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Al contrario que los imagineros, Jorge Gil deja a la vista los esqueletos de madera de sus tallas y tapa con máscaras sus esculpidos rostros. El profesor de la Universidad de Salamanca propone al espectador en la Galería Javier Silva un paseo entre sus 'muñecos', ... dejándose mirar por sus inquietantes ojos de cristal y respirando por el vacío de sus cuerpos. Conforman la instalación 'El otro yo' que interpela sobre la identidad, sobre cuánto de nosotros es obra propia y cuánto, fruto de la interacción con la mirada ajena, con el ecosistema social que nos rodea.
«Este es un proyecto iniciado en 2017 que fue expuesto en el Museo Nacional de Teatro en 2018. Como en la galería no cabían las doce figuras, es un extracto de aquella. También estuvo en la carnicería de Monzón de Campos, un espacio del proyecto Néxodos, que lleva Javier Ayarza. Allí me interesó cómo las figuras se relacionan con las paredes de azulejos y el carril de despiece, que le daba una aire dramático. En cambio en la galería es mucho más neutro», explica quien se siente más artista que escultor. «Ahora casi todos somos multidisciplinares. Esculpo, grabo, dibujo, hago dioramas, pero estoy enfocado a la instalación, una idea más expandida que la estatua. Me interesa la obra y su contexto espacial».
En ese alrededor, Jorge Gil propone un juego al espectador, que paseé entre las esculturas y que su sombra forme parte de la obra. Los puntos de luz son tan importantes como las figuras, cuyas siluetas también se proyectan sobre las paredes.
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Desde hace tiempo Gil investiga en la identidad, «grupal, social, individual, sobre cómo la construimos; la presencia de lo importado en nosotros, la huella del barrio, de la familia en nuestro subconsciente». Así que sus imágenes tienen rostros y manos de amigos y familiares que le permiten hacer moldes de sus caras. «A veces también de gente que no conozco, les pido que sean mis modelos y pago por ello», declara. Esa individualidad la trata al revés que la imaginería tradicional. «Los rostros trabajados los tapo con una careta, que es el molde de mi cara. Cubro lo que antes se veía y distingo el material precario. Son personajes con una parte reconocible y otra extraña pues todos van con careta a través de la cual se ven unos ojos que nos miran. Sugiero la ocultación de las acciones que nos son propias, igual que todos tenemos un instinto asesino y no lo mostramos».
Los ojos de cristal, la idea del muñeco enmascarado y el tamaño natural de los mismos genera «inquietud, fobia, ternura, desasosiego». La exposición en la galería Javier Silva incluye tres maquetas de los personajes en hornacinas. «Hay marionetas de hilos, vírgenes de candelero o de vestir y otros más andróginos. Uno de estos tiene que ver con la leyenda del hombre de palo de Juanelo Turriano, el relojero del emperador, un mendicante que sería el primer autómata que circuló por las calles de Toledo en tiempos de Carlos I». El diorama fue su laboratorio para «indagar en la luz y en el discurso que construye el espectador a partir de la disposición de las figuras».
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