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Martes, 09 de Julio 2024, 10:16h
Tiempo de lectura: 8 min
Como un colegial enamorado, recorta fotos en los periódicos. «Necesito contarte mis pensamientos y mis actos, ir hacia ti en todo momento». Al diputado François Mitterrand, padre de dos hijos, de 17 y 15 años, de los que no habla nunca, no se le pasa por la cabeza divorciarse y quiere convertirse en presidente.
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Anne Pingeot solo tiene 20 años, François Mitterrand, 47, cuando arranca un amor digno de la mitología y que solo podía interrumpir la muerte. Las 1218 Cartas a Anne, que se han publicado, levantan el velo de una pasión inusitada por la mujer amada y escondida. François Mitterrand fue uno de los más grandes románticos de todos los tiempos y no lo sabíamos. Cada momento libre era un pretexto para escribir a Anne, cuyo nombre le gusta tanto: «Te llamas Anne y te quiero», canta, embrujado como un juglar arrodillado al pie del balcón de su amada. Gracias a ella se siente como un hombre nuevo: «Con usted se despiertan sentimientos en mí que no he conocido nunca».
El 19 de octubre de 1962, François Mitterrand dirige su primera carta a la señorita Pingeot. Es una misiva casta, unas palabras que acompañan el volumen de Sócrates del que le habló. No ha encontrado el ejemplar que le prometió y entonces le ofrece el suyo, el que lo acompaña en sus viajes, mientras llega el que ha encargado y que espera poder darle en persona.
Por estas cartas a Anne lo sabremos todo: de sus tormentos más íntimos a las cosas más banales de su vida. Anne Pingeot no ha censurado nada, asegura el editor, salvo las suyas, que ha preferido no mostrar. El 15 de agosto de 1963 se conceden su primera cita amorosa en la playa de Hossegor. Anne se convierte en el objeto de todos sus deseos y atenciones. En una obsesión. Le escribe dos o tres veces por semana o ¡al día! El adolescente es él. Las prisas vienen de él. A menudo choca con Anne, la razonable.
A través de las cartas de Mitterrand se adivinan las de Anne. Ella no deja de decirle: «No podemos, es mejor renunciar». Y él le dirige siempre la misma súplica: «Yo la amo». Muchas veces Anne Pingeot intentará abandonar esa relación. Él la recupera, por supuesto. ¿Cómo no sentirse fascinada por ese hombre que le escribe poemas, le cita a Cocteau, Talleyrand, Sartre, Rilke, Shakespeare? Pero Anne, la rebelde, se resiste y en mayo de 1964, cuando están en plena exploración el uno del otro, le dice: «Sabe, no le amo». Tiene que estudiar, debe trabajar. Y tiene 20 años, tiene que divertirse, bailar. ¡Le gusta salir con los chicos que le hacen la corte!
No se corta a la hora de contárselo a François. Él calla, dice que respeta su libertad. En realidad, se consume. Incansablemente, le escribe. Este amor fou no le deja respiro. «Si supiera cómo me duele su ausencia, su silencio, nuestra separación desde el martes… Perderla significaría la ruina, la soledad, la desesperación». En 1964 vuelan juntos a Ámsterdam, y algo cambia. A partir de ahora se hablarán llanamente de tú. Anne siente de nuevo la necesidad de aislarse. Las cartas suplicantes de Mitterrand se multiplican: «Creo que puedo amarte como raramente se ama a una mujer. Creo que tengo la fuerza que hará de nuestra historia la belleza de una vida».
Aquel verano los separa. Él le escribe cada día, le cuenta sus partidos de golf contra el padre de Anne, que ignora todo lo que está pasando… También ha comenzado una obra muy especial dirigida a ella: un diario de 500 páginas que Gallimard publica de forma simultánea a las cartas. Mitterrand pega en él postales, fotos de obras de arte y declara siempre su amor por ella. Es una manera de compensarle los momentos que pasa con su familia, sin ella.
Con los meses, los años, «Anne querida» se transforma en «mi amor», «mi amor de Anne», «Nannon, mi amor de chica», «Nanour», «mi mujer», «Animour». La relación se vuelve, durante un tiempo, más serena, como si la joven por fin aceptara su destino. En 1965, él le anuncia que se presenta como candidato a la Presidencia de la República.
Su agenda se va amplificando. Pero las palabras de amor no desaparecen y las incursiones en su vida íntima crecen: «Tu boca, ella, mi melocotón, querría morderla y penetrarla».
Anne se sumerge regularmente en el silencio. Aprovecha un viaje de su amado a los Estados Unidos para embriagarse, bailar en los brazos de un chico diferente cada noche. Juega con los nervios de François. A él solo le queda gritarle su sufrimiento. Tiene pesadillas, se la imagina en brazos de un hombre joven. Podría «morir de amor». Es una tormenta incesante. Sufren, se aman. Anne le dice palabras «crueles». De vez en cuando, él se irrita «por ser siempre el suplicante».
Anne le reprocha su «vida paralela». Él le asegura que solo tiene un amor. Tras cuarenta y ocho horas de felicidad exaltada, sin falta Anne quiere romper. Cada separación la quiebra. Sin embargo, las alusiones a sus encuentros sexuales se hacen más numerosas. «Hemos hecho el amor ayer y antes de ayer, y lo hemos hecho tan bien que el alma ha atravesado el cuerpo». Y también: «Estoy enamorado de tus pechos sobre los que se redondea mi mano, estoy enamorado de tus caderas curvas y de tu vientre convexo». Evoca incluso «el grito que la libera».
En 1970, Anne aprueba la oposición como conservadora de museo. Por fin se siente independiente. El año siguiente está marcado por varias crisis. Ella quiere dejarlo, sueña con una casa y con niños. Redacta una carta de ruptura que no llega a enviar. La historia prosigue llena de altibajos hasta el nacimiento de Mazarine, en 1974. El 7 de enero, Mitterrand envía a su hija su primera carta: «Anne es tu mamá. Verás que no habríamos podido elegir mejor, tú y yo».
Tras el fracaso de las presidenciales de 1974, la política lo absorbe cada vez más. «Me siento siempre culpable de no saber hacerte tan feliz como puede serlo Mazarine en su bicicleta roja», escribe él. En 1979 ella desaparece, y él cae en la devastación: «Siento un dolor atroz, psicológico, que me agota el cuerpo». El mismo estribillo de siempre: «¿Te he hecho sufrir demasiado por no vivir contigo? ¡No soporto que me eches de tu vida!».
François Mitterrand es elegido presidente de la República en 1981. Las cartas son a menudo reemplazadas por unas pocas palabras anotadas en postales, cuando se producen los desplazamientos oficiales en los que Danielle, su esposa, lo acompaña. Pero la situación ha cambiado. Mitterrand se reparte de forma más equitativa con su segunda familia, hasta el punto de no vivir más que con ella, de forma secreta. Hasta el final, la situación resulta tormentosa. Las cartas hablan de Mazarine. Y del amor, siempre. Pero nunca de la enfermedad. Hay que leer estas páginas para comprender la fuerza que le dio a Mitterrand esta mujer en la sombra. Hay que leer detenidamente la última carta cuando al anciano Mitterrand solo le quedan algunas semanas de vida. «Mi felicidad es pensar en ti y amarte». En 1968, François había prometido a Anne: «Te amaré hasta mi último aliento». Cumplió su palabra. A su manera.
François Mitterrand conoció a Danielle Gouze cuando ambos trabajaban para la Resistencia. Se casaron en octubre de 1944 y estuvieron casados hasta que él murió, en 1996. Danielle fue primera dama de Francia con él y se volcó en labores humanitarias. Sabía de la existencia de Anne Pingeot y alguna vez lanzó un ultimátum a su marido, pero antes de que él se presentara... Leer más