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Doctora, no sé qué me pasa. Voy muchas veces al baño a orinar, hasta diez o doce en un solo día. ¿Es normal?». «Lo es si bebes mucha agua». No hay más misterio. «Si una persona toma dos litros de agua al día y perdemos ... medio litro con el sudor y la respiración, le queda litro y medio que expulsar. Teniendo en cuenta que la vejiga tiene una capacidad de entre 200 y 250 mililitros, no es extraño que esa persona orine entre cinco y siete veces al día. Y el doble si bebe el doble, claro», explica Borja Quiroga, secretario de la Sociedad Española de Nefrología y miembro del servicio de nefrología del Hospital Universitario de la Princesa de Madrid.
El especialista aclara dos cosas: ni es raro ir muchas veces a orinar si se ha bebido el líquido suficiente que lo justifique ni lo es orinar varias veces seguidas siempre que la ingesta de agua haya sido importante. «Lo que no es normal es que cuando acabes te quede la sensación de que tienes más ganas, que cueste arrancar a orinar o que el líquido sea del color de la Coca-Cola, haya sangre o saque espuma, como si fuera cerveza. Eso significa que el riñón está dejando escapar cosas que no debería».
Para entender por qué orinamos hay que conocer el funcionamiento del riñón. «Cada cinco minutos pasa por este órgano toda la sangre del corazón y es capaz de saber qué sustancias deben eliminarse: potasio, urea, sodio... Estas sustancias de deshecho que se diluyen en el agua que ingerimos es la orina, de ahí que se diga que el riñón es la depuradora del organismo», señala el nefrólogo, quien aclara que la orina es más concentrada por la mañana (más oscura) porque durante la noche no bebemos apenas líquido y, por tanto, se diluyen más sustancias en menos cantidad. «Por otro lado, el riñón se encarga de activar la vitamina D tras pasar por el hígado, de controlar la mineralización (calcio, fósforo...) y de regular la anemia al sintetizar la epo, una hormona que ordena a las células madre de la médula ósea producir más glóbulos rojos», completa el especialista, quien destaca que los riñones «son un órgano fundamental , pero podemos vivir con uno solo sin diferencias».
Para entenderlo de manera sencilla: el líquido que bebemos lo expulsamos a través de la orina. Pero no todo: «A través del sudor también perdemos líquido. Hoy en Madrid hace 20 grados y sin actividad física exigente tal vez pierda medio litro sudando, pero en verano puede ser más de un litro», pone como ejemplo Borja Quiroga, quien niega que haya evidencia científica sobre cuánto es normal orinar, por mucho que la referencia sea litro y medio al día. «El estímulo de la sed es el que nos indica cuánto debemos beber. No hay límites, pero ni podemos pasar con un vaso de agua al día ni bebernos veinte litros. Entre uno y tres o cuatro litros es lo habitual en gente sana, mientras que las personas sometidas a diálisis o los afectados por enfermedades del corazón, por ejemplo, beben menos».
«El arranque de la micción es un acto voluntario, por eso orinamos cuando estamos en un váter y no lo hacemos de repente en plena calle. Es el cerebro el que da la orden y, aunque la vejiga puede aumentar su capacidad, no es bueno aguantar las ganas de orinar. Hay que ir al baño en cuanto se siente esa necesidad», insiste el nefrólogo. Eso tampoco quiere decir que haya que ir exactamente cuando la vejiga tiene 200 mililitros dentro. Podría tener muchísimo más porque posee una enorme capacidad para dilatarse. «Hemos visto pacientes con hasta tres litros, lo que implica mucho dolor». Casos así pueden darse, explica el doctor, «en varones con próstata muy grande que puede ocluir la salida de la orina. Expulsan un chorro muy pequeño y se quedan con ganas de orinar mas».
Lo habitual es expulsar 150 o 200 mililitros en cada micción, así que eso puede suponer ir muchas veces al baño si se beben cantidades importantes. «Lo que ya no entra dentro de la normalidad es ir más veces de las que nos correspondería por nuestra ingesta. Por ejemplo cuando hay infección de orina se sienten más ganas porque la vía urinaria está irritada, hay picor, fiebre...».
Funciona tanto que lo utilizan como recurso en los hospitales para ayudar a los pacientes a orinar después de la anestesia. «Hay una parte psicológica, por eso funciona. Además, hay estímulos adicionales como el frío o los nervios que provocan que el músculo esté hiperactivo y se incrementen las ganas de orinar», explica el nefrólogo Borja Quiroga. Y ahonda en este componente psicológico Dafne Fernández que explica por qué cuando subimos a un autobús sin baño nos entran ganas de ir al baño. Y lo mismo en el cine, en una reunión larga... «Esto hay que analizarlo desde la perspectiva psicológica de la atención, que despierta nódulos de información en nuestra mente», explica la psicóloga. Y pone un ejemplo muy ilustrativo. «Hay una meditación basada en observar tu cuerpo y los picores que surgen en él, pero no puedes rascarte. ¿Qué sucede? Que inmediatamente notas cada vez más esos picores, hasta que se hacen insoportables. Lo que ocurre aquí es que un estímulo que era practicamente imperceptible (el picor), la atención lo ha vuelto relevante. Nuestros sentidos se han volcado en los picores y los perciben cada vez con más intensidad. Y parecido sucede con las ganas de orinar. En estos casos, las técnicas distractoras pueden ser útiles, y también la meditación, para aprender a focalizar la atención en aquello que deseemos nosotros y no en lo que nos ponen delante las circunstancias».
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