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Este lunes de compras ni era solo un lunes ni era solo un día de compras. Porque un día de 'me acerco a ver qué hay' no te reciben cien empleados de El Corte Inglés con una ovación, ni uno de ellos cierra los ... puños en señal de victoria, ni devuelves las palmadas, ni se emociona Begoña, una dependienta que aplaude con chispas en los ojos por encima de la mascarilla, cuando una clienta se planta en medio y rinde a los aplaudidores su propia ovación.
Este lunes es, durante los tres minutos en los que no dejan de entrar clientes cobijados bajo una salva de aplausos, un pequeño homenaje colectivo. Un «aquí estamos». Un «ya falta menos». Luego, recién apagadas las palmas, se escuchará un «¡vamos!» y un «¡a por ello!», arengas que son, en realidad, felicitaciones por haber llegado hasta aquí. Por haber vuelto a trabajar tres meses después. Porque este lunes entraron los 315 trabajadores de El Corte Inglés, de los 1.200 que tiene en Valladolid, que aún permanecían en ERTE, y los 95 de firmas de ropa o cosmética que se alojan en los tres centros de la casa en la ciudad.
Y los de los locales de Vallsur, todos los que venían funcionando antes de la pandemia, aseguran. Y los de Río Shopping, que decidió no cobrar rentas y gastos para asegurarse de que ayer, tres meses después, estuvieran de nuevo todos en lo que fue como una reapertura. También con ovación desde las escaleras de acceso, con cojines de IKEA con forma de corazón.
«La gente tenía ganas de salir, de sentirse un poco libre», comenta alguien entre el barullo. Y se percibe. No solo en los centros comerciales, convertidos en el gran foco de regreso a la normalidad relativa de esta fase 2 en Castilla y León. También en el tráfico, poco a poco más intenso. En las terrazas y en los bares que ya pueden atender en el interior. En los restaurantes, que inauguraron temporada con la esperanza de ver crecer el aforo a medida que se reduzca la dichosa pandemia. En las calles, pobladas de gente con mascarilla en un paisaje cuya distopía se hace cada vez más cercana. Más real, casi. Más asumida.
Coronavirus en Castilla y León
En esas mismas calles, sin embargo, se observan las cicatrices económicas que el virus ha dejado a ras de suelo. En el día grande de los centros comerciales, muchos escaparates lucían los temidos «se alquila», «se traspasa» o, directamente, las 'cortinas' de papel de estraza y suciedad que tantas veces anuncian la ruina sin nombrarla.
«Cóbranos, nos lo llevamos», dicen dos mujeres que salen del probador de la planta de Señoras de El Corte Inglés a las 10:27, tras una compra exprés. «Sí, claro, pasen a la caja», les invita la dependienta. Les cobrará otra compañera, porque el protocolo le obliga, nada más salir las mujeres del vestidor, a coger el 'fluflú', «sin lejía», repasar las paredes, el taburete y los pomos y, acto seguido, pasarle la plancha con vapor desinfectante a la ropa que se han probado y no han comprado.
Las colas ordenadas y distanciadas, tantas veces vistas en supermercados y tiendas de barrio durante estos tres meses, pero más largas, se unen al batiburrillo de mascarillas y a la presencia constante, como hongos otoñales, de botellitas de gel hidroalcohólico por todos lados. La gran prueba será el sábado, el primer sábado post-pandemia para los centros comerciales. Y con Rio Shopping cerrado porque en Arroyo es festivo, lo que derivará clientela hacia sus competidores. Y todo esto con el aforo reducido por seguridad.
Antes de eso, este lunes permite a Vallsur estrenar alfombrillas de entrada para desinfectar las suelas. En El Corte Inglés han instalado unas cabinas de luz ultravioleta para la ropa. En Rio Shopping han acordonado los sillones del pasillo central, ese alivio de pies cargados de bolsas, y han colocado 40 papeleras exclusivas para guantes y mascarillas, la próxima gran plaga medioambiental de las ciudades. «Si un cliente necesita un calzador, luego desinfectamos el calzador», dice el encargado de zapatería.
Es la obsesión por la pulcritud que se ha convertido en el nuevo gran reclamo de los centros comerciales. Rebajas, compras a plazos y, por encima de todo, ni un paso en falso.
La cajera cobra a las dos mujeres, las despide amablemente y, acto seguido, coge el espray, sale de su cubículo y limpia la mampara protectora por el otro lado. En la planta baja, una dependienta de perfumería, aún sin clientes, se esmera en frotar cada esquina del expositor con una bayeta. Donde se levante la vista aparece gente limpiando.
A las 9:34, mientras tres personas ya hacían cola en la puerta, los trabajadores de El Corte Inglés se encontraron en su acceso «prohibido a toda persona ajena» unas marcas en el suelo para que no se amontonaran al bajar o subir las escaleras. Junto a la garita, también protegida por una pantalla y el botecito de gel, una compañera les apuntó con un termómetro digital antes de pasar al siguiente nivel. Infinidad de letreros que advertían de llevar la mascarilla, de lavarse las manos, de mantener la distancia. Luego, casi un centenar se congregaron en el vestíbulo. Saludos efusivos a distancia, con los ojos y las cejas convertidos en traductores de emociones, «¡cuánto tiempo!», «¡al fin!». Cubremascarillas para matar el azul quirófano, para hacer más llevadero el agobio, o guantes a juego con el uniforme y la marca de cosmética, como los rojos de la empleada de Clarins. Nervios. Una cuenta atrás de diez segundos. Los clientes que entran, con el punto de rubor de ver tanta gente esperando, y el aplauso que rompe para inaugurar la fase 2.
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