A vista de pájaro, un gran incendio, no parece para tanto. A 2.000 metros de altura se diluyen las dimensiones del área arrasada. Pero sirve para confirmar una certeza: muchos de los pueblos a los que rodeó el fuego parecen haberse salvado de milagro.
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Bueno, más que de milagro, por la lucha tenaz de los vecinos que se negaron a marcharse y el esfuerzo redoblado de casi 600 personas y un gran número de medios aéreos y terrestres.
Quince días después, El Norte de Castilla pudo ver el desastre como lo contemplan los ojos del cernícalo primilla o el milano real, dos de las 60 especies que han perdido su hogar en la sierra alistano-sanabresa.
No era el mejor día. En una jornada normal, se podría haber volado sin plan, más allá de avisar a la torre de control del aeropuerto de Villanubla. Pero, a la misma hora que el piloto Juan José Rodríguez Marcos revisaba su avioneta, comenzaba en Madrid la cumbre de la OTAN.
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Eso significa estar permanentemente bajo el control de los AWACS, los aviones de alerta temprana de la organización militar, cuyo radar barre hasta el vuelo de un buitre. Y Madrid está a menos de 200 kilómetros.
«Afortunadamente, volaremos hacia el oeste, alejándonos de la capital». Mientras el fotógrafo, Alberto Mingueza, instala su cámara GoPro en la cola exterior del aparato, Juan José Rodríguez despliega sobre un ala la ruta de vuelo. Es un mapa con claves incomprensibles para un profano, pero en el que aparece un remarcado rectángulo rojo sobre todo el perímetro de la que estos dos días ha sido capital del mundo.
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Los casi 50 años de experiencia de vuelo de Rodríguez Marcos son una garantía. A sus 69 años, todavía es campeón de España de vuelo. Relata aterrizajes de emergencia en Cabo Norte y aventuras por Europa y África propias de un 'Indiana Jones' vocacional.
En su plan de vuelo ha localizado un estrecho callejón aéreo, un camino libre que evita las restricciones de Madrid, Villanubla y Matacán (Salamanca). «Vamos a volar hacia Tordesillas y después cogemos este pasillo hacia Benavente que nos lleva a La Culebra. De todas formas los vuelos entre 1.000 y 12.000 pies (300 a 4.000 metros de altura) hay que notificarlos a la base», explica Juan José.
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Alberto y Juan José volarán en un aparato de poco más de 500 kilos de peso, capaz de alcanzar los 350 kilómetros por hora. Carga 160 litros de combustible repartidos entre las alas (a 3,3 euros el litro).
Es un modelo único, del que apenas habrá una docena en España. Un biplaza 'estilo Ikea'. «Lo encargas en Estados Unidos y tarda años en llegar. Lo envían por piezas y hay que montarlo aquí». En sus 12 años de vida, el piloto suma con él más de 800 horas de vuelo.
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Es tan ligero que una sola persona lo arrastra fuera del hangar. Los 900 metros de pista del aeródromo de Matilla de los Caños esperan, aunque antes hay que embuchar a los dos pasajeros en la minicabina. Entre cinturones de seguridad y cámaras, Mingueza se pregunta «si tendré margen para maniobrar».
Un cuarto de hora de calentamiento del motor y el EC-XBL (esta es su matrícula) levanta el vuelo. En 20 minutos ya está sobre Benavente para girar 90º grados en dirección a La Culebra. «Antes de entrar en la sierra ya se veía el destrozo», contarán después Juan José y Alberto. Y eso que aún faltaban 40 kilómetros para llegar.
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Después y a a petición del fotógrafo, Juan José Rodríguez sitúa el altímetro a 2.000 metros, la altura precisa para que el ojo de pez de la cámara pueda grabar mejor. Ambos coinciden en la misma impresión. Desde el cielo «la mancha negra no parece tan grande». El color oscuro de los pinos que se han salvado, las sombras que proyectan las nubes y algo de calima, generan esa falsa sensación.
Pero, al sobrevolar cada pueblo, «uno se da cuenta de cuán al límite han estado de la tragedia material y humana», coinciden ambos. Durante media hora, Juan José traza dos pasadas en forma de óvalo sobre los límites del fuego. «Se tardan 15 minutos a 300 kilómetros por hora en dar la vuelta completa». Estos dígitos dan idea del tamaño de la mancha negra. Toda La Culebra ocupa 65 kilómetros de largo y 32 de ancho (75.000 hectáreas). Cerca de la mitad ya no existe.
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