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Ese plato de lentejas que acaba de comer ha iniciado un largo viaje por su aparato digestivo. El 'tour', que dura entre uno y tres días, empieza en la boca, a cucharadas, y termina (con perdón) en el baño. Esto es lo que sucede en ... cada fase.
«Los dientes incisivos cortan los alimentos, por eso tienen forma de cuchillo, mientras que las muelas, que se asemejan a un moretro, los machacan. Además de triturar bien la comida para que no se atasque en el esófago, un problema bastante habitual, sobre todo cuando se come carne, en la saliva hay sustancias que comienzan a digerir los alimentos, como la amilasa, una proteína que metaboliza los hidratos de carbono», explica Enrique de Madaria, presidente de la Asociación Española de Gastroenterología y especialista en digestivo en el Hospital General Universitario Doctor Balmis de Alicante. Para evitar atragantamientos y para facilitar la digestión hay que masticar. Mucho: «Se habla treinta veces por bocado, pero el número de masticaciones dependerá de la textura del alimento. La idea es masticar más veces de las que lo hacemos normalmente. No solo para que el estómago tenga menos trabajo, sino porque la masticación favorece la salud dental y ayuda a crear señales de saciedad, algo importante para no comer demasiado», explica Eduard Baladía, de la Academia Española de Nutrición y Dietética.
Es el órgano más simple del aparato digestivo, un tubo muscular que coge lo que tragamos y lo transporta desde la garganta hasta el estómago. «Al final hay un esfínter que se relaja para dejar pasar la comida y luego se cierra, ya que el recubrimiento interno del esófago no está preparado para recibir el ácido del estómago», advierte De Madaria. Cuando esa 'compuerta' falla, sube el ácido (pH 2-4) y daña esa mucosa, provocándonos la molesta acidez de estómago.
«Tiene forma de bolsa y puede almacenar un litro de volumen, aunque sus paredes pueden dilatarse hasta albergar cuatro». Para que nos hagamos una idea de cuándo se llena: con un plato de lentejas, dos vasos de agua y una fruta ya habríamos llegado al litro. «No conviene dilatar excesivamente el estómago, ya que se acostumbra a un determinado nivel de distensión para mandar señales de saciedad. Si de partida lo tenemos 'expandido', costará más llenarlo y, por tanto, tardaremos más en saciarnos», completa Teresa Arnadis, doctora en Bioquímica y Biomedicin, autora del libro '¡Eres un milagro andante!' (ed. Paidós) y más conocida en redes como Lady Science. Por otro lado, además de almacenar lo que comemos y bebemos, en el estómago se producen potentes contracciones que remueven la comida y ayudan a digerirla. «Segrega ácido y ese ácido activa la proteína pepsina, que digiere las proteínas y mata a las bacterias, hongos y microorganismos que ingerimos con la comida», detalla el doctor De Madaria. Lo que sale del estómago es el quimo, «una papilla líquida con partículas de comida menores a 5 milímetros» que pasa por el píloro, «el cierre al final del estómago». «La comida abandona el estómago entre dos y cuatro horas después», añade Teresa Arnandis.
«Aquí hay dos glándulas muy importantes en la digestión: el hígado y el páncreas. El hígado segrega bilis; y el páncreas, jugo pancreático, que se mezclan con el quimo». Explica gráficamente el especialista que «la bilis tiene sales biliares que actúan como si fuesen el detergente del cuerpo porque disuelve las grasas de la comida», mientras que el jugo pancreático «tiene proteínas digestivas o enzimas que digieren, por un lado, la grasa que ha solubilizado la bilis y, por el otro, el resto de componentes (hidratos de carbono, proteínas...)». En esta fase el quimo se convierte en quilo, «una papilla aún más fina» que empieza su viaje por el intestino delgado (llega a medir entre 6 y 9 metros). «Tiene unas vellosidades que son pliegues de la mucosa similares a pelos para aumentar su superficie de contacto con el contenido intestinal. Las celulas que hay en estos pelillos contienen unas enzimas que digieren la comida (por ejemplo, la lactasa digiere la lactosa, de forma que quien es intolerante a la lactosa es que no tiene esta enzima en esta superficie de pelos). A la par, estas vellosidades van absorbiendo los nutrientes: azúcares, aminoácidos... de manera que quede solo lo que no se pueda absorber: la fibra de los vegetales o los compuestos de desecho que llegan al intestino grueso».
«Está poblado por nuestra microbiota, que se encarga de digerir algunos componentes de la comida que aún se pueden aprovechar. En esta fase se extrae el agua de esos restos de alimentos, de forma que la papilla pierde líquido y es fermentada por las bacterias. Con este proceso se forman las heces, que se acumulan en la parte final del intestino (el recto) y llegan al ano, que es un esfínter que se relaja para que puedan salir», explica De Madaria.
También es en este punto cuando se forman los gases: «Las bacterias del intestino grueso, al digerir esos restos de alimentos no absorbidos, los fermentan y se producen los gases».
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