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Cuando el ruido de los hidroaviones y los helicópteros que sobrevuelan este miércoles Tábara, San Martín de Tábara, Sesnández, Olmillos -y así hasta una larga lista de 32 poblaciones-, apaguen sus motores, cuando recoja el puesto de mando hasta allí desplegado, los brigadistas vuelvan a sus casas, la UME regrese a su base o cuando la 'foodtruck' del chef José Andrés ponga rumbo a Madrid, se hará el silencio, más aún del que ya hay, en estos pequeños pueblos de Zamora, cuyos vecinos se sienten «abandonados, desprotegidos y solos» ante un escenario apocalíptico de naturaleza muerta, cosechas arrasadas, encinas calcinadas y pastos negros.
Se enfrentan ahora al duro trago de asimilar lo que les viene. Aunque muchos ya son plenamente conscientes de lo que tendrán que afrontar. Ya pasó hace un mes en el virulento incendio de la Sierra de la Culebra y vuelve a pasar hoy. Tendrán que aprender a convivir con esta catástrofe ambiental que ha arrasado más de 27.000 hectáreas y que ha puesto en peligro a casi 6.000 personas, en su mayoría de avanzada edad.
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Susana Escribano
Este martes, Antonio e Isaías, vecinos de Tábara llegaban por fin a su casa después de un día de incertidumbre y miedo a perderlo todo. Este martes, en San Martín de Tábara, a escasos 11 kilómetros, los vecinos que conforman el pueblo -unos 65- miran cómo ha quedado su tierra por un fuego de consecuencias devastadoras.
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«Fue cosa de segundos, aquí en el pueblo el fuego directamente nos pasó por encima, como un tornado que llevaba las flores de las encinas prendidas y que iba arrasando con todo. Por eso ves patios y jardines achicharrados, yo me las vi negras para que no me pillara y corrí hasta mi casa», explica Luis Pérez, vecino y concejal de la localidad.
Desde sus ventanas y balcones ya no ven encinas, bosque, tampoco jaras, ya no escuchan a los pájaros. «Ahora solo están los buitres alrededor comiéndose a los animales que han muerto», explica Luis junto al cadáver putrefacto de un ciervo que no pudo escapar.
«¿Que qué vemos ahora desde la ventana? Ceniza y más ceniza. Hasta que volvamos a recuperar lo que teníamos aquí…».
Una vecina, que prefiere mantener su anonimato, nos abre las puertas de su casa, desde su balcón se observa la panorámica que ha dejado este colosal incendio. Las casas habitadas han sobrevivido, pero algunos corrales son puro tiznón. «Se han quemado hasta las canastas de la cancha», dice Luis, quién nos enseña palmo a palmo cómo ha quedado su pueblo. «También ha quemado dos casas pero da gracias a que no estaban habitadas desde hace tiempo. Se ha perdido todo, todo. Pero parece que solo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena. Ahora todo el mundo Zamora, Zamora cuando para ellos nunca hemos existido», lamenta.
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Bajo un calor sofocante camina Olid Lorenzo, un anciano de 85 años, pendiente de sus dos vacas. «No las dejo, esto es puro vicio», dice el longevo ganadero con una sonrisa y continúa en referencia a cómo ha quedado su pueblo, «con lo que cuesta ganarse un cacho de pan y ahora mira qué desastre, pero han faltado manos aquí», cuenta mientras lleva a sus vacas a pastar, «en lo poco que no se ha quemado, porque ya has visto cómo está todo. Este fuego, cómo prendía todo…esto no se ha visto nunca. Nadie», comenta antes de coger una desvencijada puerta de madera para encerrar a sus dos vacas.
En la parte alta del pueblo, la más cercana al monte, en el balcón de otro vecino que rehúsa dar su nombre se ve, desde otra perspectiva, las mismas consecuencias de una tragedia forestal.
San Martín de Tábara, por poner solo un ejemplo, es un pueblo rodeado de cenizas, de encinas amarillentas que aún se mantienen en pie. Pero entre el drama de Losacio hay ejemplos de vida. Rodeado de un paisaje de destrucción que se prolonga por kilómetros sigue su camino, el que habrá hecho miles de veces a lo largo de su vida, Valentín Río, un pastor de 80 años. Pero ahora recorre un paraje desbastado donde hay poco con lo que alimentar a sus treinta ovejas. «De chiripa se han salvado y los perros se han quemado las patas de andar por la tierra quemada», explica apoyado en bastón mientras hace una parada para que su pequeño rebaño pueda beber en un abrevadero«.
El incendio forestal de Losacio se ha llevado todo por delante como sucedió hace un mes en La Culebra, ambos fuegos dejan un paisaje taciturno, apocalíptico, tenebroso. Huele a ceniza y desolación. No parece campo, naturaleza y vida. Ya no lo es. Es todo lo contrario ahora.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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