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Van a dar las ocho de la tarde, y todavía hay luz en la oficina. Debería llevar apagada tres horas. «Seguimos midiendo la productividad de un trabajador por las horas que pasa sentado. Y si yo entro a trabajar a las ocho y mi hija ... empieza la escuela a las nueve le adapto a ella el horario y la llevo antes. Ya es hora de que la sociedad se dé cuenta de que existe la familia». Arremete Ismael Sánchez-Herrera, presidente de la Asociación de Especialistas en Prevención y Salud Laboral (AEPSAL), contra los horarios draconianos porque sí. «Hay cadenas de montaje donde es imposible flexibilizar o cirujanos que tienen que operar a las once sí o sí, pero, en una oficina, ¿acaso es tan grave entrar a las 8.25 en lugar de a las 8.00 si con eso conseguimos conciliar?...». O evitar un atasco, por ejemplo...
«Recuerdo a una vecina a la que encontraba siempre a las seis y media de la mañana en el ascensor. Llevaba a la niña a las siete a la guardería porque entraba a trabajar a las ocho y siempre pillaba atasco. Pero, ¿por qué tenemos que cumplir todos el mismo horario y perder una hora en un atascazo? ¿Por qué tienes que levantarte dos horas antes para asegurarte de llegar puntual, acaso eso es sano para el cuerpo? ¿No sería mejor teletrabajar de ocho a diez de la mañana y salir a la carretera cuando esté más despejada? No como norma general, claro, pero en algunos casos se podría hacer», propone Elisa Sánchez, psicóloga clínica y directora de la consultoría de bienestar en el trabajo Idein.
La clave, insisten los especialistas, es flexibilizar. Como norma general, y copiando lo que hacen en el resto de Europa, «de ocho a cinco es el horario 'ideal'». Ibon Olazabal, experto en selección de personal y director general del Grupo Evolus pone «el tope» en las seis de la tarde. «Si sales más tarde de esa hora se complica mucho tener una vida fuera. Al que sale a las siete y media o más se le va el día en trabajar».
Parece obvio, pero depende del tipo de trabajo. «Un teleoperador que tiene una tarea estresante no debería trabajar más de seis horas al día», señala como ejemplo Ibon Olazabal. «Otra cosa es un trabajo como la construcción o un matadero, por ejemplo. Trabajos que requieren de un descanso cada dos horas por cuestiones ergonómicas, para evitar el agotamiento de las articulaciones. Con esos parones, probablemente haya que añadir una hora más al horario diario».
Los tres especialistas consultados proponen un abanico de entre veinte minutos y una hora. ¿Y el descanso después de comer? No haría falta en caso de un almuerzo ligero. En las oficinas que dejan más tiempo para comer y, por tanto, se toman menús más copiosos, dice Ismael Sánchez-Herrera, «sería ideal que hubiera un lugar oscuro, con una silla cómoda, para poder cerrar los ojos un rato. Aunque eso es algo muy muy excepcional».
Ya es una realidad en muchas oficinas y cree Elisa Sánchez que podría hacerse casi norma. «Hay sitios en los que de lunes a jueves se sale a las siete de la tarde y es la forma de que los viernes se acabe a las tres. Y lo mismo en verano. El horario intensivo es una opción muy interesante».
Son las alargadoras de la jornada laboral por excelencia. Hay mucha teoría en torno a su eficiencia y las claves básicas para que sean productivas pasan por la brevedad, (con hora de fin establecida de antemano), por no usar móviles y por no abordar temas que no están en el orden del día. «Deben hacerse por la mañana y estar planificadas. No mola acabar hablando de fútbol», reprocha Ibon Olazabal.
«Hay empresas, consultorías sobre todo, en las que el cliente es lo primero. Entonces, ¿la vida del trabajador pasa a un segundo plano? Pues así es, y en consecuencia se hacen cosas que, aunque sean irracionales o poco lógicas, se justifican porque 'hay que dejarlo todo por el cliente'. Estamos perdiendo el foco», censura Elisa Sánchez. Y advierte de que «para que el trabajador se implique con la empresa debe sentirse cuidado». ¿Cómo? «Hay un concepto llamado salario emocional que hace referencia a que el empleado no solo gana dinero, se le puede compensar de otra forma que no solo sea económica, por ejemplo con flexibilidad de horarios. Porque hacemos girar en torno a nuestro trabajo el horario de la guardería, las citas con el médico... Y debe ser al revés». En este sentido, la psicóloga reprueba ese «liderazgo de control que todavía impera en muchas organizaciones, en lugar de un liderazgo de confianza».
Elisa Sánchez, psicóloga experta en cuestiones laborales, remite a la metáfora de las tres piedras. «Imaginemos un bote en el que metemos tres piedras enormes. Parece lleno, pero aún podríamos meter arena y cabría incluso agua. Ese bote representa la vida y lo que pretende transmitir es que, aunque quitásemos el agua y la arena, el bote seguiría estando lleno porque las piedras grandes lo ocupan casi por completo. Pues bien, esas piedras grandes no pueden ser el trabajo y los clientes, sino la familia, la salud. El trabajo no debe ser la prioridad, no puede ir por delante del bienestar, y le estamos dando toda la importancia».
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