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El negocio digital del siglo Amazon, Microsoft, Google... Todo lo que la nube esconde

Cuando sube sus archivos a ‘la nube’, puede sentir que los cuelga en un universo vaporoso, inofensivo. Pero no tiene nada de etéreo. Con más de cien millones de servidores, alojados en gigantescos centros de datos, conectados por más de un millón de kilómetros de fibra óptica, la nube es el gran negocio tecnológico del momento. Y tiene dueño...

Jueves, 02 de Febrero 2023

Tiempo de lectura: 10 min

Nube, nube, nube... Satya Nadella habla como si estuviera repitiendo una oración. El CEO de Microsoft nunca alza la voz. A diferencia de Bill Gates –el fundador, cuyas broncas eran legendarias–, Nadella es como una balsa de aceite. Los ingenieros que entran en su despacho en la sede de Redmond (estado de Washington) tienen que afinar el oído. Pero si no captan su mensaje, no tiene ningún inconveniente en reiterar machaconamente lo que dice. Y lo que dijo y repitió hasta la saciedad, nada más coger el timón en 2014, fue: «La nube, lo primero».

Pilotaba un gigante en horas bajas, bajísimas tras la desastrosa adquisición de Nokia por su antecesor, Steve Ballmers. Nadella despidió a 7800 empleados de una tacada para enjugar las pérdidas. A partir de entonces, la nueva estrategia de Microsoft se iba a centrar en la computación en la nube por encima de cualquier otro departamento.

Hoy por hoy, la nube es el negocio más lucrativo de Internet. Y Microsoft ni siquiera fue el primero en subirse al carro. Pero irrumpió como elefante en una cacharrería gracias a la reconversión de sus viejos ‘cuarteles’ en una red mundial de centros de datos. Porque la nube solo es una metáfora etérea que hace referencia a que esos datos están ‘suspendidos’ allá arriba, no se sabe muy bien dónde, en vez de estar resguardados en las humildes memorias de nuestros ordenadores.

Amazon domina el negocio, seguido de Microsoft. El rey del comercio electrónico ya gana más dinero almacenando datos en sus servidores que con sus ventas ‘on-line’

En realidad, sí se sabe dónde. Están ubicados en las gigantescas instalaciones que se necesitan para albergar la inmensa maquinaria que los guarda, los procesa y los envía. Y estos centros, del tamaño de hangares de aviación, no están en el cielo, sino en tierra, distribuidos por todo el planeta; y bajo el mar, porque se comunican mediante cables transoceánicos y sumergirlos será la manera más barata de refrigerar a todos esos ‘monstruos’ conectados a la corriente.

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El centro de operaciones. Sede central de Azure, la nube de Microsoft, en Redmond, Estados Unidos. La empresa fundada por Bill Gates ya gestiona el 20 por ciento del mercado y es la compañía que más crece en este nuevo sector.

El pastel se lo reparten unos pocos, tan pocos que se pueden contar con los dedos de una mano. Amazon (gran dominador con un 33 por ciento de cuota), Microsoft (20 por ciento), Google (10 por ciento) y, más lejos, Alibaba (6 por ciento) e IBM (4 por ciento).

Para hacerse una idea de hasta qué punto es lucrativo solo hay que fijarse en las cuentas de resultados. Amazon Web Services (AWS), la nube de Amazon, ya es responsable por el 13 por ciento de los ingresos totales de la compañía de Jeff Bezos. Google Drive, por su parte, la nube del gran buscador, es su fuente de ingresos que más crece, en torno al 30 por ciento anual.

Pero la ‘resurrección’ de Microsoft rompió moldes. Cuando Nadella apostó por la nube, hizo algo más; relegó a Windows. Microsoft había perdido todas las batallas de la década pasada: los buscadores, la telefonía móvil, las redes sociales... Pero en los últimos tiempos ha adelantando a Amazon y Google en el ranking de las compañías más valiosas del mundo y ya amenaza el primer puesto de Apple. En un año, de hecho, la compañía creada por el difunto Steve Jobs ha crecido un 18 por ciento mientras que su rival lo hizo en un 32 por ciento, gracias, sobre todo, a la nube.

El disco duro es ya, por lo tanto, cosa del pasado, sustituido por servidores remotos donde se terminará alojando todo: nuestros datos, nuestros contactos, nuestro trabajo... Al mismo cajón de la historia de la informática parece estar yendo también el PC, reemplazado por terminales inteligentes en cualquier parte del mundo con conexión a Internet. Igualmente le ocurre al software que se compra y se descarga (o se piratea), desbancado por aplicaciones por las que solo se paga mientras están siendo utilizadas. Lo saben bien en Microsoft, que ya gana más dinero con Azure, su plataforma de computación en la nube, que con el Windows y el omnipresente Office, su conjunto de aplicaciones de escritorio.

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El líder del mercado. Andy Jassy es desde 2021 el CEO de Amazon, pero hasta entonces dirigía Amazon Web Services, líder del mercado de la nube. Amazon lanzó su nube en 2006. «Entonces solo había dos ejecutivos de ventas», cuenta. Amazon está rentabilizando su temprana inversión en el desarrollo de soluciones para todo tipo de clientes.

Si Amazon, Microsoft y compañía han retocado su modelo de negocio es que dan por hecho que estamos inmersos en un cambio de paradigma en Internet. Consideran que se está produciendo una migración a escala planetaria. Los emigrantes son nuestros datos y los datos de nuestras empresas, que viajarán de los discos duros domésticos y de las intranets corporativas a sus servidores. Los analistas hablan ya de una auténtica estampida, en la que un 88 por ciento de las empresas han migrado ya hacia la nube. Lo que supone un negocio que ronda la cifra del medio billón de dólares anuales.

Cifras que se dispararán si se generalizan el Internet de las cosas y la telefonía 5G y 6G, pues la nube permite una interconexión sin apenas latencia para jugar a videojuegos sin necesidad de consola o hacer la guerra con una comunicación instantánea entre los soldados (o robots) desplegados sobre el terreno y el centro de mando a miles de kilómetros. Por cierto, que ya nos hemos habituado a la nube casi sin percatarnos, cuando vemos una serie en línea, cuando consultamos un mapa en el navegador o comprobamos el balance de nuestra cuenta bancaria.

«La nube es la nueva tierra prometida», resume Cecilia Cuff, una de las directoras de operaciones de Microsoft. ¿Y por qué vamos a estar dispuestos a realizar semejante romería? ¿Por qué trasladaremos nuestro trabajo informático, nuestras fotos, nuestra información sensible, nuestras cuentas y secretos, en fin, nuestras vidas y negocios digitales a esos centros de datos gestionados por gigantes que pretenden acapararlo absolutamente todo?

La nube favorece la ‘gig economy’: trabajo fragmentado, deslocalizado y esporádico. No hay calendario laboral; la carga de trabajo se organiza en acelerones para alcanzar un objetivo

Porque nos interesa, se supone... No obstante, por cada ventaja que enumera un experto, otro puede contrapesarla con un inconveniente. Por ejemplo, la nube es más barata que invertir en hardware y servidores propios, y en su correspondiente mantenimiento. Sí, pero una vez que hemos sido captados como clientes, y si queremos acceder a más servicios, habrá que pagar más.

Otro punto a favor es la seguridad. No hay necesidad de actualizar ni de guardar nada; el trabajo nunca se perderá porque todos los datos están respaldados, cada centro tiene al menos un ‘gemelo’ en otra parte del mundo por si un terremoto, un incendio o cualquier otra contingencia lo destruye; o por si se cae la red...

Tampoco hará falta comprarse el último antivirus porque estas compañías han fichado a los mejores hackers para que vigilen el cotarro. Pero también hay quien dice que no hay que fiarse, no tanto porque la información puede terminar en manos de piratas, sino por el acceso de los empleados de las propias compañías a nuestras cuentas, como ha pasado con los asistentes de voz, véase las conversaciones grabadas por Alexa, el asistente virtual de Amazon.

También la ecología sale en defensa de la nube en un sector, el de Internet y las industrias digitales, que ya acapara el 10 por ciento del consumo energético mundial. Dice Greenpeace, de hecho, que si la Red fuera un país estaría entre los seis más contaminantes del mundo. Y esto se debe a que fabricar, alimentar y refrigerar centros de datos, redes de comunicación y dispositivos personales requiere una inmensa cantidad de energía. Enviar un correo electrónico, por ejemplo, deja una huella de 4 gramos de carbono (50 gramos si lleva un archivo adjunto), ¡y se envían millones al día! Realizar mil búsquedas en Internet genera emisiones equivalentes a las de un coche durante un kilómetro.

Para mitigar este panorama, los investigadores del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley calculan que, si todas las compañías norteamericanas trasladasen sus servicios de correo electrónico, hojas de cálculo y atención al cliente a la nube, la huella ecológica (digital) se reduciría un 87 por ciento.

Los defensores de la nube hablan también de la democratización de los datos. Estas corporaciones ponen a nuestra disposición la inteligencia artificial más avanzada para bucear en ese batiburrillo de carpetas que solían estar desordenadas y perdidas (confesémoslo) en los discos duros de los ordenadores que fuimos adquiriendo a lo largo de nuestras existencias. Aseguran que en sus servidores jamás se extraviarán y, además, será muy fácil encontrar lo que nos interesa y, de propina, extraer informes, tendencias y conclusiones de todo lo que tenemos recopilado.

Si todas las compañías trasladasen sus servicios de e-mail, hojas de cálculo y atención al cliente a la nube, la huella de carbono de la industria digital se reduciría un 87 por ciento

Quien más provecho puede sacar del asunto, sin embargo, no somos los propietarios de los datos, sino las empresas a las que se los entregamos. Por cierto, una vez dentro del ecosistema Microsoft o Google, ¿a quién pertenecen? En el río revuelto de la propiedad intelectual pescan todos... Y, aunque las normativas europea y española de protección de datos personales son más estrictas que nunca, cuando otorgamos el consentimiento para alojar nuestros ficheros y documentos en servidores remotos aceptamos las reglas que proponen las empresas proveedoras. Para complicar aún más las cosas, no suelen estar en territorio de la Unión Europea. ¿Qué tribunal nacional o qué organismo internacional va a poner coto a unas corporaciones que facturan más que muchos países si nuestras administraciones ni siquiera son capaces de hacerles tributar como es debido?

La nube también está afectando ya, por cierto, a la forma en que trabajamos. Las multinacionales tecnológicas quieren jubilar los discos duros de nuestros ordenadores y que cerremos nuestras oficinas, como ya está ocurriendo con las sucursales bancarias. Todo será accesible desde cualquier parte 24 horas al día, 7 días a la semana. Nosotros también seremos accesibles 24/7.

Algunos expertos señalan que ya no tiene sentido promover una reducción de la jornada o de la semana laboral para acomodarse a la escasez de empleo. En realidad, el nuevo trabajo fragmentado, deslocalizado y esporádico de la gig economy (‘la economía de los pequeños encargos’) al que da servicio la nube dinamita el calendario laboral. Se organizará la carga de trabajo en acelerones para alcanzar un objetivo, según la metodología que están exportando las mismas tecnológicas. ¿Festivos? Se descansará entre un sprint y otro, los que tengan suerte; y los que no, entre un empleo y otro.

En fin, antes de confiarnos a la nube, los expertos recomiendan prudencia. A las empresas, que de momento opten por soluciones multinube. Es decir, que distribuyan sus archivos por diferentes plataformas para no caer ‘prisioneras’ de un solo proveedor, teniendo en cuenta, además, que la guerra por el liderazgo está en su apogeo y que habrá ganadores y perdedores. Y a los particulares, que no todo tiene por qué estar ahí arriba, en especial aquello que no dejamos ver a nadie que no sea de nuestra confianza aquí abajo.

La nube está en todas partes. Como un éter divino, pero con los pies en la tierra. Y sus tentáculos se extienden cada día más, hasta llegar a abarcar todos los sectores de la vida pública y privada. Estas son sus luces y sus sombras.

 

LA NUBE CORPORATIVA

Las empresas están emigrando a la nube porque la colaboración es más eficiente. Si se trabaja en un proyecto en diferentes ubicaciones, la nube permite darles acceso a los mismos archivos a empleados y contratistas. También aporta flexibilidad. Se puede acceder a los datos desde casa o en vacaciones. Algunos analistas señalan que esto invita a la precariedad. Casi la mitad de los trabajadores de Google tiene contratos temporales y la tecnológica impulsa una separación muy clara entre los envidiados googlers, los fijos que se relajan jugando al futbolín, entre otras compensaciones de más sustancia, y los sufridos interinos. Para el polémico proyecto Maven, de inteligencia artificial aplicada a drones militares para el Departamento de Defensa, Google echó mano de una empresa de trabajo temporal, según la publicación The Intercept, y subcontrató a personal externo desde un euro la hora.

LA NUBE BÉLICA

Microsoft se llevó ante Amazon un megacontrato militar de 10.000 millones de dólares para albergar los datos y las comunicaciones del Pentágono en la nube. La concesión se vio enturbiada por el enfrentamiento personal entre Donald Trump y Jeff Bezos, CEO de Amazon y propietario de The Washington Post, publicación muy crítica con el expresidente de Estados Unidos. Oracle, que también aspiraba al contrato, renunció alegando que había consultores del Departamento de Defensa que asesoraban a Amazon, aunque un juez desestimó la denuncia. IBM, otro de los participantes, también desistió. El único de los grandes de la computación en la nube que no participó fue el chino Alibaba, por razones evidentes…

LA NUBE DOMÉSTICA

El usuario privado también se ha subido a la nube para trasladar una parte sustancial de sus ficheros personales a ella. Conviene mantener copias de seguridad de lo que no se quiera perder, como fotos, vídeos, correos... O esa novela que está escribiendo. Ya sea en un disco duro o en un pendrive. Hay que ser prudente con lo que se comparte en la nube. No exponer más de lo necesario los entresijos de nuestras relaciones familiares, profesionales o de amistad. Y cambiar las contraseñas con frecuencia. Mejor que sean largas, de 15 o más caracteres.

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