Ana Rosa Iglesias trabaja, desde hace siete años, en la cafetería del Hospital Clínico Universitario, donde está destinada por su empresa, Serunión. Sirve platos a los visitantes a la hora de comer y en la cena a los médicos y empleados que están de guardia. ... También se encarga de la cafetera, con ese golpe característico que hay que darle a la máquina para cargarla y descargarla. «Son movimientos continuos y repetitivos y desarrollé un síndrome de túnel carpiano en las dos manos», explica.
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Esta enfermedad profesional, sin embargo, no está reconocida en el sector de Hostelería. Fue al médico, pasó dos veces por el quirófano y estuvo más de un año de baja, todo bajo la gestión y supervisión de la Seguridad Social. «Tuve una recuperación complicada, porque seguía con la mano dormida, los tendones doloridos y una mala cicatrización», explica, periodo durante el cual «la mutua se limitaba a pedirme todo tipo de informes para, a continuación, derivarme al INSS». Su experiencia con la mutua no es en absoluto positiva y la superposición de «trabas e injusticias» a la hora de reconocer que su problema de salud era consecuencia de su trabajo le llevó a dar un paso adelante.
Ana Rosa llevó a juicio a la mutua, a la empresa y al INSS y ganó: la justicia sentenció que su dolencia era una enfermedad profesional. «No quería bajas, incapacidades ni indemnizaciones; solo quería que se reconociera que el túnel carpiano puede ser una dolencia profesional entre los trabajadores de la hostelería, que las mutuas lo admitan, lo traten, te atiendan y no te deriven al INSS. Para mí era un asunto de justicia, un derecho».
Ahora, tiene la satisfacción de haber podido demostrar que se «destrozó los manos por el trabajo y no por culpa de la genética, como llegó a decir el médico de la mutua». «¿En serio? Me exigió mucha pelea, sufrí mucha incomprensión y mucho desentendimiento, pero al final mereció la pena», comenta.
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Una cosa le ha quedado clara después de todo el proceso. «No lo habría conseguido sin la ayuda de Comisiones Obreras. Si no está afiliado te encuentras indefenso, además de que te cuesta un dinero que no te puedes permitir. Entiendo que haya mucha gente que no puede tirar para adelante en un caso como el mío, por eso les animo a que afilien».
Tras la experiencia, Ana Rosa se hizo delegada de prevención. Sigue al pie del cañón en la barra de la cafetería, pero ahora mucho más consciente de los riesgos que conlleva el trabajo. Y pelea para que no haya que acudir al trabajo cuando se sufre una sobrecarga muscular, cuando se sufre una quemadura, cuando se produce una caída con consecuencias, que son algunos de los principales riesgos que entraña su trabajo y a los que a veces los trabajadores no dan la importancia que tienen. «Por no hablar del estrés, una patología que se sufre cada vez en más profesiones y que no está reconocido como causa de incapacidad».
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«Vemos de manera creciente plantillas insuficientes para los volúmenes de trabajo, ritmos inaguantables, casos de agotamiento que acaban en despistes y en accidentes. Es imprescindible tomárselo serio y más aún en los trabajos que requieren esfuerzo físico o que son cara al público», resume.
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