![Villalar sumaba en la lucha por la libertad](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202002/08/media/cortadas/villalar1-kc3B-U10091194169TLD-984x608@El%20Norte.jpg)
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Puede parecer sorprendente, pero durante más de cien años, la única división de pareceres en torno al simbolismo de Villalar de los Comuneros se daba entre quienes lo consideraban un movimiento revolucionario provocado por el despotismo de los poderosos, con Carlos V a la cabeza, y los que, precisamente por eso, lo denostaban por haber cuestionado el designio imperial del monarca. Es más, en la memoria histórica de los españoles que impulsaron «Las Luces» de la Ilustración y el liberalismo, Villalar significaba mucho más que una derrota ocurrida el 23 de abril de 1521. Era, ante todo, un movimiento revolucionario y popular, con su epicentro en las cuencas del Tajo y del Duero pero, al mismo tiempo, universal. Un referente histórico, en suma, de lucha del común por las libertades. De ahí que pudiera ser esgrimido, como símbolo y mito, por los liberales que hicieron frente al absolutismo, por republicanos que consideraban la monarquía un obstáculo para la democracia, por antifranquistas comprometidos en la recuperación de las libertades y por regionalistas para quienes el centralismo estaba en la base de todos los males que acechaban a las tierras castellanas y leonesas.
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Joseph Perez, máximo especialista en este episodio histórico, ha demostrado con creces el contenido revolucionario de la rebelión comunera, basado sobre todo en la voluntad de que la nación participase activamente en el gobierno a través de unas Cortes más representativas, y en la propuesta de arrebatar al rey la realidad del poder para entregarlo a los representantes del reino. Revolución comunera que pasaba, desde luego, por modificar el binomio rey-reino de aquel momento: como el rechazo comunero a la política imperial se justificaba por el sacrificio que suponía tanto del bien común como de los intereses propios y legítimos del reino, urgía modificar la relación con el rey para, de este modo, facilitar la participación directa del reino en los asuntos políticos.
Ello exigía, evidentemente, dotar de mayor representatividad y eficacia política a unas Cortes maniatadas, desde antiguo, por el poder real, para pasar a ostentar un papel preponderante. Por eso el ideario político comunero establecía un contrato tácito entre el rey y el reino, en virtud del cual, éste dejaba de estar por encima de la ley y debía cumplirla en igual medida que los súbditos. No otro fue el aliento que animó a quienes se rebelaron contra Carlos V en todas las provincias que conforman la actual comunidad autónoma, incluida León, donde Ramiro Núñez de Guzmán encabezó la revuelta comunera contra la familia de los Quiñones, encabezada por Francisco Fernández de Quiñones, conde de Luna.
Proscritos los comuneros y perseguidas sus ideas tras la derrota de Villalar y la caída de Toledo, la memoria de su gesta siguió presente y latente entre quienes compartían sus objetivos de incipiente voluntad liberal. Por eso, al igual que ocurrió con el episodio de las Germanías en Valencia y como sucedería más adelante con Juan Martín Díez, 'El Empecinado', el ejemplo de Padilla, Bravo y Maldonado sirvió a los liberales de principal antecedente histórico en su lucha contra la tiranía absolutista, personificada en Fernando VII, a los republicanos para alentar sus diatribas antimonárquicas, y a los antifranquistas y regionalistas de los años 70 para reivindicar un legado histórico de peso en su combate por las libertades y contra un centralismo al que achacaban haber desangrado, en hombres y recursos, estas tierras.
Fueron precisamente los regionalistas y autonomistas de los años 70 quienes introdujeron un ingrediente reivindicativo nuevo a ese mito universal que era Villalar: la identificación con un territorio concreto. Bien es cierto que quienes entonces reivindicaban la autonomía política para las once provincias de Castilla la Vieja y León incidían más en el componente de lucha popular, antiabsolutista y anticentralista de las Comunidades que en la identificación, históricamente insostenible, con un territorio que, pensaban, no podía quedarse al margen de la nueva distribución territorial del poder que exigían para sí las supuestas «nacionalidades históricas».
Las turbulencias de la preautonomía, derivadas sobre todo del predominio de las identidades provinciales y de las discrepancias de leonesistas y segovianistas, se produjeron a la par que las multitudinarias reivindicaciones autonomistas en la campa de Villalar. No sería difícil, sobre todo tras la fijación del 23 de abril como fiesta oficial de Castilla y León (Ley 3/1986), que quienes pugnaban por salir de la Comunidad Autónoma terminaran vaciando Villalar de sus componentes de reivindicación liberal y anticentralista para presentarlo, básicamente, como la avanzadilla simbólica de una configuración político-administrativa y territorial con la que no comulgaban.
La tortuosa dinámica histórica de nuestra preautonomía, desarrollada en pleno festival de identidades regionales, provocó que aquel aglutinante de voluntades contra el centralismo deviniese en motivo de división para quienes discrepaban de la configuración territorial de Castilla y León.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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