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¿Cuánto dice tu nombre de ti? Porque no es igual llamarse Daenerys que Carmen

¿Cuánto dice tu nombre de ti? Porque no es igual llamarse Daenerys que Carmen

«El nombre nos acompaña toda la vida, por eso elegirlo implica ser conscientes de que tratamos con un asunto delicado. Se convierte en un símbolo del yo, te identificas con él, salvo la gente a la que no le gusta»

Iratxe López

Viernes, 6 de mayo 2022, 19:06

La anécdota es real. Esperaba mi turno para entrar a un examen y escuché cómo llamaban a una Jennifer López. Inevitablemente, los allí congregados levantamos la vista de los apuntes para comprobar si la mujer tenía algún parecido con la voluptuosa cantante y actriz neoyorquina. Imagino que la chica estaría ya acostumbrada al escaneo visual. «El nombre nos acompaña toda la vida, por eso elegirlo implica ser conscientes de que tratamos con un asunto delicado. Se convierte en un símbolo del yo, te identificas con él, salvo la gente a la que no le gusta. Tengo una conocida que se llamaba María Asunción y como le sonaba muy antiguo se cambió a Mara. Ahí es donde interviene la percepción de cada cual», asegura Enrique García Huete, profesor de Psicología en la Universidad Cisneros de Madrid y director de Quality Psicólogos.

Se suma a esta idea el también psicólogo Joaquín Ponte. «Claramente es parte de tu identidad, te visualizas con tu cara y tu nombre, es aquella palabra por la que los demás te llaman. Cuando las personas 'trans', por ejemplo, cambian de nombre, inauguran una nueva fase de su vida, resulta esencial cómo nos llamamos para formar nuestra propia psicología», asegura este profesional que trabaja el Servicio Vasco de Salud. Por eso la pregunta que nos hacemos es: ¿existe el determinismo nominativo?, es decir, ¿el nombre de pila puede marcar el sentido de nuestra existencia?

Algunos estudios defienden que sí. Uno llevado a cabo en la década de 2000 por el psicólogo estadounidense Jean Twenge concluyó que las personas a las que no les gustaba su propio nombre tendían a tener una adaptación psicológica más deficiente. «Puede ser que marque un hándicap, a veces la singularidad es complicada. A Anacleto siempre le harán la broma de agente secreto, a Zigor (castigo en euskera) le podrán decir que es una condena. Las barbaridades que habrá tenido que aguantar quien se llame, por ejemplo, Armando Guerra. Cuando escuchamos nombres de este tipo nos preguntamos si sus padres no se dieron cuenta o lo hicieron a propósito, poniendo las cosas difíciles a sus hijos, pero lo probable es que solo te afecte de niño, en la edad adulta estarás acostumbrado. Quizá a alguien le moleste llamarse Adolfo porque le recuerda a Hitler, pero en cambio el fascista de turno estará encantado. Depende de la ideología particular y de la propia experiencia», comenta García Huete.

¿Qué significan estos nombres?

  • María. Bíblico, 'alumbradora'.

  • Carmen. Del hebreo, 'jardín' o 'viña de Dios' (no se descarta la influencia del latín, 'poesía', 'canto').

  • Ana. Del latín y del hebreo, 'gracia', 'compasión'.

  • Jose/Josefa. Del hebreo, 'Yahvé añadirá'.

  • Laia. Grecolatino, 'bien hablada'.

  • Lucía. Del latín, 'luz'.

  • Sofía. Del griego, 'sabiduría'.

  • Martín/Martina. Del latín, 'dedicado a Marte'.

  • Antonio. Nombre latino o del griego, 'flor que se abre'.

  • Manuel/Manuela. Del hebreo, 'Dios está con nosotros'.

  • Francisco. Del italiano, 'perteneciente a los francos'.

  • Hugo. Germano, 'inteligencia'.

  • Mateo. Del arameo y hebreo, 'don de Dios'.

  • Lucas. Del griego, 'brillante', 'blanco'.

  • Diego. Autóctono peninsular, tal vez derivado del griego, 'enseñanza'.

  • Pablo. Del latín, 'pequeño', 'nuevo hermano'.

El experto en onomástica, Jaime Salazar y Acha, se muestra más tajante. «No creo en los oráculos ni en el zodíaco. Que a un hombre le pongan Adolfo y por Suárez crea que va a ser el salvador de la patria solo indica que gente no muy lista hay en todas partes». Aun así, admite que, a veces, ciertos nombres generan rechazo. Incluso se tiene constancia histórica. «Cuando los embajadores de Francia vienen a la corte de Alfonso VIII de Castilla a buscar a una de sus hijas para contraer matrimonio con su rey, quedan estupefactos con el nombre de la infanta, Urraca, y la rechazan, prefiriendo a su hermana menor, Blanca, con uno más acorde a la prosodia francesa», cuenta.

Miembro de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, explica en su 'Manual de genealogía española' (Hidalguia) que en algunas culturas el nombre se otorgaba atendiendo a características físicas o espirituales, ya que no era impuesto al nacer, sino cuando la persona comenzaba a madurar o manifestaba alguna predisposición o habilidad. Además, podía variar a lo largo de la vida. Sin embargo, la evolución cultural derivó en una nueva tendencia, un contenido simbólico, que su significado sirviera de modelo o inspiración al bautizado así. «Cuando los enviados del Señor comunican a Abraham que su mujer, Sara, parirá un hijo, ella que ya es anciana y oye la noticia escondida rompe a reír. Los ángeles deciden entonces que el niño se llamará Isaac, que quiere decir 'risa'», narra.

¿Importa entonces que conozcamos el significado de nuestro nombre? ¿Que las María Carmen, mayoría en España según datos del Instituto Nacional de Estadística en 2020, sepan que la primera palabra se interpreta como 'alumbradora' y la segunda como 'jardín' o 'viña de Dios'? ¿Qué los muchísimos Antonio que dominan el panorama conozcan el origen latino de su denominación, aunque algunos acudan al griego 'flor que se abre'? ¿Qué las Lara que adoran la musicalidad de su nombre lean cómo Ovidio lo traducía por 'charlatana'? Otra experta, Hiroko Shiba, doctora de historia cultural y autora del volumen 'Antroponimia histórica hispana: desde la Edad Media a nuestros días' (Universidad de Murcia), tampoco se decanta por la predestinación.

Su propio nombre, Hiroko, que en japonés significa 'amplitud, inmenso', y su apellido, que se traduce por 'césped', no parecen haberla influido. Sí tiene claro, no obstante, que «España mantiene la costumbre de poner los nombres de padres y madres a los hijos, mientras que en Francia se prohíbe si estos viven. El stock de los españoles es limitado, la mayoría son de santos cristianos mientras que, por ejemplo, los padres japoneses pueden crear nuevos sin límite, aunque haya modas según la época». Y las modas, precisamente, han cambiado mucho el panorama.

Antes las familias, al imponer a sus miembros un nombre, obedecían a reglas más o menos rígidas, pero la onomástica mudó de costumbres a partir del Renacimiento. Las devociones populares, santos patronos y advocaciones marianas adquirieron peso. La explosión demográfica del XIX implicó que en cada casa hubiera 8 o 9 críos… no había nombres suficientes para distinguirlos a todos. Por eso se impuso el santo del día. Después, legislaciones más permisivas finiquitaron aquello de prohibir los distintos al santoral. «Ahora el sistema más importante para adoptarlos son los medios de comunicación. Como muestra, la popularidad de los que suenan en series. Esto ha permitido dislates onomásticos, como esos niños que se llaman Kevincostner o Gracekelly, o esa cubanita que, nacida junto a la base americana de Guantánamo, recibió el nombre de Usanavy», lamenta Salazar. Aunque, para raro de verdad, el que el multimillonario Elon Musk, fundador de Paypal y el programa espacial SpaceX, y su mujer, la cantante canadiense Grimes, colocaron a su primer vástago: X Æ A-12. Si eso no marca…

Los tomados de la tele nacieron, obviamente, el siglo pasado. Antes, cuando no había televisores, influían los literarios y legendarios, de ahí que en el XIV y XV las familias nobles españolas adoptaran algunos del ámbito artúrico como Lancelot, Tristán o Perceval. También es cierto que los nombres de pila, como el resto de vocablos, evolucionan. «En su 'Diccionario secreto', Cela hablaba de algunos que tienen tela, como Cojoncio; ahora suena fatal, pero en su época era normalísimo. Una amiga conoció a una mujer llamada Iloveny, le pareció extraño, pero ella estaba encantada con la originalidad porque venía de 'I love NY (New York)'. También se pusieron de moda los Kevin de María o las María Jessica. Hoy en día, cuando pensamos en un Cayetano, nos viene a la cabeza un tipo con gomina, atildado en el vestir, pero hace años el concepto era distinto. Puede ser que algunos nombres impriman cierto carácter, que suenen mejor al ser especiales, o que se asocien con algo desagradable, pero depende del momento», añade García Huete.

¿Cómo se elegían antiguamente los nombres?

«Desde el origen de los tiempos, hasta muy recientemente, la causa más usual de imposición ha sido la transmisión hereditaria. En la sociedad medieval, especialmente entre la nobleza, se acostumbra a imponer al hijo mayor el nombre de su abuelo paterno y al hijo segundo el del materno. El acervo onomástico va a ir ampliándose a través de los enlaces con monarcas vecinos. Por ejemplo, la unión de Alfonso el Sabio con Violante de Aragón introducirá en Castilla el nombre de esta reina, Yolanda, así como el de su padre, don Jaime, y su abuelo, don Pedro. Existen excepciones como la de Jaime I 'El conquistador'. Hijo de Pedro II de Aragón, debería haberse llamado Alfonso, como su abuelo, pero con padres en trámites de anulación matrimonial, para bautizarle se encendieron doce velas con el nombre de cada apóstol. La última en apagarse fue la de Santiago el Mayor», explica Jaime Salazar y Acha, experto en onomástica.

Regresemos al pasado, entonces. En 1977, la psicóloga Susan D. Nelson aseguró que existen estereotipos en cuanto a designaciones que sugieren éxito académico o todo lo contrario. En 1954, tras comparar los perfiles psicológicos de más de cien chicos con nombres convencionales y otros tantos con peculiares, los psicólogos Albert Ellis y Robert M. Beechley concluyeron que en estos últimos había mayor tendencia a padecer perturbación emocional. ¿Exceso de imaginación o parte de verdad?

«Quizá un nombre debe ser lo suficientemente especial para que a los padres les evoque algo, pero tampoco demasiado diferente, porque puede generar rechazo. Tal vez prefieran uno más o menos anodino, manido, que responda a una idea de aceptación y haga pasar desapercibido. O lo contrario, busquen los ¡¡ah, oh! ¿y este, de dónde viene?'. Probablemente uno creativo obedece a deseos o aficiones. Antes se ponían los que tenían que ver con la raigambre familiar. Yo mismo me llamo Joaquín por un tío fallecido joven. Hoy en día surgen de identificaciones predictivas y anhelos, por eso se ponen los de 'Juego de Tronos' (hay 169 Daenerys y 36 Khaleesi en España) y de heroínas (hay 944 niñas que se llaman Leia). Parece que se huye de los bíblicos y acudimos a deidades más sugerentes o a aquellos que nos seducen con sus acentos africanos, indígenas... No creo que el nombre te determine por completo, pero sí da un camino por el que comenzar, aunque puedes cambiar esa ruta y redirigirla», concluye Ponte.

¿El nombre puede generar prejuicios?

Enrique García Huete

«Creo que la gente puede tener prejuicios con los nombres si previamente ya los tenía con el origen de las personas. El nombre de Mohamed, por ejemplo, puede generar rechazo a una persona xenófoba, claro, aunque no creo que suceda con alguien que no lo es».

Joaquín Ponte

«Puede, pero me parece que muchas veces lo que se pretende es una homogeneización, porque los vaivenes identitarios influyen. Imagino que en algunos casos los inmigrantes ponen a sus hijos nombres del lugar que los acoge para que sean mejor aceptado».

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