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Sucede cada vez que visitas una obra, te ponen el casco en la cabeza porque es obligatorio. Y efectivamente sería una falta de sentido común saber que te puede caer algo en la cabeza y no ponértelo, pero es que muchas veces estás paseando por ... el solar donde aún no hay nada construido, ni siquiera máquinas trabajando. Y encima hace un sol de justicia. ¿No tendría más lógica que en lugar de un casco te pusieran un sombrero de paja?». El ejemplo, llevado al límite de la caricatura, lo pone Ismael Sánchez-Herrera, presidente de la Asociación de Especialistas en Prevención y Salud Laboral (AEPSAL).
Parece un chiste sí, pero nos abre los ojos a las inercias que se mantienen en muchas empresas, a las normas, a veces absurdas, que siguen existiendo en en muchas compañías, donde las cosas se hacen así 'porque lo dice el reglamento' o 'porque siempre se han hecho así'. «Eso recuerda un poco a ese experimento que se hizo en la consulta de un dentista. Cada cierto tiempo sonaba una alarma y uno de los hombres que estaba en la sala de espera, que era actor, se levantaba. Cuando los demás le vieron, le imitaron sin preguntar siquiera por qué lo hacía. Se fue el actor, llegaron más pacientes y todos se levantaban al sonar la alarma».
A propósito de inercias ha escrito Martin Lindstrom 'El Ministerio del sentido común. Cómo acabar con todo aquello que funciona mal en tu empresa' (Centro de Libros), una recopilación entre asombrosa e hilarante de normas absurdas. Aquí un par de ejemplos: «Tomé un vuelo de Zúrich a Fráncfort y las autoridades suizas nos exigieron a los 180 pasajeros que rellenásemos un formulario indicando la ciudad de origen, a dónde íbamos, el nombre de nuestros compañeros de asiento... por si sufríamos más tarde tos seca, dolor corporal o fiebre. El problema es que la compañía solo tenía dos bolígrafos y en los siguientes veinte minutos fueron pasando entre los pasillos de un pasajero a otro y de una mano con gérmenes a otra».
Aterrizado ya, al hotel. «¿Por qué las letras de las botellitas en miniaturas de champú y acondicionador son tan diminutas? No sabes cuál es cuál a no ser que lleves las gafas puestas, pero ¿quién se ducha con gafas? Sales de la ducha y, en lugar de ir apagando por ahí lámparas, desactivas el interruptor maestro, con lo que se corta la electricidad en los enchufes y el móvil y el portátil que has enchufado no se cargan. Por fin te vas a la cama, pero ¿ha sido el cuerpo de ingenieros del ejército el encargado de hacerla? ¡Es imposible meterse bajo el edredón!».
Lindstrom dedica un extenso apartado en su libro a los 'power point', tal vez el mejor ejemplo moderno de inercia. «Son, en su mayoría, ejercicios de tiempo y productividad perdidos, donde todos se limitan a cumplir las formalidades corporativas». Coincide Sánchez-Herrera: «De primeras, es un sistema salvador de ineptos. Lo pones y lo lees y ya entonces parece que sabes mucho del asunto. Pero, ¿tiene sentido? Para el que lo ve es complejo leer y escuchar a la vez, por no hablar de que a veces pasan las diapositivas tan rápido que no da tiempo a leerlas. Solo tendría sentido a modo de apuntes».
En ocasiones, las inercias tienen consecuencias peores que las de restar productividad: «En los hornos panaderos se crean atmósferas explosivas la harina en polvo en suspensión en el ambiente, pero un inspector mandó a un panadero colocar una bombilla en esa zona porque 'se veía poco'. Eso aumentaba el riesgo de explosión, po lo que mejor hubiera sido considerar otro tipo de iluminación, ¿no?». En esta misma línea, Sánchez-Herrera se acuerda de lo que sucede en algunas residencias. «Hay que cerrar bien las puertas para que ningún anciano se despiste y pueda salir solo a la calle, pero a la vez hay que habilitar salidas de emergencia. ¿Cómo están solucionando el asunto? ¡Poniendo cadenas a las puertas de emergencia!».
A propósito de esto, Martin Lindstrom cuestiona «por qué las señales de emergencia están situadas sobre las puertas si en caso de incendio es poco probable que las personas atrapadas las vean a esa altura. ¿No tendría más sentido colocar los letreros cerca del suelo, donde las localicen mejor quienes estén intentando escapar del fuego, como están haciendo cada vez más empresas de Escandinavia y Japón?».
Y finaliza Sánchez-Herrera con este caso: «Me encontré un absurdo en una empresa de chapa y pintura. Les obligaron a habilitar una cabina aislada contra el fuego. Y después les pidieron hacer unos agujeros para que ventilara, pese a que ya había extractor».
¿pero qué sentido tiene esto?
Martin Lindstrom, experto en desarrollo de marca y comportamiento de consumidor, señala en su libro 'El Ministerio del sentido común' varios ejemplos de sinsentidos que ha vivido en empresas que ha visitado por todo el mundo.Cada diez minutos se apagaba la luz
«Los despachos de las oficinas de una aerolínea suiza tenían un sistema que apagaba las luces diez minutos después de que estuvieran vacíos. Pero los sensores confundían la quietud en el trabajo con la ausencia de personas y cada diez minutos se apagaban las luces. De modo que los empleados se tenían que levantar o se ponían a agitar las manos para que el sensor 'supiera' que había gente y se encendiesen nuevamente las luces».Por ahorrar en café...
«En una empresa querían ahorrar en café y redujeron la cantidad que caía de las máquinas cada vez que pulsaban el botón. ¿Y qué ocurrió? Que los empleados, como caía poco, pulsaban dos veces, gastando a la larga mucho más café».Mayores con zapatos
«En un aeropuerto voceaban que las personas mayores de 75 años no tenían que quitarse los zapatos en el control Pregunté la razón de que no se considerase sospechosa a una persona solo por ser mayor. 'Es la normativa', respondieron».Las camisas y la edad
«Compré unas camisas en unos grandes almacenes de Zúrich. 'Se las podemos mandar al hotel, pero me tiene que dar unos datos: teléfono, dirección... edad'. ¿Edad? ¿Para qué necesita ese dato?'. 'Pues ni idea, pero el sistema lo necesita', me dijeron».Itinerario de viaje
«En una empresa de Nueva York los empleados tenían 24 horas para mandar los itinerarios de sus viajes de trabajo para que el director los aprobara. Pero a veces no les daba tiempo a mirarlos y pasadas 24 horas tenían que rellenarlos otra vez».
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