El arte de engañar, por edades ¿Somos mentirosos por naturaleza? Todo lo que cuentan las mentiras de tus hijos
Los científicos han descubierto que mentimos mucho antes de lo que se pensaba. Casi con pañales empezamos a soltar los primeros embustes. Y aún hay más: los niños mentirosos suelen tener más habilidades cognitivas.
Viernes, 20 de Octubre 2023
Tiempo de lectura: 8 min
La primera palabra y los pasos iniciales de un hijo son dos hitos que ningún padre quiere perderse. Pero, ¡atención!, los científicos sostienen ahora que las primeras mentiras son también fundamentales en la maduración del cerebro infantil.
Por consiguiente, los padres deberían celebrarlas como se merecen; no con una regañina, sino como una valiosa oportunidad de aprendizaje. Un estudio de las universidades canadienses de Brock y Toronto reveló que ese primer embuste suele ser bastante más precoz de lo que se creía y se produce cuando la criatura aún lleva pañales. «Nos sorprendió mucho que tantos niños mintiesen y que, además, lo hiciesen a una edad tan temprana», explica Kang Lee, psicólogo infantil y director de la investigación, publicada en enero por la revista especializada Developmental Psychology, editada por la Asociación Americana de Psicología. La conclusión del mismo: los niños comienzan a mentir a los dos años de edad, unos 18 meses antes de lo que se creía.
Los niños no pueden distinguir entre una mentira piadosa y otra por provecho propio
En el experimento realizado por los investigadores participaron 65 niños de dos y tres años. La prueba principal consistía en un juego de adivinanzas. Al niño se le ponían varios objetos detrás y debía adivinar lo que era cada uno por las pistas que le daba el psicólogo. En un momento dado, este abandonaba la habitación, pidiéndole antes al crío que no se volviera a mirar. El 80 por ciento de los pequeños, que desconocen el concepto de cámara oculta, se volvían y echaban un vistazo en cuanto el adulto salía por la puerta. Cuando este regresaba, les preguntaba si habían mirado. La mayoría de los ‘fisgones’ confesaban, pero el 40 por ciento mentía. Uno de cada cuatro tramposos tenía dos años.
Las mentiras, sin embargo, por todos es sabido, tienen las patas muy cortas y, cuando el interrogatorio proseguía para valorar la habilidad de las criaturas a la hora de taparlas, casi todos fracasaban. Solo tres de los 65 niños tuvieron la suficiente imaginación y sangre fría para contar una ‘trola’ y dotarla de cierta verosimilitud. Esos pequeños resultaron tener mejores habilidades cognitivas que el resto. Eran los más espabilados. «Cuanto más precoces sean a la hora de mentir y más elaborados y convincentes sean sus engaños, más posibilidades de éxito tendrán en el futuro». Puede que acaben siendo banqueros, bromea Kang Lee.
Crecer entre reglas muy estrictas y castigos hace que los niños mejoren su destreza a la hora del engaño
Ironías aparte, mentir requiere una mayor capacidad intelectual que ser honrado. Un niño que miente debe saber primero cuál es la verdad, inventarse a continuación una realidad alternativa y ser convincente a la hora de lanzársela a su interlocutor. Según Kang Lee, los pequeños mentirosos tienen más desarrollada su función ejecutiva, una serie de procesos mentales que incluyen la planificación, la resolución de problemas y la memoria de los detalles. También demuestran tener una percepción más aguda de la teoría de la mente, que nos permite adivinar lo que piensan otras personas. Si yo te miento, es porque sé algo que tú no sabes. Eso requiere que yo pueda leer tu mente, subraya Kang Lee. Pero, ¡ojo!, que un niño mienta a los dos años no quiere decir que vaya a ser un genio; tampoco que vaya a convertirse en un mentiroso compulsivo. De hecho, el 90 por ciento de los chavales mienten con cierta frecuencia a partir de los cuatro años. Y ese porcentaje roza el cien por cien cuando llegan a los doce, puntualiza el investigador.
A partir de los ocho años, las mentiras son más complejas y es difícil adivinar si nuestro hijo está diciendo la verdad o no. Una pista es la denominada mirada de Pinocho. Si un niño al que se le pregunta algo mira a la derecha mientras responde, probablemente miente. Sus ojos están visualizando una imagen que ha imaginado y construido en su cerebro. Si mira hacia la izquierda, lo más probable es que esté recordando un suceso real y contando la verdad.
El 90 por ciento de los niños miente con cierta frecuencia a partir de los cuatro años. Y ese porcentaje roza el cien por cien cuando llegan a los doce
¿Por qué mienten los niños? Ocultar que han violado las normas es la primera razón. «Al principio, no conocen las reglas de la sociedad o del hogar. Cuando se percatan de que han incurrido en una transgresión, hacen todo lo posible para evitar que los pillen. Mentir es algo natural y espontáneo para salir de una situación comprometida porque requiere muy poco esfuerzo físico. Solo tienes que mover los labios» , apunta Kang Lee.
Conforme van creciendo, el catálogo de motivaciones se va ampliando igualmente. La mentira puede formar parte de un juego o bien ser una manera de contentar a los adultos y no decepcionar sus expectativas. Pero la razón fundamental es que los niños son esponjas e imitan lo que ven. Es el caso del niño que escucha a su padre negar al teléfono: «Dile que no estoy». O a su madre, estando de visita, alabar la comida de los anfitriones y luego criticarla de vuelta a casa. Son mentiras piadosas, pero los pequeños no son capaces de distinguir entre las mentiras que se dicen para no herir sentimientos y las que son en provecho propio o para escapar de un castigo.
«Mentir es algo natural y espontáneo para salir de una situación comprometida porque requiere muy poco esfuerzo físico. Solo tienes que mover los labios», apunta Kang Lee
En realidad socializamos a los niños para que cuenten mentiras. La verdad se considera demasiado brusca. Y pretendemos que, cuando reciban un regalo que no les gusta, disimulen su decepción. Son buenos modales. Los padres se sienten incluso orgullosos de que sus hijos se traguen lo que piensan y sonrían cortésmente. Y la falta de sinceridad se convierte en algo tan cotidiano que un niño de seis años miente de media doce veces al día.
Los padres sienten orgullo de que sus hijos se traguen lo que piensan y sonrían cortésmente. La falta de sinceridad se vuelve algo tan cotidiano que a sus seis años un niño miente de media doce veces al día
En cuanto a los niños que dicen la verdad, no lo hacen porque se sientan moralmente inclinados a ser honrados, sino más bien porque el desarrollo de sus habilidades cognitivas es más tardío o aún no está afinado. En todo caso, la moralidad es un asunto altamente resbaladizo. «No sabemos muy bien cuándo empiezan los niños a tener una idea moral sobre la mentira. Aunque sí detectamos ciertas preocupaciones que podrían llamarse ‘morales’ a partir de los tres años. Si le dices a un niño que prometa que va a decir la verdad, es más probable que la diga. De alguna manera se sienten obligados, lo cual es muy interesante, porque no entienden realmente en qué consiste una promesa. Si le preguntas, no sabe decírtelo. Aunque no domine el concepto, intuyen que hay una obligación moral en contar la verdad», explica Kang Lee. «Sorprender a tu hijo contando una mentira es una oportunidad excelente para explicarle cuál es el efecto que tiene en los demás, por qué te decepciona si miente y por qué te alegra cuando es sincero». El objetivo último es construir unos vínculos de confianza que resistan el afán de autonomía de la adolescencia, la época que más preocupa a los padres.
Crecer entre reglas muy estrictas y amenaza constante de castigo no hace que los niños mientan menos. Al contrario, procuran mejorar su destreza a la hora del engaño. También puede ocurrir que se depriman cuando son sometidos a un exceso de restricciones. En todo caso, tampoco es una buena política ser permisivos. Lo más efectivo es tener unas pocas normas que todos, padres e hijos, cumplan. Cuando existe confianza, muchas veces el adolescente prefiere rebelarse y discutir esas normas antes que mentir. Paradójicamente, son los hijos respondones los que menos mienten.
CÓMO MIENTEN Y CÓMO REACCIONAR
De 2 a 3 años
Con las manos en la masa
→ ¿Qué ‘trolas’ cuentan? Son muy sencillas y nada convincentes. Por ejemplo, si se han hecho caca, lo niegan para no interrumpir un juego o evitar el engorro del cambio de pañales.
→ ¿Cómo reaccionar? No es buena idea castigarlos, porque a esa edad tampoco entienden que estén haciendo algo malo.
→ Un ejemplo. Un niño le da una patada al gato y dice que ha sido su hermano. La mejor respuesta es explicarles que los gatos también sufren. Tampoco entre en una discusión para que admita la mentira. Evite el choque. Mejor que decir: «¿Has roto tú el jarrón?» es: «Mira, el jarrón se ha roto».
De 4 a 5 años
Un monstruo se comió los deberes
→ ¿Qué ‘trolas’ cuentan? Esta es la edad de la imaginación: fantasía y realidad se mezclan. Cuentan cualquier historia, por disparatada que sea. Suelen atribuirse el papel de protagonistas, lo que refuerza su autoestima.
→ ¿Cómo reaccionar? Suelen insistir en que todo lo que dicen es real y que su amigo imaginario existe, pero lo que puede parecernos absurdo no es en verdad más que la manera que tiene el cerebro infantil de procesar nuevas ideas, a menudo perturbadoras.
→ Un ejemplo. Si se enteran de que un abuelo murió antes de que nacieran, pueden fantasear con la muerte de otros parientes.
De 6 a 9 años
Mentirijillas y mentirijotas
→ ¿Qué ‘trolas’ cuentan? Frases del tipo «me encanta tu peinado». Han aprendido de sus padres a no herir sentimientos. También para no defraudar expectativas. Si sacan malas notas, dirán que no se las han dado todavía.
→ ¿Cómo reaccionar? Lo principal es enterarse bien de los motivos por los que han mentido.
→ Un ejemplo. En caso de pillarlo en una mentira, lo mejor es mantener una conversación (no un monólogo reprobatorio) en la que sus explicaciones se tomen en consideración. Pero tampoco pueden salirse con la suya tan campantes.
De 10 a 12 años
Ojos que no ven
→ ¿Qué ‘trolas’ cuentan? Necesitan autoafirmación. A veces no se trata tanto de mentiras como de no contar toda la verdad o desviar la atención para no revelar lo que les preocupa.
→ ¿Cómo reaccionar? Esté atento a síntomas de angustia o de aislamiento. Una mentira puede ser una llamada de auxilio. Además, charlar con los padres está mal visto por los amigos. Y menos aún pedirles ayuda. No hay peor estigma que ser un chivato.
→ Un ejemplo. Una reacción contraproducente es decirles: «No me vengas con tus problemas que yo tengo los míos. Aprende a apañarte por ti mismo».
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