Borrar
Dos peones forestales trabajan en una zanja en las inmediaciones de Tábara, en el incendio zamorano de Losacio. J. CASTILLO

Los brigadistas de la primera línea del fuego

Devastación ambiental ·

Tras la muerte de un compañero engullido por las llamas en Zamora, reivindican nuevas formas de afrontar los incendios más violentos

Juan J. López

Tábara

Viernes, 22 de julio 2022, 00:06

Son los últimos en salir. Una lengua de fuego de casi diez metros se eleva por encima de la copa de varios pinos y la imagen –infernal, por el color rojizo de todo lo que les rodea– se convierte en una de los momentos más dramáticos del incendio de Losacio, en Zamora.

Solo se aprecian las siluetas ante el espesor del humo –negro, en su último extremo, precedido por una variedad cromática de grises casi poética, pero que engulle todo a su paso como si de una novela de Stephen King se tratase–.

La brigada, toda formada por peones locales –los primeros en llegar al fuego–, acaba de dejar el puesto de mando en los aledaños de Tábara, cuando un cambio de viento convierte el frente sur del fuego «en un auténtico infierno», describe un agente de la Guardia Civil por radio.

Otro fogonazo, y los mensajes se cruzan. «Que vuelvan, que vuelvan. Necesitamos apoyo aéreo», eleva la voz el jefe del dispositivo, Mariano Rodríguez, ante la atenta mirada del responsable de la UME, un buen puñado de subalternos y el mando de la Benemérita, que espera órdenes ante la evolución violenta del fuego.

Los brigadistas, que eran seis, se han perdido a simple vista. Un minuto, dos... «Hay que levantar el puesto de mando. ¡Nos vamos!», llega a gritar en dos ocasiones Mariano, cuando entre las llamas, el humo y la ceniza que cae de los pinos –Dante se inspira en Tábara– aparecen cuatro siluetas. Lo hacen a la carrera, mientras una autobomba descarga una ráfaga de agua, que en buena medida se evapora antes de llegar al suelo. Son momentos de tensión con ellos en la primera línea de una batalla para la que admiten no tienen las armas adecuadas.

Los dos peones restantes salen por una puerta de una finca lateral para unirse a sus compañeros. El intento de «ataque directo» queda suspendido, y las labores de extinción se limitan a los medios aéreos ante la imposibilidad de enfrentarse a esas llamas que han convertido los pinos en esqueletos de tizones carbonizadas, descompuestos con un sonido difícil de olvidar.

La actitud de los profesionales no es dubitativa, pese a que desde la Asociación de Trabajadores de Bomberos Forestales, se ha implorado «por tierra, mar y aire» que ante cualquier situación comprometida «se retiren».

El fallecimiento de Daniel Gullón, peón manguerista en el fuego «condiciona» la actuación, en el fuego de Aquilianos, en Valdueza, en los distintos focos de Zamora, en Cebreros... «Ya habido negativas a actuar, pese a las indicaciones del mando», explican desde el colectivo, que explica que buscará que se esclarezca la muerte de su compañero en acto de servicio.

Un brigadista se dirige hacia el interior del incendio de Losacio. J. CASTILLO

Similitudes con la guerra

Los peones forestales, que carecen de cualificación profesional –una petición que les enfrenta actualmente con la Junta–, trabajan en equipo. «Es fundamental y tiene cierta similitud con lo que ocurre con los soldados en la guerra», explica Pablo Zurro, conductor de una autobomba o 'charlie' en el argot forestal. «Es fundamental tener claro qué vas a hacer y cómo, y es más importante que la persona que está por encima, el mando, sepa lo que tiene que hacer y tenga experiencia», analiza.

El trabajo de fuegos como el de Losacio se divide en sectores, y en cada cuadrilla una capataz aplica las normas de los delegados por la Junta para ese sector. «La UME trabaja por su cuenta, pero coordinada con el mando», matiza Pablo, que trabaja en la extinción de incendios en la provincia de Salamanca.

La cuadrilla es fundamental en el devenir de los acontecimientos. «Cuando no la hay, y, por ejemplo, está un conductor de autobomba con un solo manguerista... los resultados no son buenos y suelen estar ligados a acciones que se ejercen a la desesperada», afirma Pablo. Este tipo de acciones a la desesperada se vieron durante las primeras doce horas del incendio de Tábara. Sin cuadrillas en muchísimos focos, el trabajo conjunto se limitaba al intento de contrafuegos provocados a la desesperada para redirigir las llamas y evitar su irrupción en determinadas zonas.

Un trabajador africano hace el gesto de la victoria tras la mejora de la situación del fuego. J. CASTILLO

«Más que apagar las llamas, muchas veces las pastoreamos... Estamos ante monstruos ingobernables», indica José Ángel, otro operario que supera las catorce horas seguidas de lucha contra el fuego. «Estamos ante fuegos de sexta generación, ni siquiera se pueden acometer como hace cinco años, porque cada vez son más violentos y extensos», defienden desde una asociación que pide «formación revisable anual» en un sector en el que «también existen muchos trabajadores que se ponen delante de las llamas sin preparación y con el único objetivo de conseguir un sustento económico. «En eso también nos parecemos a los soldados... Es muy importante la persona que tienes a tu derecha y a tu izquierda», reconoce Carlos Vinuesa, que trabaja en un grupo de Soria. Todos los peones tienen que tener claro un protocolo (el OACEL), que se les escucha repetir a los capataces antes de ir a la 'batalla': observación, atención, comunicación, escape y lugar seguro. «Sin los dos últimos puntos claros, no se debe acometer nada», subrayan los representantes cerca de la base operativa de Villardeciervos.

Adaptar ese trabajo con seguridad «cada vez es más complicado» ante el cariz y las características de los últimos incendios que asolan Castilla y León. «La predicción del viento cada vez es más errática, hay falta de accesos a las masas forestales, la propia vegetación ha cambiado y hay un cambio climático evidente», trata de explicar Zurro, que tras ocho años de trabajo como interino en el servicio de extinción de incendios forestales, entiende y espera que haya un cambio a corto y medio plazo en la forma de afrontarlos. «Estos incendios no se pueden atacar directamente, tienen llamas de más de siete metros y no se puede pensar en salvar cada centímetro o cada hectárea», reflexiona antes de volver a incidir en la necesidad de «prevención en invierno» y cuadrillas «formadas».

En el puesto de mando ya se respira mejor. A los seis peones se han sumado en las últimas horas refuerzos de Palencia, Soria, Salamanca... «Mañana Dios dirá» dice en su incipiente castellano Ibra, brigadista de Mauritania. «El fuego seguirá».

En primera persona

«Coordinar un incendio de estas magnitudes es difícil»
David Rueda, agente medioambiental del Palencia

«Coordinar un incendio de estas magnitudes es difícil»

David es un apasionado de la montaña, de la naturaleza... A sus 41 años lleva la mitad de su vida trabajando contra las llamas. Desde hace trece, lucha como agente medioambiental de la Junta. «Los incencios ya no son iguales, debido a los cambios de combustible y el visible cambio climático», explica. «Cada vez es más frecuente ver estos grandes fuegos», señala al tiempo que explica las complicaciones que existen para la coordinación de estos «monstruos» de llamas, con decenas de focos activos. «Coordinar un incendio de estas magnitudes es difícil, sobre todo en las primras horas, y, para ello, es fundamental la sectorización del mismo», agrega el profesional palentino.

«Ves el fuego y piensas: es imposible, pero allá vas»
Ibraima Batily, peón forestal de Mauritania

«Ves el fuego y piensas: es imposible, pero allá vas»

Ibraima llegó de Mauritania sin conocer mucho del fuego, de los incendios, y por supuesto de la forma de apagarlos. Trabaja como peón con un grupo de compatriotas, aunque también hay peones de Gambia o Marruecos. «Es una cuadrilla internacional», bromea su compañero Jose, que llega desde Jaén. Todos trabajan en un grupo de Soria, subcontratados durante tres meses por la Junta a través de Tragsa. «Ves el fuego, y piensas es imposible, pero allá vas», explica Ibraima, de 46 años, y a quien la peligrosidad del oficio no le intimida tras una vida «complicada» que le obligó a dejar su país natal. «En el fuego nos ayudamos unos a los otros, si no, estás perdido».

«Si amas el monte, este trabajo lo llevas muy adentro»
Óscar Sotelo, peón manguerista de Bermillo de Sayago

«Si amas el monte, este trabajo lo llevas muy adentro»

Las gafas de sol de Óscar le ayudan contra la luz extraña que reflejan las llamas y contra el humo, aunque en muchas ocasiones admite que le han servido para disimilar la tristeza que vive. «Si amas el monte, este trabajo lo llevas muy adentro», comienza este peón forestal que ejerce de manguerista y que a sus 47 años se prepara a conciencia para su labor. «Voy al gimnasio siempre que puedo, porque apagar fuegos te exige estar preparado físicamente, hasta por tu seguridad», defiende el profesional sayagués que tuvo que dejar un negocio local en Zamora hace más de una década «por la crisis», y aprovechó sus conocimientos del monte «para echar una mano»..

«Me metí en esto para dar de comer a mi familia, pero es muy duro»
Fernando Sebastián, peón forestal de Buenos Aires

«Me metí en esto para dar de comer a mi familia, pero es muy duro»

Fernando cruzó «el charco» hace más de una década «en busca de oportunidades». Con 43 años y tres niños, y conocer del trabajo contra el fuego, «y su peligrosidad» probó en una primera etapa que abandonó para convertirse en conductor de autocares. «Terminé dejándolo, porque con lo que me pagaban no me llegaba, así que volví a la lucha contra el fuego», admite este argentino afincado en Cerezal de Sanabria. «Me gusta el trabajo. Me siento útil, y me capacité para desempeñarlo lo mejor posible, porque es muy duro», refleja antes de lamentar que su actual contrato solo sea de tres meses. «Lo ideal es que con el trabajo que hay, estuviésemos contratados todo el año».

«Quiero echar una mano y preservar nuestro entorno natural»
Aldo Castronuovo, peón forestal de Nápoles

«Quiero echar una mano y preservar nuestro entorno natural»

Aldo Castronuovo llegó de su Nápoles natal a España en 1986. «Inquieto» laboralmente, este veterano trabajador italiano ha pasado por todo tipo de profesiones, con una última que le ha hecho reflexionar. «Es la primera vez que trabajo en esto. Quería sentirme útil para intentar preservar nuestro entorno medioambiental», defiende. «Me habían dicho que era un trabajo muy jodido y lo es...», agrega. Sin embargo, este napolitano, de 66 años, afincado en la comarca zamorana de Sanabria, lo volvería a hacer. «Por lo menos tengo la sensación de haber hecho algo bueno cuando vuelvo a casa después de muchísimas horas, del calor, del humo y de la tristeza e impotencia por lo que se ve».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Los brigadistas de la primera línea del fuego