Lo de desescalar en Semana Santa, que está a la vuelta de 42 días de nada, puede sonar esperanzador si se atiende a algunos indicadores. Por ejemplo, a esa incidencia acumulada a 7 días que se ha convertido en el nuevo termómetro epidemiológico y que ... muestra una tendencia a la baja que alivia el ánimo. Desde el 1 de febrero ha disminuido de 554,5 hasta 182 casos por cien mil habitantes. Todo lo que supere los 125 en este factor implica que el riesgo sigue siendo «muy alto» y hasta por debajo de 10 no empieza lo que se llamó en verano de 2020 «nueva normalidad». Pero entre el muy alto y la neonormalidad hay grises, y en esos grises se permite la vida con más desahogo.
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El 'pero' aquí se encuentra en otros indicadores. Porque la rebaja de la incidencia provoca, unas semanas más tarde, que el saldo de hospitalizados empiece a ser negativo. Abandonan las plantas y las UCI más pacientes de los que entran y eso permite recobrar cierta actividad. Lo que pasa es que la estancia media en las unidades de críticos es de 21 días y la recuperación, en un ámbito sanitario sometido a un estrés pandémico salvaje durante once meses, es mucho más lenta. La proyección de las cifras, basada en el ritmo de desocupación de las UCI de la segunda ola, muy similar al que muestra la tercera, augura un riesgo real de alcanzar la Semana Santa con en torno a 200 pacientes ingresados en UCI.
Una barbaridad.
Cuando la Navidad hizo su aparición y las comunidades abrieron la mano a las reuniones de «allegados», los desplazamientos más allá de límites perimetrales y demás, Castilla y León tenía a 145 personas en las unidades de críticos. El descenso de la segunda ola no se había parecido en nada al de la primera, cuando se pasó del pico de camas ocupadas de críticos, 353 el 2 de abril, a bajar de 100 el 15 de mayo. 253 pacientes menos en 43 días. El ritmo de desalojo era entonces de casi 6 pacientes menos al día -más rápido conforme pasaban las jornadas-, mientras que en la segunda ola la reducción fue de 2,40 pacientes diarios de media.
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Desde el pico de ocupación de UCI de la segunda ola, 248 contabilizados el 20 de noviembre, hasta el mínimo logrado antes del repunte, 130 el 8 de enero, transcurrieron 49 días.
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Con esa misma proporción, Castilla y León arribaría a Semana Santa con cien pacientes menos de los que ahora tiene en críticos (294), alrededor de los 200. Un punto de salida, en caso de un nuevo rebrote o cuarta ola, más peligroso aún que el que se tenía cuando prendió la tercera ola.
Y de nuevo el dilema que ya se presentó en Navidad, con unas vacaciones familiares en lontananza y la incidencia acumulada en cifras, es de esperar, muy bajas. Tanto como lo eran en Navidad: 83 casos por cien mil habitantes, a siete días, en Nochebuena, era la media de Castilla y León. 58,72 para acabar el año. Dos semanas más tarde era de 489. ¿Se podrá desescalar algo?
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Panorama de la covid en gráficos
La Junta ha prorrogado las restricciones a la hostelería, centros comerciales y gimnasios hasta e 23 de febrero, y continúa vigente el cierre perimetral de la comunidad autónoma y de las provincias, además de un toque de queda a las 20 horas que pende del hilo del Tribunal Supremo, que vuelve a reunirse hoy. Y para reducir niveles de riesgo hay que «consolidar» las cifras, según han explicado ya en ocasiones el vicepresidente Francisco Igea y la consejera de Sanidad, Verónica Casado. Es decir, no basta con bajar la incidencia. Esa rebaja debe sostenerse en el tiempo.
En el ámbito hospitalario, las buenas noticias se encuentran en los ingresados en planta por covid. Ahí el pico se alcanzó el pasado 1 de febrero, cuando se registraban 2.096 pacientesingresados en los centros hospitalarios por culpa del Sars-Cov-2. En dos semanas se ha quedado en 1.308. Eso quiere decir que los ingresos en planta sí que bajan a un ritmo similar al que tenían en plena curva ascendente. Casi 52 personas desocupan estos espacios. Relevante, si se tiene en cuenta que han llegado a suponer la mitad de las camas ocupadas y casi un tercio de la capacidad total de los hospitales de la comunidad autónoma.
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El delegado territorial de la Junta en Valladolid, Augusto Cobos, explicaba ayer, con las cifras de la provincia, la paradoja a la que se van a enfrentar las autoridades en breve. «Sin fallecidos por covid-19 en las últimas 24 horas en los hospitales de Valladolid, y con los contagios bajando, la situación en los hospitales sigue siendo muy difícil. No podemos relajarnos si queremos salir de la situación de riesgo muy alto».
Y es que para abandonar el riesgo muy alto, que es el nivel que permite añadir restricciones adicionales como el cierre de la hostelería, no solo hace falta que la incidencia de los contagios baje. Debe existir una mejoría en los indicadores de ocupación hospitalaria, tanto en camas de planta como en camas de críticos.
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Por el momento, solo Burgos y Segovia han bajado del nivel muy alto al alto en el criterio «ocupación de camas de hospitalización por casos de covid», al situarse por debajo del 15%.
Con todo esto, eliminar algunas restricciones parece una posibilidad cercana, pero el aligeramiento de la carga en los hospitales aún va para largo y los sanitarios temen que, antes de que llegue, aparezca una cuarta ola. Ese es el gran riesgo.
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