
Bailaba en sótanos ocultos para recaudar fondos
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Bailaba en sótanos ocultos para recaudar fondos
Viernes, 21 de Marzo 2025, 10:54h
Tiempo de lectura: 3 min
Vivía en Inglaterra, interna en un colegio, cuando Alemania bombardeaba Londres. Sus padres, el británico Joseph Victor Anthony Ruston y la baronesa holandesa Ella van Heemstra, simpatizaban con los fascistas británicos liderados por Walter Mosley. Incluso escribieron artículos laudatorios en la revista de la Unión Británica de Fascistas (BUF en sus siglas inglesas). Debido a esas simpatías, él estuvo encarcelado en Inglaterra durante la guerra, acusado de «asociación con organizaciones fascistas extranjeras».
Los padres de Audrey se separaron y la baronesa se la llevó, junto con sus otros dos hijos (de un matrimonio anterior), a Holanda porque estaba convencida de que Alemania invadiría Gran Bretaña y creyó que en los Países Bajos estarían protegidos de las bombas.
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Para Audrey, que tenía diez años, esa mudanza fue un disgusto: no hablaba neerlandés y le costó integrase en su nuevo colegio donde se burlaban de ella.
La baronesa se equivocó respecto a la seguridad de la familia porque el 10 de mayo de 1940 Alemania invadió Holanda. La vida se endureció. Audrey vio fusilamientos y cómo se llevaban a niños judíos, recuerdos que nunca la abandonaron.
La baronesa fue modificando sus ideas sobre el nazismo, renegando de ellas. Y todo cambió cuando las atrocidades tocaron a la familia. Al tío de Audrey, el conde Otto van Limburg Stirum, miembro de la resistencia, lo mataron los nazis de un tiro en la nuca. Audrey decidió involucrarse.
Se negó a afiliarse al sindicato de danza nazi (estudiaba baile), se puso a trabajar como asistente del doctor Hendrik Visser't Hooft —miembro de la resistencia— y participó en ballets clandestinos, en sótanos con las ventanas cegadas, recaudando fondos para socorrer a los opositores a los nazis. Comenzó a boicotear a los invasores alemanes con 13 años y cada vez se implicó más. Cuando se percataron de que a los niños los vigilaban y registraban menos, aumentaron sus misiones. Pedaleaba en su bicicleta con mensajes escondidos en los calcetines. Se jugaba la vida.
Vivió sustos importantes. Una vez se topó con una patrulla de la Policía. Muy resuelta, recogió unas flores y se las regaló: no la registraron. Llegaron tiempos peores. Los alemanes saquearon los graneros y despensas y los holandeses sufrieron un hambre letal. Morían a miles cada día.
Los bombardeos de los aliados multiplicaban el peligro. Audrey y su familia permanecieron escondidos en un sótano mientras se libraba la Operación Market Garden, en la que los aliados intentaron tomar puentes cruciales de los Países Bajos. Perdieron los aliados y Arnhem quedó devastado.
Luego vinieron las horribles represalias nazis, las torturas, los asesinatos... Y, a pesar de eso, poniendo en peligro sus vidas, en casa de Audrey ocultaron a un paracaidista británico. Varias veces estuvo en contacto con combatientes caídos a los que protegía la resistencia, Audrey hacía de intérprete para ellos.
Después se mudaron a Velp y allí aguantaron tres semanas sin salir de un sótano mientras los aliados liberaban la ciudad. Cuando los soldados canadienses abrieron la puerta del sótano donde se escondían, Audrey les habló en inglés. Ellos creyeron que habían liberado a una niña inglesa. Audrey era entonces una escuálida adolescente de 16 años. Aquellos años le dejaron huella, como la eterna delgadez y el compromiso de ayudar: más tarde, ya consagrada por como actriz, trabajó para Unicef.