![¿Recuerdas los Peta Zetas, las Nancy y la serie 'V'?](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202212/10/media/gifnostalgia648fuera-1296x800.gif)
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Iratxe López
Viernes, 9 de diciembre 2022, 18:22
Se les tildó de rebeldes, de vivir a contracorriente. Decidieron dinamitar estereotipos, hacer frente al monstruo de capitalismo feroz que, de todas formas, acabó engulléndoles. La Generación X –nacidos entre 1965 y 1980–, recibió su nombre a partir de una serie fotográfica firmada por Robert Capa. Fue la del 'grunge' y la movida madrileña. Bebió del punk y sacó genio en sus canciones. Se pobló de tribus para mostrar la diversidad de pensamiento. Gritó no a los convencionalismos.
Conocida también como 'Generación Peter Pan', la nutrieron niños perdidos obligados a convertirse en adultos. Críos inconformistas que incorporaron símbolos anteriores. Vistieron pantalones campana, calentadores y hombreras, pero también camisetas del Che. Escucharon a Alaska, a Mecano… y a Silvio. Crecieron con lemas de Mayo del 68 como 'No a la revolución con corbata' o 'Seamos realistas, pidamos lo imposible'. Un estudio de Nike los definió como la generación más flexible, innovadora y con capacidad de adaptación.
«La utopía era crecer sin grandes cadenas. Los objetos que nos vendían como el futuro, el walkman, el CD o el DVD no valían al año siguiente. Fue un gimnasio perfecto para entrenar nuestro desapego y la desafección», comenta la escritora y creativa Nuria Pérez, impulsora del podcast 'Gabinete de curiosidades', Premio Ondas Globales 2022. Acaba de publicar el libro 'Gabinete X' (GeoPlaneta), recorrido nostálgico por los objetos y acontecimientos que marcaron a su generación.
Fue la última prole que disfrutó una infancia lenta y libre. Después de hacer los deberes, de terminar el episodio de 'V' o 'El equipo A', de ver 'La bola de cristal' o 'Magia potagia', salían a la calle con su bocata de Nocilla. Invadieron las campas para montar casetas, mundos alternativos. Llamaban al telefonillo del portal de sus amigos o pegaban un grito a ¡Jose!, ¡Marta!, para que bajaran a jugar. Una investigación de Harvard de 2004 los definió como los niños a los que menos caso se hizo, aplastados entre 'baby boomers' y 'millennials'. «Jugábamos en descampados. Nuestras madres y padres no se preocupaban tanto como ahora cuando, curiosamente, las estadísticas confirman que las ciudades son más seguras. Antes había crisis económica y heroína, pero no existía ese miedo constante que genera el bombardeo de mensajes actual», asegura Pérez.
Las experiencias se instalan en el cerebro, rememoran lugares desaparecidos. «Cuando hablas de ellos surgen las emociones que provocaban. Los primeros acontecimientos significativos, como el primer beso, se suelen mantener. Pero los cambios de cada época influyen en la conducta. Ahora se juega poco en la calle, surgen otros modos de relacionarse como las redes sociales», explica Enrique García Huete, profesor de Psicología en la Universidad Cisneros de Madrid y director de Quality Psicólogos.
La radio fue su fiel compañera, esquiva solo cuando pedían una canción. El dedo esperaba sobre la tecla del radio cassette para tratar de grabarla sin que el 'Happy, happy' de Joaquín Luqui u otro locutor la estropease. Escucharon cientos de veces caer la ficha del Conecta 4. Decenas los pulsadores del Simon. «Las experiencias se asocian a estados emocionales. Los sonidos, olores, imágenes quedan en la memoria y generan recuerdos. La corteza cerebral lleva esos estímulos al hipotálamo, donde crean satisfacción o rechazo. Las desagradables pueden convertirse incluso en fobias, también pueden variar con la madurez. Mi padre amaba los boleros, me tenía hasta las narices, y al final yo se los he cantado a mis hijos porque me acabaron gustando», comenta el profesor, recién elegido Psicólogo del Año por Psicofundación.
La Generación X jugó a las tabas y al Inca. Con la Nancy, la Leslie y la Selene. «De niña me gustaban más los accesorios que las muñecas. La bañera de las Barriguitas, la gallina de los Pin y Pon que daba huevos», recuerda nostálgica Pérez. Los críos pidieron para Reyes el barco pirata de los Clicks. Los asedios duraban horas en el Fuerte Comanche y el Exin Castillos. Los musculados Madelman ligaron con Barbies sin permiso de Ken.
Últimos jóvenes del mundo analógico, han sabido adaptarse sin embargo a las nuevas tecnologías. Quizá es porque frecuentaron salones recreativos para ayudar a Pac-Man a comer sin ser comido o defendieron el mundo de los Space Invaders (invasores del espacio) a golpe de índice. No les daba apuro colocarse auriculares de esponja y pasaron horas eligiendo películas en el videoclub. Iban más al cine. Soñaban con regresar del futuro en el DeLorean, con recibir la carta de una admiradora secreta. Vivieron la aventura de 'Los Goonis' como propia. «Era una pandilla 'cool', lo tenía todo, libertad, bicis chulas. Después de 'Verano azul' todos queríamos una bicicleta. En 1982 'ET' nos enseñó que incluso podía volar», recuerda la escritora.
Dejaron señal acontecimientos reales como las elecciones de 1979 y el golpe de estado del 23-F. El Mundial de Naranjito en 1982. Las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla en el 92. «Tras las muertes de Kurt Cobain y River Phoenix reflexionamos sobre qué hacíamos los fines de semana», señala Pérez. Además, lloraron otras ficticias como la de Chanquete. «Te pueden marcar experiencias que no son cercanas o incluso las irreales, depende de la sensibilidad de cada cual», dice García Huete.
Rindieron pleitesía a 'Barrio Sésamo', pero no a 'Los mundo de Yupi'. Crecieron con la tele en blanco y negro hasta que, gracias al color, descubrieron que Fofó, Miliki y Fofito vestían de rojo. Se engancharon a los ojos azules de Orzowei, al peto amarillo de Pippi y a la piel verde del reportero más dicharachero. «Comprendimos por qué los Ingalls amaban su casa en la pradera. Años después vendrían las cadenas privadas, la MTV... Aceleraron la diversificación de contenidos de hoy, cuando hay tanto donde escoger que no te enamoras de nada. Veíamos lo que tocaba y eso suponía asistir a estímulos culturales de diverso tipo, no solo a los afines como ahora», repasa Pérez.
Tenían un solo teléfono en el pasillo de casa, cero intimidad. Por eso, buscaban la cabina para contar secretos. «El teléfono fijo obligaba a expresar sentimientos, a hacer introspección. Ahora usan emoticonos», señala la creativa. La correspondencia ayudó a ese conocerse por dentro. «Escribir cartas incluía dar nuestro tiempo a otros. Ponías cariño al redactarlas y echarlas al buzón. Esperabas con ilusión la respuesta».
Las citas amorosas se enfrentaban como un descubrimiento, tenían su gracia, por muy desgraciadas que fueran. «Era común aquello de '¿También veraneas en Peñíscola?'. El factor sorpresa se ha minimizado con las redes e Internet, en las relaciones, a la hora de viajar…», medita. Un viaje no acababa hasta revelar el carrete. Las oportunidades de cada generación influyen en sus metas y gustos. «Actualmente los jóvenes pueden viajar en avión por 40 euros, pero hace años la gente se sorprendía porque '¡te ibas al extranjero!'», señala el psicólogo.
'El Club de los Cinco' les enseñó que las apariencias engañan y que mezclarse no es malo. Legó uno de sus himnos: 'Don´t you (forget about me)', de Simple Minds. Otros cinco, los de Enid Blyton, entraban en casa como lectura. Si revisáramos los libros, comics y revistas de entonces pocos superarían el filtro de las gafas moradas. «Dick explicó a Georgina que nunca sería tan buena como un chico; aquellos personajes fueron creados para los 'boomer', pero nos fascinó su libertad. Curiosamente, el vocabulario de esos libros se ha revisado para nuestros hijos, como si fueran tontos. Sin riqueza de vocabulario no se generan ideas», reivindica Pérez.
Los estereotipos de Esther y Juanito en el cómic clamaban al cielo, pero los adoraban. Igual que amaban los 'Super Humor', los 'Don Miki', la 'Super Pop'... «Cada momento tiene sus modas. Las distintas generaciones no se comprenden bien por el cambio de contexto y valores. Discuten por gustos, vestimenta, música... Yo les digo a mis hijos que vaya horror el reguetón, que a sus años escuchaba Radio Futura, pero mi padre decía que vaya horror Radio Futura, mejor los boleros y las coplas», repasa García Huete.
Para muchos, el mejor anuncio de la historia se emitió en 1984 durante la Super Bowl. Dirigido por un joven Ridley Scott, hacía un guiño al escritor George Orwell y su concepto de Gran Hermano al proyectar en pantalla: «El 24 de marzo Apple introducirá Macintosh. Y verás cómo 1984 no será '1984'». Los anuncios y marcas se cuelan en los recuerdos. Los X dividieron a sus familias entre quienes usaban Nenuco o S3. Muchas madres se perfumaron con Avon; casi todos los padres, con Varon Dandy; los jóvenes se echaban Chispas o Álvarez Gómez; y después llegó Farala, la chica nueva de la oficina, tan divina. Imposible no canturrear cuando suenan el 'Bic, Bic, Bic, Bic, Bic' o el 'Pim, pam toma Lacasitos'. Fueron el paso previo al perro Pippin y aquel amo que prefería ver la tele a pasearlo. «Los anuncios se empezaron a utilizar como bien social. Luego llegarían 'Sí da, no da', 'Póntelo. Pónselo'...», rememora Pérez.
Se los comían sentados en el suelo de la sala, mientras apuraban un Bollycao o un bocata de pan con chocolate de la Campana Elorriaga. Y decidían si eran más de 'tigres, tigres' o 'leones, leones'. De Tigretón o Pantera Rosa. Todos se publicitaban en la tele, también las chuches que compraban en el quiosco o en la tiendita. Aquellos Peta Zetas que estallaban en la boca. Los chupa-chups con chicle de Kojak. Si sobraba alguna peseta, compraban calcomanías, recortables y cromos.
Los X sufrieron el divorcio, el paro y las huelgas. «Crecimos en el desapego y la apatía de quien prefiere no esperar nada para no sufrir una desilusión», relata Pérez. Ahora que son adultos, un estudio de la Universidad de Michigan de 2011 los define como personas activas en sus comunidades, mayormente satisfechos con sus empleos y capaces de equilibrar trabajo, familia y esparcimiento. «Hicimos bien lo de experimentar más y, por tanto, equivocarnos más. Lo malo fue que el miedo a vendernos al capitalismo nos limitó mucho». Al final, el balance de ganancias y pérdidas no ofrece un mal saldo.
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