![Alejandro Nieto, en su casa de Tariego de Cerrato (Palencia).](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202208/27/media/cortadas/alejandro1-kdAG-U1701073320391LKI-624x385@El%20Norte.jpg)
![Alejandro Nieto, en su casa de Tariego de Cerrato (Palencia).](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202208/27/media/cortadas/alejandro1-kdAG-U1701073320391LKI-624x385@El%20Norte.jpg)
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He aquí un sabio. Por edad, dignidad y gobierno, las tres cualidades que el viejo dicho castellano reserva a los mayores. Alejandro Nieto que, a sus 92 años, y después de haber recorrido el mundo como jurista, ha encontrado en Tariego de Cerrato (Palencia), donde ... hunde sus raíces familiares, su espacio. Sus 92 años le dan sapiencia por lo vivido. Su Cátedra de Derecho Administrativo en las universidades de La Laguna, la Autónoma de Barcelona, la de Alcalá de Henares y la Complutense de Madrid le otorgan el reconocimiento internacional. Y sus décadas de profesor, sus siete años de abogado en ejercicio, sus tres años como presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y sus etapas de vicerrector y decano le confieren una indiscutible 'auctoritas', plasmada en varios textos jurídicos y ensayos. El último publicado, 'El mundo visto a los 90 años'.
–He de empezar preguntándole si es verdad esa máxima de que el tiempo lo cura todo.
–No. Cura muchas cosas, pero enferma otras y muy importantes. Empezando por la salud.
–¿Y el tiempo ayuda al olvido?
–En mi caso, sí. Y supongo que en general; aunque, para algunos, al contrario: cuanto más viejos, más se aferran a los recuerdos.
–Siendo ya nonagenario, ¿podría llegar a faltarle tiempo para algo en la vida?
–Tampoco. Si mi vida se alarga, puedo seguir intentando hacer cosas, pero no con sensación de que es necesario. Lo que tenía que hacer en la vida ya lo he hecho.
–92 años y vive solo en Tariego.
–No tiene nada de particular. He dado muchas veces la vuelta al mundo, pero a Tariego vengo a buscar la soledad. Hay dos clases de soledad: la impuesta, de aquellos que se ven como desgraciados y dicen que la peor desgracia de la vejez es la soledad. Y está la soledad buscada, la del que prefiere el campo, viendo cuatro árboles en medio del desierto de la Meseta; está, estamos, mucho mejor que en el ruido. Bastante ruido tengo la parte del invierno que paso en Madrid.
–Señala en el libro: «Con los años se acaba perdiendo la salud, la energía, las ilusiones y la alegría de vivir». Menos mal que dicen que jubilación viene de júbilo...
–Se dice, pero mal dicho.
–Le he creído entender que disfruta de la soledad.
–Disfruto de la soledad, pero esa soledad buscada es independiente de la edad. Yo disfrutaba de la soledad cuando podía hacer un hueco en el tráfago que era mi vida desde los 30 años. La soledad buscada es un placer fuerte, reservado no a los viejos sino al que la quiere emplear.
–Otra cita suya: «¡Cómo no va a ser escéptico un nonagenario!». Me pregunto por qué ha de ser escéptico un nonagenario.
–Porque ha vivido tantas decepciones y desilusiones que necesariamente termina siendo escéptico. Usted a su edad seguro que ya tiene bastantes decepciones y desilusiones. Pues vaya sumando y al llegar a los 90 verá lo que son decepciones. Creer en algo a los 90 años... hay que ser muy sordo y muy ciego.
–Entonces, ¿es un descreído?
–Creo que sí, en el sentido de que creo en poquísimas cosas. Tengo que escarbar mucho para encontrar algo de qué fiarme.
–Cite al menos dos cosas.
–Me fatigaría mucho buscando.
–¿Existe el riesgo de caer en el pesimismo desde ese escepticismo que vive un nonagenario?
–Pues de diez comentaristas de mi libro, al menos 8 me han dicho que lo que les pesa es el pesimismo y el escepticismo que late de principio a fin del libro. No lo escribí con esa intención, pero, en fin...
ALEJANDRO NIETO
Autor de 'El mundo visto a los 90 años'
–¿Modificaría algo de lo vivido?
–Sí. Hasta hace poco no me arrepentía de nada y no hubiera cambiado nada sustancial de mi vida. Pero al final, sí, me estoy arrepintiendo de muchas cosas y, si pudiera dar marcha atrás y rectificar, rectificaría. Lo que pasa es que a toro pasado no hay posibilidad de hacerlo.
–¿Le causa eso problemas de conciencia?
–Pues no, eso tampoco.
–Ha vivido en Antigüedad, Dueñas, Valladolid, Gottingen (Alemania), La Laguna, Alcalá de Henares, Barcelona y Madrid. ¿Por qué el Cerrato, ya nonagenario?
–Porque es mi tierra.
–¿Uno vuelve a sus raíces?
–Como dicen que hacen los elefantes... Los seres humanos lo normal es que vuelvan a la tierra, al principio, a los orígenes. En Tariego me encuentro en mi casa.
–Sentencia en el libro: «Desgraciado aquel que después de no haber sido capaz de disfrutar del trabajo tampoco sabe al final disfrutar del descanso».
–Yo del descanso no es que sienta singular placer, porque sigo sin descansar, dentro de que mi vida es muy reposada, pero yo me encuentro muy a gusto. Pero hay muchos que sí que dan pena porque no saben qué hacer con lo poco o mucho que les queda de vida. El jubilado que no sabe hacer otra cosa que mirar la televisión y, dentro de la televisión, los partidos de fútbol y los concursos solamente, pues sí, este para mí es digno de lástima.
–¿En la jubilación da tiempo a aprender lo que queda por saber tras haber agotado la vida profesional?
–Da tiempo a aprender, pero, claro, a conciencia de que se puede aprender muy poco, y no precisamente por ser viejo, sino porque lo que ignoramos es tanto, que lo que aprendemos es una fracción mínima. Pero sí que se puede aprender, sí.
–¿Es agua pasada esa tendencia de muchos de ver a los mayores como una carga?
–¡Seguimos estorbando! Y precisamente para estorbar menos nos mandan a residencias y nos aíslan en la medida de lo posible. Estorbamos física y económicamente. O sea, si desapareciésemos los viejos a partir de 70 años, que podemos considerar convencionalmente que empieza la vejez, hombre, el país iría mejor sin nosotros. Somos una carga.
–Suena muy duro.
–¡Pero es verdad! El dinero que gastamos a lo tonto...
–¡¿A lo tonto?!
–Bueno... Conservarnos, prolongarnos la vida no es a lo tonto, por lo menos para los beneficiarios, pero digamos sin ninguna rentabilidad social. Y eso en el terreno colectivo. En el individual, ¡pues anda que no estorbamos! Ocupamos sitio, tenemos prisionera a nuestra familia, que tiene que estar pendiente de nosotros. Es muy doloroso el ver que marchan los padres, pero en muchísimos casos los hijos descansan.
ALEJANDRO NIETO
Jurista
–En su libro es implacable con el papel de la universidad. ¡Usted que ha sido catedrático en varias universidades!
–Claro. Lo digo con conocimiento de causa.
–Escribió su libro mucho antes de que el Índice Shanghái certificara que las universidades españolas van en el furgón de cola.
–Que conste que esos ránkings no son muy de fiar. Y en todo caso, las demás universidades también están bajando y mucho. No hasta el extremo de España. Aquí tenemos de universidad el nombre, dentro naturalmente de excepciones y de que hay facultades muy buenas y profesores muy buenos y todas las excepciones que usted quiera... ¡Aquí no se aprende nada, ni se enseña nada ni se investiga nada!, excepciones aparte. Así, tal como suena.
–Voy a hacer de abogado del diablo: alguien puede pensar que en sus años de catedrático qué hizo usted por evitar eso.
–Pues hacía lo que estaba en mi mano, que quizá diera buenos resultados. Pero vamos, eso es una célula dentro de un organismo. Un remedio parcialísimo que es la actividad individual correcta no sirve para mejorar un organismo en su totalidad. Un funcionario cumplidor no arregla la administración pública. Un buen periodista no arregla el declive del periodismo. Y que conste que el periodismo no ha caído tan bajo como la universidad. Si se suprimieran las universidades no pasaba nada. La prueba son las huelgas... ¡No se asombre usted!
–Es que lo que dice...
–Cuando hay una huelga de universidad, ¿qué pasa? ¡Nada! Y si estuviéramos unos años sin dar títulos universitarios, no pasaría nada porque los que salen con el título no pueden hacer nada.
–Como le lean Pedro Sánchez o su ministro de Universidades...
–Pues Sánchez y su ministro viven en la irrealidad. Vaya usted a la universidad, encuentre a alguien que en clase aprenda... Es muy raro que lo haga. Y cuando tenga el título en la mano, que busque trabajo. ¿Entonces para qué vale? No ha aprendido; eso sí, no le ha salido demasiado caro, y no le es útil: ¿qué queda de los años de universidad? Todo lo duro que se diga sobre la universidad, nos quedamos cortos. Y si por haber estado tantos años en ella y no haberla arreglado tengo parte de responsabilidad, la asumo.
–Ha vivido una Guerra Civil, una Guerra Mundial, una guerra fría, una pandemia global... ¿Sigue creyendo en el ser humano?
–Que existe el ser humano, creo.
–Me ha entendido la pregunta.
–Para contestarla con mayor precisión habría que plantearla también con mayor precisión.
–Hágalo.
–¿Que si creo en la bondad del ser humano? ¡Por supuesto que no! Mi tesis es que el ser humano no es ni bueno ni malo; que no hay seres humanos malos, Putin, ni buenos, el Papa Francisco. Todos somos al mismo tiempo buenos y malos. A ratos reaccionamos perversamente y a ratos, heroicamente, según las ocasiones. Hombre, es mucha casualidad que en una guerra los de un lado sean todos malos y los del otro todos sean buenos. Los buenos y los malos están mezclados. Ahora mismo estamos hablando con normalidad usted y yo y a saber qué estaremos haciendo esta tarde. Esta es mi tesis de que somos buenos y malos, así veo yo el mundo y a las personas. No se fíe usted de sí mismo.
–Ultima otro ensayo.
–Llevará por título, un tanto provocativo, 'Entre la Segunda y la Tercera República'.
–¿Atisba un cambio a ese nivel?
–Pues tarde o temprano lo habrá, hoy o dentro de 100 años. No me imagino a nuestra monarquía perdurando 100 o 200 años. En cualquier caso, estamos entre la segunda y una hipotética tercera República que algún día, mañana o dentro de 200 años, vendrá.
–A sus 92 años, ¿ya ha pensado qué quiere ser de mayor?
–Como en la vieja canción de Rascayú, un cadáver nada más.
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