He aquí la constancia hecha persona. Elena Briongos (Peñalba de Castro, 1962). Desde enero de 2019 preside la Federación Salud Mental Castilla y León. Por primera vez ha admitido que un medio de comunicación le entreviste en su pueblo, en su ecosistema más particular y ... familiar. «Porque es mi tiempo ya. Estoy muy orgullosa del sitio en el que estoy, pese a que quedamos muy poca gente ya: pero es mi espacio, es mi sitio y es donde yo me he sentido persona, donde me he arraigado y donde siempre he sido alguien, donde siempre he sido Elena». Su unidad familiar la integran ella y su madre, de 95 años. Y desde Peñalba de Castro (medio rural en estado puro) desarrolla una labor que le ha convertido en referencia en España en la lucha a favor de las personas que padecen alguna enfermedad vinculada a la salud mental y por tratar de que los diagnósticos sean más y más efectivos en tiempo y forma.
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–¿Cómo supo a sus 18 años que tenía una enfermedad mental? ¿Qué cambios experimentó hasta que le diagnosticaron?
–De comportamiento, fundamentalmente, un cambio brutal. No dormía, no comía. Hacía un ejercicio exagerado... Me cambió la vida.
–¿De manera radical?
–A los 14 años me marché de Peñalba de Castro (Burgos) a Barcelona. Allí estudié y trabajé hasta que, a los 18 años, me explotó en la cara la salud mental. Con 18 años yo me estaba buscando a mí misma; estuve en una comunidad de ocio y yoga y eso fue el detonante de mi enfermedad mental. Hace 41 años la enfermedad mental era algo desconocido. ¡Es que ni la Seguridad Social la tenía en cartera!
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–¿Y usted no se había parado en ningún momento a leer algo de ello, no había escuchado nada?
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–Como tal enfermedad, hasta entonces no. Hombre, te planteas las emociones, te planteas que tienes una rabia a veces que no controlas... Conoces un poco el mundo de las emociones, porque eso yo creo que todos lo conocemos; que lo enfoquemos hacia un lado u otro es distinto. Pero la enfermedad mental por entonces, a mis 18 años, no me la había planteado nunca.
–Pero su caso demuestra que la recuperación de una enfermedad de salud mental es posible.
–Empecé a frecuentar las asociaciones que tenían que ver con esto y me empezó a gustar lo que se hacía en ellas. Intenté conocer más y una amiga me dijo que las personas que estábamos con un diagnóstico de enfermedad de salud mental podíamos acceder a juntas directivas. Me presenté en la de Aranda de Duero a un puesto de vocal. Lo de dedicarme a los demás fue como un paso muy lógico: me basaba en conocer a otras personas de mi entorno, después de fuera de él y así te vas encontrando con otras.
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–Lógico desde su óptica, pero en una sociedad cada vez más individualista e internetizada, entienda que no es lo habitual.
–Me gusta lo que hago y me permite estar en mi pueblo, al que volví por obligación, porque ni en Barcelona ni en Madrid podía, y desde aquí el hecho de viajar a Valladolid, a Madrid, a Bruselas con la actividad que desarrollo en Salud Mental de Castilla y León, me abre un abanico de posibilidades representando a un colectivo que necesita ser representado. Y doy fe de que la recuperación de un enfermo de salud mental es posible.
–¿Familia y seres más cercanos qué papel juegan en la recuperación?
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–El entorno más cercano es básico. A mí mi madre, pese a sus casi 95 años, con un ictus desde hace tres, me sigue enseñando cosas. Me quiere. Cualquier cosa que yo haga ella lo valora. Siempre he dicho que mi familia a veces no entiende lo que yo hago; es normal, porque lo mío va más allá de un voluntariado, tanto en horas de dedicación como en implicación, pero mi familia me apoya en todo, en todo. He tenido la suerte de cuatro hermanos, una chica y tres chicos, y siempre he tratado de tender puentes con ellos.
–Usted ha escrito: «Nadie que no haya pasado por un sufrimiento psíquico intenso puede imaginar el paso de necesitar cuidados a ser cuidadora». ¿Queda mucho por concienciar a la sociedad?
–Bastante, bastante. Es que una persona que no haya pasado por una crisis emocional no sabe lo que es. Yo estuve casi diez años con un sufrimiento contínuo y muy fuerte. Lo que no sé es si usted ha leído esto como algo negativo.
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–No, no. ¿Por qué lo dice?
–La empatía la tenemos todos: si yo le explico a usted cómo es una crisis mía, va a poder ponerse en mi lugar de alguna manera. Pero, claro, si a mí me está explicando algo que he vivido y he pasado, le voy a entender rápidamente y voy a intentar ayudar. Pero es difícil: el tema de la Salud Mental no es fácil y para eso estamos las asociaciones. Cuando vas a alguna, te sientes acogida. Allí hay gente que habla el mismo lenguaje que estás hablando o que puedes llegar a hablar: medicamentos, noches en blanco... Eso te da sensación de acogida y de ver que hay gente que está pasando lo mismo que tú.
–¿Es más invisible una enfermedad de salud mental en el ámbito rural que en el urbano?
–Hay un concepto distinto. Tiene más estigma en el pueblo, pero también tienes la parte de apoyo y ayuda que propicia la cercanía, la vecindad. Y ayuda física y acompañamiento, también.
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–¿Es una enfermedad que no distingue de sexos o se complica más siendo mujer?
–Sí, se complica más, mucho más. Yo he tenido que dar algunos golpes sobre la mesa. Pero eso pasa a nivel de sociedad en general, no solo en el entorno rural. A una mujer nunca le dicen que se vaya a una asociación para que se forme y pueda hacer informática o asistencia personal y sin embargo a los hombres, sí. En las asociaciones hay más hombres que van a las actividades que mujeres.
–¿La autoridad laboral está concienciada de que la salud mental es un problema que no distingue a quien trabaja de quien no lo hace?
–Estamos trabajando para que así sea, haciendo itinerarios laborales, encuentros con empresarios para concienciar... La gente que ahora viene a nuestras asociaciones tiene un perfil muy distinto al que podíamos tener hace 40 años. Por todo. Entonces, yo espero que las asociaciones sean un sitio donde poder estar y saltar de ellas a la actividad ordinaria de nuevo, a vivir por tu cuenta. Y ojo, que esto que digo no es utopía, ya se está haciendo.
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–¿Cuánto impiden la vergüenza o el miedo al qué dirán un diagnostico a tiempo de una enfermedad de salud mental?
–Pasa mucho tiempo hasta que aceptas que tienes un diagnóstico en salud mental, que muchas veces ese diagnóstico es crónico.
–¿Está el sistema sanitario público preparado para plantearle un problema de salud mental?
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–Necesitamos muchísima más atención en salud mental en general. Faltan recursos, especialistas... Pero lo que pedimos a la Sanidad pública también son alternativas en tratamientos.
–¿Alternativas? ¿Cómo cuáles?
–No solamente consiste en medicinas y especialistas sino que hay otras muchísimas materias, que en las asociaciones sí se tratan, como el empleo, la vivienda, la sexualidad, el género... La salud mental es un asunto transversal. En la Comunidad Valenciana hay ya un programa perinatal: se trata a la madre y al niño que está gestando, y continúa luego durante toda la vida.
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–Pero, si en la calle no distinguimos entre salud mental y trastorno mental, entenderá que es muy difícil concienciarse del problema.
–Pues para eso están el Sistema público de Salud y las asociaciones.
–Si alguien nos enseñara a distinguir eso, ¿se avanzaría en diagnósticos, tratamientos...?
–Ahora mismo estamos poniendo mucho el foco en gestionar las emociones desde el principio: que haya clases donde se nos enseñe a vivir, que sepamos controlar las emociones, que sepamos lo que son y lo que nos van a aportar o no. Eso es vital, ¿eh? Es que a veces tratamos temas de vida como si fueran temas sanitarios.
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–Gestión de emociones, ¿cuáles?
–La rabia, la tristeza, sentirte mal... Todo normalmente tiene una causa. Se trata de que sepamos por qué tenemos esas emociones. Nos dicen siempre que las emociones no son buenas ni malas, simplemente están ahí para avisarnos de un problema o de otro tipo de sentimientos que tengamos. Entonces, si desde la niñez en las escuelas se nos hablara de la muerte, de que la vida no va a ser siempre felicidad, sino de que tus padres no van a estar siempre, de que vas a tener que cambiar de trabajo o de lugar de residencia... Esas cosas, que normalmente antes nos las enseñaban los padres y estaban ya en el ADN de esto, ahora no; la sociedad es distinta y hay que adaptarse. Si desde niños nos enseñaran a gestionar nuestras emociones, de mayores nuestra salud mental mejoraría, claramente.
–¿Quién nos tiene que enseñar?
–Es que en las asociaciones hemos empezado a tratar la salud mental desde la infancia. Y luego desde los 18 a los 65 años, a los que están en ellas. Y después de los 65, en residencias, que ya las hay nuestras que tienen de 20 a 25 plazas...
–El sistema educativo depende los políticos; el sanitario, también. Ustedes llevan tiempo llamando a la puerta de los políticos. ¿Con qué resultado?
–Pues al menos nos han escuchado, que ya es bastante. Unas veces nos hacen caso; otras, no. La Junta de Castilla y León nos está apoyando. Por ejemplo, el tema del asistente personal es en colaboración conjunta con ellos, que la Ley de Dependencia en esta comunidad contempla la asistencia personal. Pero estamos empezando. Hace falta mucho más.
–¿Cuánto ha acelerado la covid la aparición de casos?
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–Ya estaba antes, pero con el confinamiento y la pandemia han surgido muchas cosas que antes no se veían. Y también está el tema de que falle el empleo. O la sequía, que es terrible, porque con el calor que ha hecho este verano se potencia la aparición de determinadas impresiones, sensaciones y emociones que empujan la aparición de casos de Salud Mental. Por eso nos faltan apoyos económicos, pero también de reconocimiento y de luchar contra el estigma, que está ahí.
–¿Por qué?
–Pues, porque, por ejemplo, se le trata de muy distinta manera a una persona que se le dice que tiene un cáncer u otro tipo de patología que cuando alguien dice que tiene un diagnóstico por Salud Mental. Esa barrera queremos romperla y es un proyecto que tengo para sacar adelante, para luchar por romperla.
–La internetización de la vida, ¿ayuda, complica?
–Los adelantos tecnológicos son herramientas, pero hay que saber utilizarlas bien.
–¿Y los jóvenes?
–Ellos se acercan a esto de otra manera y reconocen antes si pueden tener un problema de salud mental. Lo que pasa es que es muy difícil porque la sociedad en la que viven es muy diferente a las que ha vivido la generación anterior a ellos y adaptarse a esta nueva sociedad les complica mucho el día a día. Ójala la Seguridad Social se ocupase de la juventud desde el principio. Yo confío en el futuro, no porque piense que va a ser bueno, sino porque antes han confiado en mi futuro. Hay que confiar en el futuro de los jóvenes de hoy y, también, porque básicamente hay gente buena por el mundo.
–Tantos años tratando de concienciar y ayudar sobre la materia, ¿ha tenido tiempo de pensar qué quiere ser de mayor?
–Sí, sí: tengo dos objetivos, casi retos. Uno, crear una casa de ocio para personas que tengan un problema de salud mental y para eso tengo en mi pueblo una tierra y un nogal que me dejó mi padre; no tengo financiación aún para ello y no sé si tengo fuerza, pero el objetivo está ahí. Y el otro, poder se la primera mujer y la primera persona con diagnóstico, que dirige Confederación de Salud Mental España.
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