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Cuando Facebook irrumpió en nuestra forma de relacionarnos se produjo un 'boom' de 'quedadas' del colegio, y esas hornadas de niños y niñas en pantalón corto del 75, del 77, del 80... se reunieron treinta años después. Algunos aceptaban medio renegando, pero, aunque solo sea ... por la curiosidad de ver si los otros han envejecido peor... Y sucedía que, salvo rara excepción, hasta el renegado lo pasaba bien. '¡Oye, tenemos que quedar!'.
Algunos, los menos, volvieron a quedar. Y unos pocos de esos siguen quedando. «Hace veinticinco años, uno de los amigos del colegio, de esos proactivos que hay en todos los grupos, buscó los teléfonos y nos convocó a una cena. Desde entonces nos reunimos todos los meses de noviembre en Bilbao, que es donde estudiamos, aunque algunos vivamos fuera». Es el caso de Enrique García Huete, psicólogo clínico y director de Quality Psicólogos. Vive en Madrid pero no se pierde la reunión anual «con los amigos del cole porque es un rato francamente agradable».
¿Qué pasó entonces con esos otros amigos de la escuela que nunca volvieron a quedar? Se intercambiaron emails, teléfonos... y ahí quedó la cosa, en una suerte de promesa hecha a medias. «'A ver si nos vemos', 'Hacemos un hueco y nos llamamos'... son alternativas ambiguas. El que de verdad quiere quedar te dice: '¿Te viene bien que nos veamos el martes, o quizá la semana que viene?'. O el mes que viene, o dentro de seis... Cuando no se concreta es que no te viene bien o no te apetece. Pero, claro, decir que no quieres quedar es duro».
Pues no lo diga así, sugiere Elisa Sánchez, psicóloga y directora de la asesoría Idein. Nos sitúa en el supuesto de dos amigas de la universidad que se encuentran por la calle quince años después de haber terminado la carrera. Es la primera vez que se ven en ese tiempo y una hace la propuesta: 'Tenemos que quedar'. «Si a ti no te apetece, puedes decir: '¡Qué buenos recuerdos. Lo pasabamos francamente bien esos años. Pero en este momento de mi vida veo complicado que nos veamos pronto. Tengo otras prioridades, además, vivimos a cuarenta kilómetros y eso lo complica'».
– ¿No es ser un poco borde?
– No, es ser asertivo. Tenemos falta de asertividad. Queremos agradar, caer bien, necesitamos la aprobación de los demás. Y enseguida nos apuntamos: 'Sí, sí, claro, quedamos', aunque no tengas la menor intención. Eso es ser un 'bien queda'.
Otras veces no es tanto el miedo a quedar mal como que presentamos un «sesgo optimista». «Hay gente que se apunta a todo, en ese momento de euforia lo ve factible porque es una persona muy optimista. No es realista, no piensa que tiene dos hijos que le dejan poco tiempo libre, que va a ser difícil cuadrar con su pareja ese día libre... Igual que cuando bebes y estás eufórico con tus amigos, o cuando haces deporte y estás tan enérgico que crees que puedes con todo...», advierte Elisa Sánchez.
Otra de las razones por las que ese 'Tenemos que quedar' se queda a veces en nada es el contexto, mas bien la falta de ese contexto que lo propició. «Un grupo de gente que no se conoce de nada se va de viaje en autobús por Europa. Están dos semanas como los 'boyscouts'. Acaba el viaje y se intercambian los teléfonos con la intención sincera de volverse a ver todos dentro de un tiempo. Pero pasa ese tiempo y nadie escribe, nadie sugiere quedar de nuevo. Y sucede porque cuando acaba el viaje y vuelvo a mi vida cotidiana me distancio de ese contexto de vacaciones. En el momento en que nos dimos los teléfonos teníamos el convencimiento de quedar porque nos sentíamos eufóricos. Pero cuando pasa esa euforia y regresas a la rutina, ya no es igual», explica García Huete.
Más casuística: Nos encontramos por la calle con alguien a quien nos unía una gran amistad en el pasado y nos ponemos a charlar. Al despedirnos tenemos claro que no vamos a vernos más salvo que el azar nos haga tropezar en la calle o en un restaurante, como esta vez. No vamos a quedar, vale, pero ha estado muy bien el encuentro, así que digámoslo. 'Oye, me ha gustado verte y hablar. Me ha hecho ilusión', propone García Huete. Y ni mú de volverse a ver. Otra fórmula que no es tan tajante, pero sí lo suficiente para que el interlocutor no insista en concretar una fecha: «'Oye tío, me ha encantado verte, qué a gusto hemos estado. A ver si encuentro un hueco y te llamo'. Si no quieres quedar es importante que no dejes a la otra persona que tome la iniciativa, Tómala tú».
Desde hace un año hay muchas quedadas pendientes por culpa de la pandemia. Nos llamamos, nos mandamos mensajes y hablamos de quedar. Esta vez, de verdad. «Con los grandes amigos esas frases se dicen con sinceridad. Y en cuanto podamos, con probabilidad, concretaremos».
A veces esas frases ambiguas que 'prometen' un encuentro sin concretar sirven para salvar situaciones que no nos apetecen. «En ocasiones te escriben desde alguna asociación para que pases por su despacho a revisar un artículo. Pero no te apetece, estás liadísimo con otras cosas y te va francamente mal. Una manera de resolverlo puede ser la siguiente: 'Te lo agradezco, es un detalle que hayas pensado en mí, pero ahora mismo no estoy en disposición de revisar ningún artículo. Si me descargo de trabajo yo te llamo'», orienta el psicólogo Enrique García Huete..
– ¿No le está dando largas?
– No, le estoy diciendo que no. Aunque le dejo una alternativa.
– Acaba pasando el tiempo y no llama para revisar el artículo. ¿No está quedando mal con esa persona?
– No. Si esa persona te recrimina que ha pasado un mes y no le has llamado para revisar el artículo simplemente le vas a recordar lo que le dijiste. Que no te has descargado de trabajo y esa es la causa de que no hayas podido hacerlo.
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