreses para que no nos echaran.
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A los ciudadanos se les hacía difícil entender tanta prevención, cuando estaban allí para piropear a su querida Concha. Y tras los Nacionales, los agentes de paisano, los que invitan con la mirada y señalan el camino al único gráfico que lucía cámara. Cualquiera podía usar la de su teléfono, menos el profesional.
Comenzó el responso religioso, a pesar de todo. El respetuoso silencio alternó con espontáneos aplausos y vivas a la «chica yeyé», a «la mejor», mensajes de ánimos a los hijos. Luego los operarios del cementerio se convirtieron en protagonistas, la intendencia de la muerte imponía su ritmo: introducir la caja en la sepultura preparada con rodillos y cuerdas, colocar la lápida de mármol blanco con letras doradas, sellarla para después hacer invisible la piedra con un efímero jardín de flores. Los hijos se acercaron a verlo, recibieron el beso de despedida de la familia política y los ciudadanos, entonces sí, una vez amortizada la solemnidad, pudieron circular por el Panteón municipal de un cementerio público sin parecer delincuentes.
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Que Concha Velasco figure entre los ilustres es un orgullo para los vallisoletanos. Ese Panteón, mantenido con los impuestos de todos los lugareños, está entre las tumbas de miles de ciudadanos que sí tuvieron un entierro íntimo. La celebridad es muy cara, más allá de los cuartos, y el intento de rentabilizarla por nuestros regentes parece de saldo.
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